Inercia intelectual y chistecitos mongos: el camino homofóbico a Brokeback Mountain

Por: Tomás Redd™
Especial para Estruendomudo

 

El pasado jueves, luego de varios meses llenos de expectativas, llegó a la isla la última entrega del aclamado director taiwanés Ang Lee: Brokeback Mountain. A pesar de los múltiples reconocimientos y galardones que ha merecido la película en el circuito de premios pre-Oscar, la cinta estelarizada por Heath Ledger y Jake Gyllenhall parece no estar en el radar taquillero del oligopolio cinematográfico local pues su única sede es la sala principal del Fine Arts Cinema en el sector de Miramar. Se presume que la decisión de limitar su difusión ha tenido que ver, en parte, con el hecho de que es una película sobre dos hombres homosexuales que ha levantado roncha en distintos enclaves del bible-thumping y vaqueril heartland norteamericano. Aunque esta teoría puede aparentar ser muy simplona y clichosa a la luz del clamor y buzz generado por otros fenómenos cinematográficos que trabajaron el tema gay como Boys Don’t Cry y Monster, creo que en este caso la hipótesis fácil se ha fortalecido por la ignorancia de críticos cinematográficos que se han dado a la tarea de simplificar y ridiculizar las propuestas de este filme. En nuestra ínsula hirsuta el rol de juglar y esbirro de las hordas retrógradas lo ha asumido hábilmente Alexis Sebastián Méndez de Primera Hora en un artículo titulado: “Brokeback Mountain” polémica historia de un amor homosexual.

Lejos de redactar una crítica sesuda que abundara sobre las actuaciones de un elenco compuesto por actores muy dotados que se “tiran pa’l monte”(como suelen decir algunos artistas locales para referirse a trabajos magistrales) o comentar algo en torno al arte y los chorros de sensibilidad que demuestra Ang Lee, Sebatián utiliza un espacio preciado en las páginas de espectáculos para practicar su rutina de payaso mediático. El también autor de una de las columnas de opinión semanales más charras de este país, intenta infructuosamente elevar su discurso a un juego de palabras al enunciar que el término Brokeback “se puede traducir como ‘rompió trasero’, facilitando el trabajo de quienes desean bromear con la película”. Gran parte de las líneas iniciales en su nota se dedican al set-up de este supuesto punchline que no es chistoso y denota ignorancia de su parte. Para Alexis Sebastián lo único que vale la pena de esta película es su título, pues sirve para hablar de culos y penes, dos temas de singular importancia en el ideario macharrán boricua. Su limitado conocimiento le impide considerar otra definición para un término que aduce (casi forzosamente pues en el filme se trae a colación este punto) al broken back de los vaqueros roughnecks, y a la topografía del sistema montañoso de la región donde se lleva a cabo la historia.

La incapacidad de cumplir con sus responsabilidades como crítico son aún más patentes al leer la excelente crítica de su contraparte en El Nuevo Día, Juanma Fernández-Paris en el artículo titulado: Romance revolucionario. Según Juanma, “celebrar Brokeback Mountain […] por presentar la complejidad de una relación homosexual sin recurrir a caricaturas o estereotipos sería minimizar el peso artístico de esta producción”. Luego continúa: “el valor de esta producción reside en la delicadeza con que el director y sus actores han capturado el dolor de un amor frustrado por obstáculos sociales invisibles. La veracidad emocional que llega a la pantalla con este filme le provee un pulso dramático que va más allá de cualquier orientación sexual.”

Irónicamente, el comentario banal de Alexis Sebastián intenta combatir la intención del director de presentarnos una ternura e intimidad que sobrepasa la parodia de la loquita pícara y amanerada, el cuento de Corín Tellado y el closeteo de Tom Selleck y Kevin Kline en In and Out. Su intención es volver a la mofa, tripearse al patito de la clase para luego curarse en salud al hablar sobre la polémica en Utah donde un cine decidió no pasar la película: “El filme trata de la infelicidad causada al prójimo por la intolerancia. Ahora, resulta que no hay tolerancia para presentar historias de intolerancia.” Volviendo a recurrir a una redacción chapucera intenta traer un poco de seriedad a la ecuación, ejercicio que se traduce en el siguiente axioma popular: “yo no aplaudo el comportamiento de los patos pero no podemos tolerar el discrimen”. El esfuerzo vago por traer un argumento politically correct logra desenmascarar al farsante que se hace pasar por sensible utilizando la bandera de la comprensión.

El reclamo por la tolerancia así porque sí es sumamente iluso y bastante blandengue. Escoger es discriminar y viceversa. El terreno de la aceptación es igual de yermo en el mundo de los gays que el de los straights. Definitivamente ese no es el tema central de la película. La historia de Annie Proulx que nos traduce Ang Lee en la pantalla grande trasciende el abanderamiento tribal del gueto glam y hotspots costeros. La geografía de Brokeback Mountain es más o menos la misma donde asesinaron a Matthew Shepard: un lugar donde los closets son de acero y el amor es mediado por la moral. Aquí, donde un travesti no puede despojarse de la clasificación como masculino o femenino y los gays salen del cine diciendo, “ay, los protagonistas no eran patos…ellos estaban casados” hace falta mucho más que un reclamo por la tolerancia. La inercia intelectual que impera en los escritos de Sebastián es la misma que dificulta que dos patos en situación similar a los protagonistas sientan y padezcan como les da la gana. Quizás sea hora de acumular argumentos en vez de carcajadas.

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