La presentación: 7mo Microrrelato Erótico Acogido a la Primera Enmienda

Por José Oquendo

 

No te creo nada…, le dije a Jairo, cuando me llamó para decirme que había empleado a Walter y que se lo había tirado en el receso del lonche y que tenía unas piernas y una verga como para rendirse a sus pies y ante sus güevos, y que se lo había hecho mucho más sabroso que Harry, su marido. Callé ante lo inescuchable. (Quien me gustó tanto desde que le conocí, como para pajearme a su nombre interminablemente con tremor mareable en la bañera, ebrio sobre el combado sofá, patiabierto en la esperadora cama de almohadas desamadas, y tendido sobre la alfombra manchada con gotas sementales añejas, se había acostado con la loquita.) ¿Qué le podía decir? ¿Que Walter me había gustado demasiado antes de presentárselo y lo suficiente como para tomar con calma lo que quién sabe podría pasar entre nosotros? ¿Que me pulsaba intermitente el esfínter, pensándolo? Estaba por decirle éstas y otras cosas de golpe y porrazo a la Jairina, cuando me entró una llamada salvadora, seguida de otra. Me despedí disculpándome. Horas después lo llamé para contarle con quién había estado. —No te creo nada, locaemierda. Él duerme a mi lado…, me dijo, colgando de sopetón. Me volteé y entre almohadas ya no tan solitarias, se la mamé una vez más a Walter mientras me bautizaban la espalda los chorros calientes de los jugos lechosos de Harry. En la mañana lo de tomarlo con calma se había esfumado. Las almohadas olían rico. Desde mi cama, vi cómo la alfombra sonreía agradecida.

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