La perra miró mis Kroggs color violeta y lanzó una carcajada.
Ladró. Me dijo ridÃculo.
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La fiebre porcina me perturaba la temperatura interna mientras tiraba la puerta tras su ladrido. Casi la dejo sorda, pero no torné a consolarla. Bastante tenÃa con la realidad inminente que suponÃa hacer la fila del dispensario para que me dieran las medicinas. El gobierno habÃa racionado el Tamiflu y los antivirales de última hora. No estaba en la lista de prioridades, asà que me tocaba la larga vÃa. Traté de sobornar al dependiente vestido de enfermero socarrón tan pronto lo divisé en la puerta, donde se aglomeraba tanta gente infectada. El tipo ladraba: “Señor, parece mentira, póngase a hacer la fila”. Salà de su vista haciéndome el loco, ignorándolo, como si no hubiese hecho la propuesta nunca. Me puse en fila. Sólo en el fin de la cola volvà a lo invisible.
–mcc