Escribe José Liboy Erba
Mi aprendiz querÃa saber por qué a veces golpean a los aprendices en las calles, y yo no sabÃa cómo explicárselo enseguida, sino que tenÃa que conseguirle a otro maestro que la acompañara en lo que resolvÃa el espinoso problema que nos provocaba la agente Cinta MarÃn, quien supuestamente era maestra igual que nosotros, aunque mostraba un vivo interés por una especie de organismo con un nombre enganchado, sin antecedentes profesionales o sociales, seguramente de otra especie que la humana, pues aunque apuesto no hacÃa nada y por ser de otro lado, comisionaba millones en la compañÃa que lo tenÃa contratado para vender calendarios.
Cinta MarÃn sabÃa que el Departamento de Educación no veÃa con buenos ojos su interés por el extraterrestre, ya que no lo querÃa educar. PreferÃa tenerlo bien mimado en el trabajo, aunque en realidad lo tenÃa pillado, ya que a otro vendedor de la compañÃa le habÃa comprado mucho dinero en calendarios, y no querÃa pagarlos alegando una inconsistencia en las fiestas religiosas que anunciaban. No sólo pillaba al extraterrestre por el lado polÃtico, ya que era él quien estaba llamado a resolver el problema, y ya estaba mal visto por las religiosas que lo podÃan educar. Cinta lo presentaba en la sociedad del pueblo donde se regalaban los calendarios como un antropólogo irresponsable, que no se ocupaba por conocer las verdaderas fiestas.
Mi aprendiz iba a salir con el extraterrestre, para ver si lo criaba, pero Cinta estaba enterada y habÃa llamado por teléfono a una amiga suya para que me reclamaran dinero por un atraso en la entrega de unos bolÃgrafos. La muchacha estaba dispuesta a dejarse ver conmigo en los puestos de comida, para que el extraterrestre la invitara a salir porque era segura y amiga, pero temÃamos una medida drástica de Cinta con el vendedor de los calendarios. De manera que le tuve que decir a mi aprendiz que no saliera conmigo, que se quedara con el otro maestro en lo que resolvÃamos el problema con Cinta MarÃn.
No es fácil resolver el problema de Cinta MarÃn. Un etnólogo te podrá decir que su inquietud religiosa se debe a su incapacidad reproductiva, y que con darle un bebé aunque sea del elefante bastarÃa para calmar su reciente celo por las fiestas. Yo podrÃa decirle a mi aprendiz que le donara un organismo obtenido con el extraterrestre, pero me siento irresponsable si entrego a una joven como yo, que a los veinte años tiene un horario de dos horas diarias y un sábado en la librerÃa local. No quiero entregarla porque eso mismo es lo que me pasó a mà cuando joven, que tuve que mezclarme con una extraterrestre para donarle un organismo a otra celosa.
Cuando yo estudiaba en la Universidad, el maestro de Cinta me dijo que mi amiga era novia de Platero, el burro de Juan Ramón Jiménez, quizá con la idea de desalentarme un poco y no tener que comprometerme. Pero yo en vez dejé de estudiar y me puse a trabajar dos horas diarias y un sábado, pues al parecer querÃa a mi amiga y no querÃa dejarla guindando. No sabÃa si era este el caso de mi aprendiz, que aunque era como yo es mujer y no tenÃa perspectiva alguna con Cinta. No era lo mismo casarse con un extraterrestre para donar un hijo, que hacer lo que hice yo, casarme con una extraterrestre para cumplirle a mi amiga. Puede ser que por eso no la alentara a hacer lo mismo, y pensaba que el maestro de Cinta pensó lo mismo que yo, cuando me vio confundido porque mi extraterrestre fue al doctor.
Asà que llamé a Cinta por teléfono y le dije que mi aprendiz quizá no podrÃa ayudarla a cumplir con sus votos. Ella no me creÃa, asà que retuvo los miles en calendarios que le retenÃa al vendedor hasta que por estas presiones cediera mi aprendiz, que me estaba viendo leer libros para ser escritor de nuevo. Lo más que tratábamos de evitar no era que naciera un bebé extraterrestre, sino tener que terminar nuestras vidas con una carrera literaria. Nos parecÃa que ser escritor es lo peor. Lo decÃa un argentino en un libro nuevo que estaba leyendo, y al parecer todo lo hacÃamos para no tener que terminar escribiendo novelas.
En una nueva movida, Cinta no solo dejó de pagar los calendarios alegando la inconsistencia en las fiestas religiosas. También averiguamos que los repartió en el pueblo vecino, donde las fiestas del que habÃamos impreso funcionaban perfectamente. De modo que se estaba haciendo promoción a costa nuestra, sin pagar, lo que preocupaba a los ejecutivos de la corporación, que sabÃan que Cinta era una mujer esencialmente buena que tenÃa necesidades perfectamente comprensibles. Lo único que le reprochaban era que le gustara el extraterrestre para procrear. HabrÃan querido que fuera yo, pero aunque buena, Cinta nunca me amó y eso tenÃan que tenerlo en cuenta los corporativos. Poco antes de que me reuniera de nuevo con mi aprendiz, supe que mi nueva cliente tampoco me querÃa pagar a mÃ. Se estaba brevando una especie de protesta solidaria por Cinta, creyendo que era yo quien me oponÃa a que acabara viviendo con el joven extraterrestre. Yo sencillamente me reunà con mi aprendiz y su nuevo maestro, que iba a seguir enseñándole cuando yo estuviera ausente, ya que sin remedio iba a estar diez años trabajando en ventas para pagar la deuda impaga. Mi aprendiz se conmovió un poco al saber que acaso no me viera más. Le dà la mano.
-Pronto te mando unos cuentos- me dijo.
-Está bien- le dije. –Los espero.