Escribe Juan Carlos Quiñones
El hombre mira hacia abajo, hacia las rayas de su mano izquierda, como se mira hacia el horizonte lejano. Un mándala destruido, hecho de arenas de colores que el viento voló dejando rastros a descifrar, su mano. Izquierda. Tres rayas, tres navajazos trazos que se cruzan. Esas marcas, intrauterinas, elucubran una historia. Y este hombre es todo historia. Allá, en ese horizonte lejano donde se cruzan las lÃneas, está oculto lo que se busca, lo que ruega ser revelado. Buscando la historia que le pertenecerÃa (¿el final de la historia que le pertenecerÃa?) él descubre que todos los caminos hoy conducen a Roma. ¿Eran igual ayer? ¿Las rayas? ¿Un destino que se tuerce? ¿O sigue igual? ¿Cómo saberlo? Anoche llovÃa. ¿Hay una gota de lluvia en esa mano? ¿Hay una noche escondida en los surcos de esa mano?
Flash, y es anoche.
Esa mano, ayudada por la otra, la del otro lado del mundo (otro horizonte, otra historia que contar) aprieta el cuello de un cisne. Eso es lo que dicen las lÃneas de esas manos.
Drip. Una gota. Esta es roja. Como un peluche. Como un cierto peluche perdido, encontrado, reencontrado.
Zoom a los ojos. Grandes. Grandes. Abiertos como galaxias inmensas. Los ojos son espejos del alma, y eso es un clisé. No es tan clisé que ocultan y revelan gotas, son la lluvia del alma, y son capaces de reflejar la atrocidad y llorarla. ¿De quién son estos ojos que miran con tanto empeño esa mano-horizonte-destino de sà y de otros? ¿Soreno? ¿Quiñones? ¿Hay diferencia? Hay que preguntarle a aquel, aquel que le habla a Galliano, aquel que Galliano convoca como un talismán de aire en sus momentos de zozobra. Ese viaje se hará. Quiñones irá. Pero no hoy.
Cualquier noche. La noche de la atrocidad o la noche del descubrimiento posterior de la atrocidad o aun la noche de la resolución terrible de la atrocidad. En esas mil noches más una, en todas ellas, llueve. En una de ellas se oculta Adelaida y en Adelaida se oculta su peluche y en el peluche se oculta un secreto que esta escritura intenta descifrar. Por ahora, baste con escribir que esos ojos repletos de agua y de asombro reflejan a Adelaida, que está muerta. ¿Qué mano la zozobró? De eso se trata. Si sabemos, si podemos saber que en su mano derecha, ya tiesa, se oculta un peluche como un pajarito cobijado en su nido. Esta imagen es tierna. El cuerpo malogrado de Adelaida no lo es. Por eso la grandeza de aquellos ojos.
Zoom.