la comuna de Puerto Nuevo

panEscribe Manuel Clavell Carrasquillo

Las tres casas de cemento, de una planta, tienen una sola entrada que da a una especie de patio interior al aire libre.

Para llegar a ellas, es necesario doblar a la derecha en una de las calles que cruzan la avenida Américo Miranda. Quedan justo en una especie de medio redondel que sí tiene salida.

Detrás del enorme portón de rejas negras que da al patio interior, hay varios árboles y arbustos que le darían a las inmediaciones de la comuna de Puerto Nuevo un airecillo cuasiselvático si no fuera por las cientos de plantas que están en el suelo terroso sembradas en sus respectivos tiestos. La matriarca cuida de ellas con esmero y los perros domésticos las mean.

Los efectos principales del ordenamiento semiboscoso son -al menos- 1. Que los habitantes de las tres casas sienten la lluvia caer de una forma distinta del resto de los propietarios de la urbanización sanjuanera 2. Que la vegetación oculta las casas segunda y tercera del ojo de los curiosos y 3. Que los niños pueden jugar al escondite como si tuvieran para sí la administración imaginaria del Jardín Botánico.

La primera, por estar expuesta, y por ser la que primero construyó el clan de los Díaz, tiene balcón con balaustres y siempre tiene la fachada bastante bien arreglada. La segunda, como no se ve de la calle, está terminada pero hace años que no ha sido pintada. La tercera, porque se les acabaron los chavos después de asumir la hipoteca de la segunda, es sólo esqueleto habitable y nunca ha sido tocada por las brochas o los rolos.

Raras veces vi el interior de la primera y la segunda. Mi experiencia indoors se limita a la tercera, que tiene el piso de cemento crudo, tres habitaciones dormitorio y un cuarto de baño. La casa siempre huele a polvo cementoso (colinda -por la parte trasera- con un almacén de ferretería) y a Lestoil, que es el único detergente que limpia de verdad ese tipo de superficie tan porosa.

Del cuarto de atrás, destinado a los cuatro varones de la casa que duermen en dos camitas literas, se puede ver un árbol de pan superfrondoso que sirve de colindancia entre la casa y el almacén de la ferretería. Es interesante que no haya nada parecido al sonido de la caída de las frutas maduras del árbol de pan contra las lajas de cemento picado que tiraron allí como relleno para que no surgiera fango; sobre todo cuando las arroja una ventisca más que moderada algún día tan gris como tan frío y mojado.

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