Trato de concentrarme en trazar cierta ética que guÃe mis actos cada vez, sin tener que estar comentando los preceptos por ahÃ, más bien improvisando en silencio un conjunto de ideas elaboradas que conformen un catálogo de máximas estandarizadas al que pueda acudir en caso de consultas en las últimas instancias de la suprema definición de lo más mÃnimo y, de pronto, el amigo Tomás Redd interrumpe la meditación zampándome una durita de Vaclav Havel: “Todos somos cómplices de los regÃmenes, nadie deja de apoyar al sistema, de una manera u otra, y seguirá siendo asà aunque, de vez en cuando, se reclame su disolución”.
Eso, más o menos, planteaba el escritor checo allá para 1985, partiendo de la experiencia totalitaria detrás de la cortina de hierro. Yo tenÃa 10 años, y todavÃa no era consciente de que no sólo era inmenso sino indestructible el peso de la bandera roja y dorada de la CCP. Que era grandÃsimo el tamaño de las atrocidades fascistas en contra de los libros de las bibliotecas de Galicia. Que algún dÃa me llegarÃan a las narices los olores de los sentimientos ambiguos que conminan a los que viven la vida en bandos a traicionar.
No hay códigos personalÃsimos estables que valgan, entonces, contra la impotencia y el miedo, más la indiferencia intermitente que se asoma tembluzca por las ventanas acortinadas de los cobardes alumbrados por el faro de la dominación.
-m.c.c.
Pd: Cerrando el escrito me entero que la antigua sede de la ESMA en Argentina, el centro de detención y torturas más terrible del paÃs durante la dictadura, pasará a manos de las Madres de la Plaza de Mayo con el propósito de construir un espacio [“hermoso desafÃo”] para la memoria y celebración pedagógica de los derechos humanos. De nuevo, me pregunto, inclusive en la hora de semejante victoria, what?, ¿ética o Havel?
-m.c.c.