Escribe Manuel Clavell Carrasquillo
El fantasma de Xolotl, perro de Frida Kahlo, lanza un ladrido espeluznante y forma una bulla tremenda con los espectros de los loros y los monitos de la mexicana en el patio de la Casa Azul que fuera suya en el barrio progre de Coyoacán.
Mientras, la empresa Frida Kahlo Corporation, legÃtima dueña de la imagen y el nombre de la artista –transformados en marca registrada– se prepara para celebrar en julio el centenario del natalicio de la pintora vendiendo su efigie y su firma como mercancÃa al mejor postor.
El Estado azteca, que en 1984 se incautó de la obra de la esposa de Diego Rivera declarándola Patrimonio Nacional de México, petrificándola como las pirámides, sufrió un derrame cerebral (el lamento de sus intelectuales jurásicos) al conocer la noticia. Sin embargo, ha decretado una tregua provisional: mientras dure la enorme exposición en el Palacio de Bellas Artes (que incluye piezas privadas) y celebraciones, Frida será del mundo.
Por cuanto: la explotación de la marca hace más grande la fama de la mestiza entre las masas, a través de la comercialización de su autorretrato impreso en tenis Converse y botellas de tequila. El Ãcono pop del humanismo revolucionario bisexual se fortalece y yo quiero que adorne mi tarjeta de crédito para que, cada vez que ejerza mi derecho a la frivolidad y la enajenación comprando, me acuerde que lucho como un ridÃculo por una nueva era.
Por cuanto: los integristas del copyright “made in Mexicoâ€, guardianes monopolÃsticos del patrimonio nacional amenazado por el mercado, fingen hacer un alto en la regulación museográfica del espÃritu indomable de la adolorida señora de bigotes. Hipócritas: venden su aura supuestamente marginal y patriótica como paquete turÃstico a Cancún o Chiapas.
Por tanto: “Yo quisiera poder hacer lo que me dé la gana, detrás de las cortinas de la locuraâ€, escribió en su diario a los 40. Ésa es la Frida con la que hago negocios.