Al fin, el capítulo 15: “Adelaida recupera su peluche [gracias a la escritura de Bruno Soreno]”

putaBut, sorry, I digress. Nuestro asunto es que algo así le ha pasado a Adelaida. Nunca encontró su espejo, pero al final es probable que ya no le hiciera falta. Es muy probable que no le hubiera hecho falta desde un principio Yo no sé. Sí sé con certeza que al final encontró una cosa, y sospecho que es posible que hasta haya encontrado dos. Pero esto último no lo puedo jurar, pasmado lector. En cuanto a esto estoy tan atónito como tú. Ayúdame, lector, decide tú. Tus sospechas han de ser probablemente tan falsas como las mía, pero una falsedad acompañada es menos falsa que una sola. Y falsa será, a fin de cuentas, cualquier cosa que Adelaida pueda encontrar dentro de ese lugar al que se fue, esa región nada transparente en que se ha metido. Dentro de mí, que no es lo mismo pero es igual. Yo no sé lo que tú pienses pero, al menos, eso es lo que pienso yo.

Cosas vinieron. Cosas vinieron, o tú fuiste hacía las cosas, Adelaida. Ninguna encajaba del todo, ninguna satisfacía a cabalidad, pero la plenitud, sentías, no era requisito en esta búsqueda, en este palpar de cosas que venían, que habían estado, que se habían ido hace mucho. Ya Adelaida no estaba, o tú no estabas. Exeunt.

Afuera el cuello dolía, se ponía rojo y el aire ya no tenía cabida en los pulmones. La lluvia se acumulaba en tu boca, en tus ojos, formando una lámina transparente. Sus ojos.

Puta, te decían. Puta, te repetían, y apretaban. Y apretaban. Pero adentro, antes que afuera, ya tú te despedías.

No, les respondiste. No. Yo no soy ninguna puta. Yo soy Adelaida. Solo yo. Sola yo. Solamente yo

-Pu/

Pero se añubló la transparencia de aquellos ojos. Se le rompió la palabra a aquella boca a media lengua. Se le rajó aquel nombre por la mitad a aquella lengua en medio de la voz. Porque te miró entre las piernas con aquellos ojos de vidrio que se le hicieron agua cuando encontraron algo allí donde no debía haber nada. Cuando encontraron en el lugar de la falta lo que debía faltar, lo que de ningún modo debía haber estado allí. Lo desquiciaste, Adelaida. Lo desquiciaste.

Y sonreíste.

Adelaida. Coño. Yo me llamo Adelaida.

Y, atravesada por una descomunal carcajada, te sumergiste en aquellos ojos, te anegaste en la inquietud de aquellos ojos recién nublados por la niebla del terror y allí, digo yo, encontraste aquel peluche que se te había perdido.

Bruno Soreno

San Juan, 1999 / Nueva York, 2000

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