Amores que no caben en el Código Civil

lemebel2Escribe Manuel Clavell Carrasquillo

El indecoroso escritor chileno, marxista y homosexual, Pedro Lemebel, sale a la calle regio y en tacones para saciar la lujuria de la noche. Tropieza con los “bajos fondos” y allí se enamora perdidamente de hombres más jóvenes que él. Casi siempre los recoge sucios en las esquinas, hambrientos y necesitados de pesos para comprarse un nuevo par de tenis Puma o un CD de hip-hop. Los lleva a su casa en el “gay town” de Santiago, beben y fuman marihuana hasta reventar y, al final de la juerga, paga por sus servicios de compañía con techo, calor y comida.

Esas sesiones impúdicas y otros viajes eróticos e intelectuales de Lemebel por las geografías que no aparecen en las guías turísticas, quedan evidenciadas en su nuevo libro Adiós mariquita linda, que contiene 30 crónicas que se publicaron sin censura y sin remilgos de “buen gusto” en “The Clinic”. Allí se despide de la concepción burguesa de lo que debe ser un homosexual recatado. Lemebel deja atrás las marionetas “chic” de las señoronas docilidad y continencia que atentan contra el “loco afán” que impulsa a la exageración “boquisucia” y los aspavientos too much del gran varón estimulado por el éxtasis femenino.

El cronista reproduce el habla callejera de su ciudad y otras áreas lejanas del país sin temor de incurrir en neologismos y avivar la jerga impía de buscones, obreros, prostitutos, drogadictos, políticos secundarios de derecha y de izquierda, rateros y funcionarios culturales patéticos. Lemebel escribe sobre lo que ha dicho a boca de jarro y lo que le han dicho a él en contextos embarazosos, caracterizados por borracheras, encontronazos violentos con la autoridad y la negación de los preceptos morales que dictan la fama, las letras y las artes.

Además del vocabulario arrabalero, que en sus “crónicas de sidario” de los años noventa sirvieron de único mapa de la comunidad “ve y hache positiva” de Santiago ante la desidia gubernamental hacia lo que todavía se estigmatiza como lacra, Lemebel retrata modas y da opiniones, reflexiona y nombra, pone en circulación ideas sobre temas que otros académicos “correctos” prefieren no considerar. Nótese cómo elabora su teoría sobre el rap chileno: “La onda hiphopera prendió en la pendejada nacional hace un tiempo, a medida que la película musicada del chicanismo de color joven llegó en el ahora retro video clip. Y se vio reproducida acá, cuando los púberes chilensis se sintieron identificados por el descuido vestimentario y esa arrogancia de ser, ese descaro vital que ostenta la pendejada negra y anarca del yanquiparadise”.

Sin bordes entre su pose autobiográfica intimista y su función de intelectual mediático bien cotizado en toda Latinoamérica, ha asumido su oficio como el manipulador del “filo de una navaja que separa al talento de la vulgaridad”, señala el periódico El Mercurio. Para él, no existen desfases entre oponerse a la dictadura fascia militando en organizaciones clandestinas, travestirse y maquillarse para dar una conferencia en la universidad, publicar crónicas sobre indagaciones indigenistas, fumar cannabis y beber pisco sour hasta el delirio, hacer teatro pobre, performance y cine al aire libre o pintar. “Por eso escribo de mi pueblo con este desenfado, porque conozco y bebo gota a gota la emoción pelleja de su sexo roto”, explica Lemebel.

Lejos de su teclado han quedado la condescendencia con los escrúpulos de los lectores, la conmiseración de los pecados propios o ajenos y la urgencia de “edificar” la recta vía. Las relaciones de los amantes se detallan melodramáticas e imposibles según los libretos de Televisa o Univisión. Pero, el despecho y las traiciones, los discursos empalagosos y las promesas imposibles de cumplir ceden ante el terrible encanto del goce, inevitablemente cercado por las barricadas del látex, la edad y la posición social. Lemebel se confiesa cero positivo, ultrasensible y al mismo tiempo cruel. A un amante “furtivo” le regala una carta de amor: “Y en ese vértigo te escribo, en ese vértigo imagino tus ojos recorriéndome en la escritura. Y, tal vez, ese momento, donde la lectura y letra, ojo y corazón, voz y silencio, agua y aire, recuperen el horizonte impreciso de aquella tarde porteña, frente al gran anfiteatro de Valparaíso, donde tuve un sueño de embriagado trapecista, sin red… porque tú eras el mar”.

Las crónicas también se encargan de documentar huidas de la “loca perdida” por los polos paupérrimos del norte y el sur de la capital más escapadas de las tiranías pinochetista y mainstream hacia Bolivia, Perú, Argentina y La Habana. En cada puerto deja un amor y un rastro de ilusiones tronchadas porque su excéntrico comportamiento levanta sospechas en las consciencias de sus supuestos fanáticos literarios. Entre encuentro y compromiso pone a sus interlocutores “en su sitio”, denunciando las prisiones cubanas para sidosos que el régimen disimula detrás de una fachada terapéutica, enfrentando la pose bisexual de un “personality” como Miguel Bosé, criticando el aburguesamiento de su barrio y burlándose de la muerte que tiene atravesada en su destino.

En Latinoamérica hay una resistencia visceral a los patrones de conducta estilizados de los guetos homosexuales desde los que se lanza una campaña política y comercial para reivindicar los derechos de los sujetos queer que deciden asentarse. Sin embargo, Lemebel no escribe sobre los ciudadanos a los que les aplican las disposiciones sobre los asuntos domésticos de los códigos civiles de la región: hombres y mujeres que han construido lazos de vida juntos y que luchan para que el Estado los asegure. El escritor revuelca el conglomerado de “mariquitas lindas” para que sus exclusiones y discrímenes queden tan al descubierto como las perpetradas por los homofóbicos. En ese sentido, el terremoto Lemebel derrumba todas las certezas de las calles bonitas en las que se asientan los edificios de ambos bandos de la frontera de las identidades gay y deja al descubierto sus ruinas.

Antipático e inflamatorio, este libro molestará a los conservadores de todo tipo, incluyendo a los más liberales. Homos y heteros levantarán objeciones, habrá advertencias contra el libertinaje. También, reproches contra la apología travesti y el atrevimiento de este intelectual tan bravo. No habrá, sin embargo, excusas para seguir en el debate sobre la ciudad y el género como hasta ahora: con tanta hipocresía al momento de decirles adiós a las cerraduras del amor.

Esta reseña se publicó en la edición de abril 2007 del periódico Diálogo, órgano de la Universidad de Puerto Rico.

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