La ciudad maldita y su mugre literaria

poet terroristsEscribe Manuel Clavell Carrasquillo

Es posible que no exista mayor atractivo para los lectores de literatura urbana que los textos sobre barrios malditos llenos de mugre, dejados de la mano de Dios y de los gobiernos, perdidos en medio de la “prosperidad” burguesa, prácticamente abandonados y a duras penas habitados por jóvenes rebeldes, artistas, bandidos, locos, prostitutas, homosexuales y yonquis.

Sectores de Berlín en los años 20, París en el 68, Barcelona en los 80, Río en los 90 y hoy Los Ángeles, entre otros, han competido con los de Nueva York por el codiciado puesto de la “más auténtica” zona franca del pecado.

El libro Up Is Up But So Is Down: New York’s Downtown Literary Scene, 1974-1992, lanzado a finales del año pasado por Brandon Stosuy para NYU Press, recopila los escritos más importantes de los bajos fondos de Manhattan delimitados entre los laberintos del Lower East Side, SOHO y el Greenwich Village. La escena literaria del “Downtown” es muy atractiva debido a que su producción estuvo estrechamente vinculada con la de la música punk y new wave, el graffiti, el performance y las artes gráficas más low tech de las computadorizadas.

Los escritores del área, aún organizados alrededor de la vieja Iglesia de San Marcos transformada en centro comunal, creaban en pequeña escala; intentando descartar la cursilería y la corrección política, incorporando elementos sórdidos de la experiencia de las calles y simulando su decadencia, documentándola, exaltándola o simplemente recordándola con nostalgia.

A diferencia de historiadores, sociólogos y planificadores urbanos, los literatos se presentan relajados en cuanto a la presión del rigor de la investigación “científica” y la urgencia de someter soluciones “concretas” a los conflictos de la urbe. A través de los textos, dejan huellas del goce y el sufrimiento de la vida en los márgenes, experimentan con el sinsentido y reinventan el mapa del imaginario social de su barrio y sus complejas subjetividades.

Por eso no es extraño que sus personajes pasen los días drogados y desempleados, inclusive mal alimentados, en una carrera por la sobrevivencia en medio de contextos tan terribles como la Guerra Fría, la epidemia del sida, el aumento desmedido de las rentas de alquiler, la liberación sexual y los conflictos raciales, mientras se unen por momentos en esfuerzos políticos y artísticos radicales y utópicos que no por ello excluyen el pesimismo y la apatía.

Los textos de la segunda mitad de los años 70 reflejan ambiciones de protestas rompeformas, al tiempo que exhiben sentimientos de impotencia y abandono, canalizadas a través de la unión espontánea entre el conjunto de los antros como el recientemente clausurado CBGB, la poesía y el performance. La fuerza de sus mensajes gravitaba en torno a la mezcla del potencial de “la voz, los aparatos electrónicos, el filme y los instrumentos musicales” y los movía la intención de fabricar un “lenguaje en tiempo real”, que relegara las limitaciones del papel a un segundo plano.

Se sabe que todas las ciudades malditas etiquetadas con la marca registrada del underground son porosas y atraviesan por periodos de aburguesamiento. Desde el inicio de la década de los 80, la escena literaria del sur de la Babel de Hierro se enfrasca en una cruenta discusión sobre la “pureza” y la necesidad del “regreso a los orígenes”. Este debate llega a su punto culminante con un artículo de Craig Owen en el que opina que la bohemia y el pluralismo del “Downtown” no son más que un espejismo.

Para él, “la apropiación de las formas por las cuales las subculturas resisten la asimilación es parte de (en vez de un antídoto a) la nivelación de las verdaderas diferencias sexuales, regionales o culturales. También es su reemplazo por los significantes genéricos que existen para el concepto diferencia con la artificialidad y la producción de masas típica de la industria cultural”.

En este sentido, los textos de la década del 80 idealizan la figura del vagabundo y fomentan la estética de la pobreza a conveniencia de los artistas necesitados del aura del glamour bohemio para justificar su inserción en el intercambio de valores tradicionales y los de la llamada “resistencia” que ocurría en el barrio.

Ello devela la distancia de los escritores y su entorno, haciendo evidente el poder desestabilizador de sus artificios literarios. Poemas como Zooin’ In Alphabet Town (1982), de Bob Holman, dan cuenta de la metamorfosis: “Down here Esquire photoed some bums/ Then polished them/ Before & After/ Now they’re rich Hollywood stars/ With agents/ Now they’re back on the Bowery/ Wined”.

El libro recopila más de 125 imágenes y más de 80 textos entre los que sobresalen los de los nuyorricans Miguel Piñero, Pedro Pietri y los publicados en revistas retro como Benzene, Saw, Bomb y Between C and D, que son dos de las calles más importantes del territorio, pero que también aluden a la frase “coke and dope”, las drogas favoritas del momento. Los textos de la década de los 90 integran la simulación de los efectos devastadores del crack en un viaje de revival de los “viejos buenos tiempos” del barrio ya plenamente aburguesado y convertido en tourist trap.

El editor comenta que “a medida que los escritores se movían de editoriales menores a las redes enmarañadas de las que estaban en las grandes ligas, el espíritu de ‘hágalo-usted-mismo’ se evaporó y se pasó la antorcha. Sin dramatismos, la gente aceptó puestos académicos. Algunos tuvieron hijos y dejaron la ciudad. Al principio de los 90, los escritores se impulsaban hacia diversas direcciones, a menudo brincando hacia cuarteles separados para afrontar la próxima fase de sus carreras”.

A pesar del éxodo de la ciudad maligna y sus refutaciones, la literatura sigue siendo el refugio de los inconformes, aunque vistan de Banana Republic, y hoy la escena literaria del “Downtown” ha cambiado, no hay duda, pero continúa vibrante. Ron Kolm, en el poema Divine Comedy (1991), especula sobre el futuro de la tribu de los apestados. Ubica a dos amantes en una caminata hacia la isla de Randall y su hospital psiquiátrico a través del puente de Triboro que cruza el Río del Este.

La última estrofa del poema es reveladora y concluyente: “We’re almost swept away/ By a wave of humanity/ Swarming from Manhattan/ Onto Randall’s Island/ –A never ending procession/ Of shopping bag ladies/ Sneaker kids, junkies/ And soda can collectors–/ And we the only two leaving/ Tired and relieved/ And even perhaps vaguely/ In love with each other”. Quizás ésta sea la única manera posible de entrar y salir con vida de una ciudad perversa y explotar su mugre literaria: vagamente enamorados de su oscuridad seductora sólo para después hacer todo lo posible por alumbrarla.

Esta reseña se publicó en la edición de marzo de 2007 en el periódico Diálogo, órgano de la Universidad de Puerto Rico. Foto de Velma’s World. Creative Commons.

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *