‘Adelaida recupera su peluche’ Una novela en cantos de Bruno Soreno (Cap. VIII)

eccentricPor la espalda llega el terror. Por la trastienda de la vida se mete la noche y te besa frío allí donde la espalda pierde el nombre y se te trancan las nalgas. Trescientos cincuenta metros, no más, decía tu animal, Adelaida, y ya FARMACIA NOCTURNA y luz y teléfono y llamadas y seguridad y luz y no más frío y/

entonces Sentido Común se vió interrumpido por la irrupción del miedo intenso y terrible, ese siempre intruso del alma que la reconoce como su digna habitación porque un carro se acercaba y disminuía la velocidad justo al pasar por tu lado. Tanto nadar… te dijo Adelaida. Seguro que piensa que eres una puta, te dijo Adelaida. Si no te rapta y te termina de violar, seguro que te ofrece dinero. ¡Cállate ya, carajo! Le gritaste a Adelaida, ¡Me estás volviendo loca! Pero echaste a correr como un celaje anyway hacia la farmacia. El zumbido en los oídos era inefable y tú y Adelaida y tu madre que las parió te gritaban todas a la vez en tu cabeza. Era algo verdaderamente insoportable, Adelaida, lo sé, casi tan insoportable como el miedo que te llenaba de punta a punta buscando por donde estallar. El auto aceleró a tono con tu corrida y el corazón se te descarriló del pecho. El alma se te estiraba ya muy cerca de ese punto del cual ya no hay regreso. Estabas perdiendo la cordura, Adelaida. Tú no lo sabías (tan ocupada estabas cagándote del miedo), pero eso es exactamente lo que estaba pasando.

La noche

Yo le canto a esa noche en cantos, a esa noche única de la ciudad donde todo pasa y nada queda, esa noche-cuarto donde la entrada es gratis y a la salida vemos, esa noche-luna-carey de luna que nada arriba chapoteando y enfangándolo todo y que nos contempla a nosotros abajo squirming como se mira a los renacuajos en el fondo profundo de un estanque o a los goldfish de a dos por tres pesos que se pasean entre los galeones hundidos los tesoros los buzos de escafandra todos de plástico en el fondo adoquinado de una pecera. Yo le canto a esa noche bruja para conjurarla como ella me conjura a mí, para intentar inútilmente desenmascararla mientras ella me usa inevitablemente como máscara. Hoy somos todos hijos de la noche-ciudad. Somos todos facetas de esa gema negra enterrada en la frente de un ídolo de ébano. Pero/

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *