Gaika perdida y hallada en el templo judío después de haber visto Deconstructing Harry y dar una vuelta por el Taller Cé

deconstructing harry ver2Escribe Manuel Clavell Carrasquillo

A Mikephilippe Oliveros

Fui rescatado por un ladrido espantoso de Gaika del bosque rumano de la película porno para maricas “Forest Enchantment”: “Carajo, deja eso, condenao, te vas a gastar el miembro. ¡Qué clase de obsesión! ¿Negro? ¿Negro? ¿Otra vez? Ya… Dime ahora, who’s who?”. Me interrumpía en las rutinas autoflagelarias, pero más tarde se lo agradecí. Cambié la imagen hasta llegar al International Film Channel y allí me encontré con la película Deconstructing Harry de Woody Allen. ¿Hay que ver esa mierda… ño?, preguntó la canina vasca transformada en plaga. Después de ayer estoy convencido de que Gaika no es una, como me había imaginado siempre, sino legión (en este caso jauría demoníaca).

Pues sí, le dije, la vamos a ver completita, a menos que puedas manipular los controles. No –me soltó rápido–, no puedo. Graciosito. Pero sí puedo mear tu hermoso piso de terrazo. Hazlo para que tú veas, contesté, atrévete, condená, para que tú veas lo que es bueno. ¡Mire qué jodienda!

Comenzaban los créditos y, mientras leía las letras, recordé un paso de comedia del teatro estudiantil Taller Cé, un domingo cualquiera de los repetidos en la ciudad universitaria. Mientras los actores se acomodaban, estuve pendiente a la caja donde suelen guardar el dinero de los boletos, porque allí no hay taquilla con cabina y privacidad para llevar los libros de contabilidad, las facturas ni nada que se parezca. Inclusive, dejan entrar a niños menores de cinco años acompañados de sus padres yippies educados en Montessori (aquellos eternos años de panes de casabe del 12 de octubre preescolar). Me estuvo raro ese combo de reglas flojas, me estuvo raro, (Este mundo tiene que cambiar) pero calmé tántrums porque supuestamente se trata de un ambiente “familiar” y “urbano”, certificado en término de anualidades bien inspeccionadas por las autoridades cooperativistas. Aparentemente los infantes, por virtud de la idea izquierda heredada, también son socios de este taller compuesto, en su mayoría, por cantautores y otros especimenes artísticos de la venta de ollas casa por casa, libros inéditos bajo el brazo, pinturas rompesquemas colgaditas todas en las paredes bonewhite y sin grasa.

Los actores estaban tras bastidores metiéndose cosas, el aire acondicionado ni se sentía y yo preocupado por los centavos de la entrada. ¿Cuántos pendejos éramos? Quería robarles algún dinerito para que al menos se me moviera la adrenalina mientras pedía una cerveza Presidente seguida de dos shots de tequila. Llegué a beber, más tarde, pero nunca pude acostumbrarme a los señoritos de la universidad que cuchicheaban en la penumbra como si estuviésemos en Londres a la hora del té o las tres de la tarde en palacio con los alcahuetes de Buckingham y las madamas. Observé cómo los chicos asustados trataban con condescendencia intelectual a las muchachas de bien (Van a cambiarme la vida), que se tocaban el pelo como lo hacen las progres a lo Jane Fonda, no las putas Demi Moore, y descruzaban las piernas para agradarles los cerebritos mojados. Casi nada de Viagra con su poquitito de coca. Me pareció un quinceañero todo aquello y luego me arrepentí con remordimientos de ratero mal bebido de mis pensamientos chochos. ¿Qué quería, que las más bellas se abrieran despatarradas para que los machitos les metieran las vergas amoratadas allí mismo sin piedá? ¿Acción cavernícola = juventud vivaracha? Ensangrentados por menstruación, si quisiera ser tu dueño, agua clara y sentimiento. Permiso, pedir permiso en un antro fuera del salón más allá de la línea de piquete detrás de las espaldas de la madre superiora y el padre violentón el hermano bobo. Todo eso, ¿para qué?

-¿Gaika?
-(Silencio)
-Gaika, ¿mi amor?, ¿mi vida?

Presentaron la escena de una novia difícil, acabada de parir (Van a cambiarme la vida), que fustigaba a su compañero de proyecto de vida y cortinitas floreadas como mantel y centro de mesa porque a todas horas quería seguir y seguir y seguir jugando videojuegos. Y siguió, Pac Man se lo llevó. Como al soldadito de plomo de casa, Guillito, que la metralleta se lo llevó… y no volvió. El teléfono celular del muchacho la atormentaba mientras ella lo quería para él sentadito / listo para ver una película y, al otro lado de la línea (bueno, serán ondas, porque ya las líneas… out of order / out of date), se presentaba el resto de la manada: más muchachos que lo llamaban para que fuera con ellos a jugar baloncesto al centro del pecho peludo, a comer hamburguesas sangrientas en el fogón testicular, a ligar jevas en la fiesta de turno más su consabida borrachera Guiness, porque negra es mejor y si da dos veces mejor, también, y mejor pa ti, cabestrón. Guiar ebrios hasta la casa. Es la cosa. Esquivar las sirenas de los policías, (es la cosa) sentirse suertudos (no es redundante: una cosa es sentirla y otra cosa es la suerte), los jóvenes energéticos revestidos de la actitud temeraria del resto del populacho. Es la cosa, guákala, fo.

Después surge este personaje que está bueno, de repente, ay virgen, y en medio del escenario les lame los pies a otro, que resulta ser traficante de drogas blandas o pueden ser pastos de los que andan choretos por ahí. Tirador dado de baja de Levittown, el pueblo de los chores choretos y el chicharrón con choripán. Encienden las luces por error y allí estoy, delatado, metiendo mi mano impulsiva, temeraria (completa) en el cofrecito de la ganancia de los actores, que es el dinero que se recoge en la puerta –dicho ya–, como si fuese la ofrenda de una secta de seres que toman calmantes y se calman (by-the-way) escuchando las olitas artificiales del mar Aral (Putumayo Project). No importa, nada va a pasar, no habrá represalias. Soy una personalidad famosa, mis amigos me quieren y estamos en territorio libre de América. Calmaos, dije para mí justo después de reconocerme en ese firmamento de estrellas criollas, pero confieso que, en ese breve instante, sentía como los ladridos de Gaika me penetraban el cerebro sin grasita suavizante. Me desmayé. Cuando me despertaron (a fuerza del lanzamiento de una cantidad considerable de Club Soda) me di cuenta de que los actores habían decidido joderme hasta el niet. Por unanimidad, les tocaba hacerme la parodia también. Me tenían, sí, pero para poseerme en el arte y su círculo solidario permanente (no-matter-what) tenían que burlarse para saciarse al poseerme “de verdad”. (Van a cambiarme la vida). Para ello, fingieron que nada pasaba y que nada continuaría pasando, que es lo peor. Cambiaron la música, permitieron que el aire acondicionado enfriara del cero al diez y comenzó la tortura china. Chiplá. “Es estudiante”, “es un lector”, “es un crítico”, “pagó su boleto”, “la botellita”, “no tiene tapita”, “uno de tantos”, y “…dos más”. Chitón.

La película y la imposición del dominio de los controles remoto sirvieron de excusas para explicarle a Gaika que los muchachos inventaron esketches a mi nombre y los reprodujeron en escena hasta que el delito menos grave –por no mediar intimidación o violencia– se convirtió en payasada (Van a cambiarme la vida). Se rieron de mi promiscuidad y mi atrevimiento facineroso sin mencionar mi nombre, hablaron de mi intolerancia y mi afición por las tarjetas de crédito sin delatarme, consiguieron repetir mis gestos amanerados, casi torpes, el color de mi piel, y hablar como yo hablo e, inclusive, convencer a los bartenders más bellos del mundo –si otro mundo como este pero mejor fuera posible– (Van a cambiarme la vida) de que me siguieran sirviendo tequilas con todos los limones que requiriera por escrito y matasellos la operación bautizada por el comando teatral M-16/Luminoso Sendero Pedagógico como “Deconstructing H.”. Barra abierta, señoritas y señoritos, “next round on me”.

-Gaika, ¿dónde enterraste los cadáveres?
-Son mis ratas muertas, mis cabezas degolladas. Lo hice, pero en desobediencia civil.
-(Tú, el de allá abajo, aló, ¿a ti te han cambiado la vida?)

Salieron al área de fumadores con sigilo y nadie los siguió, estaban embelezados con el producto de consumo cultural llamado “Teatro breve”. Ella procedió a pararlo sobre el sofá que estaba colocado debajo de la escalera y le bajó la bragueta. Como estaba oscuro, oscurísimo, negro pelú, ciertamente, él consintió enseguida (sí, quiero) y lo puso a trabajar a su favor de inmediato. El alcohol, la marihuana y los relojes dictaron el paso rápido de la mamada, rapidísimo, en “high”, ciertamente (sí, quiero cambiarte la vida, mi amor). En un dos por tres salió la leche espesa y caliente disparada hacia el mismo centro de la oscuridad húmeda de su garganta y ella tragó sin sufrir el derramamiento salobre (¿cuánto más cambió?). Tragó ya cambiada y, fíjense, ¡qué cosa esta!, ni una gota de asco vino a sentir a pesar de las condiciones del sofacito aquel. Al final, encendieron un solo cigarrillo. Ella fumaba cabos por gusto adquirido, y la humareda sencilla fue suficiente para distraer al deambulante que los veía desde la acera a través de un minuto adicional, más no para ocultarlos del todo en la nube semitransparente del humentín.

Prende otro, pidió Gaika.
¿Radiografías?, ¿problemas cardiovasculares?, dijo, como decir: “¿Chucherías?”. “Sí, amorcito, sí… ándale, prende y pasa, sí”. (Tengo otra vida ya).

“Si mi padre llorase la pintura de los párpados en rayas negras mojadas, se pasaba el pañuelo y más rayas y manchas”. ¡Zas! –Antonio Lobo Antunes.

Los actores estaban revueltos porque un colega estrenaba para todo público su última película. “El Clown”, así la titularon (como quien quiere dedicarse en cuerpo y alma *antes de los treinta* a cambiarnos la vida como si na) era un desastre desde el inicio, pero la madre del que lo recordara o lo profiriera allí mismo a viva voz. La idea, robada (como este texto bastardo para Internet) de un artículo periodístico, consistía en el funeral de un payaso, y allá a la funeraria del pueblo costero van a llorar los deudos –nada más y nada menos que más payasos certificados. Contratistas independientes registrados en el Departamento de Hacienda, pues. No hay perros en las escenas iniciales, hay que recalcar, sólo payasos al sol en pueblo costero y vocación de cambiar cosas, hacer algo por su país. (Otro mundo es posible pero la vida nos va a cambiar, ¿no?). Regardless el “bondo” (“anyway”), hecho y emplastado en los rostros en plena transformación tragicómica durante dos horas, sólo quedó el boceto del triste y derretido maquillaje de los que quisieron cambiar. ¡Plaf!, titular a cuatro columnas y By-line. Así que tenemos prensa y una sobredosis de dolor pintorreteado, Mikephilippe, ¿qué más necesita una historia para ser contada? Pues mucha negación y desvíos, querido tú, (La vida nos va a cambiar) porque los payasos ríen por no llorar y así se ocupan en desviarnos a ratos por los meandros y los paseos en botecitos de pedal y en el recorrido por las tiendas de cuarzo, las botánicas y las madreselvas, que son unas flores que perfuman y glorifican nuestros amores, ¿no? (La vida nos va a cambiar). Eso queda meridianamente claro, lo sabemos… por ahí es por ahí y creo que esto se puede explicar sin tapujos porque hay falta de reconocimiento de la faena laboral de los payasos, tan mal pagos, coño, a pesar del impuesto sobre las ventas o uso y siempre olvidados más allá de los doce años y los cumple cumple …vuélveme a cumplir… de hijitos y nietecitos: otros no, pero algunos favorecidos por las mejoras voluntarias y las dádivas, no hay que negarlo –fracatán de chavitos extra– porque así, ante el televisor y el golpe de las películas, nos roemos las carnes que rodean la yugular (¡MUAK!), nos queremos de a poco, sí, y nos hacemos más daño, chulo, ¿por qué? Ahora, a manera de pausa formal, una metáfora nacional, (Van a cambiarnos la vida, pero a la fuerza si es necesario) se dice que fue el filme este el soberano “Clown a la mixta con Edipo Rex”: “Ridi pagliacio”, canta “nuestro” tenor autóctono y propio de la meganación en tono imperativo o sugestivo, no se sabe, mientras las salas de cine siguen vacías para esa tanda de “señor citizens”, “Señor Frog: El otro mundo posible, donde la vida cambió”, mujeres, la estudiantina de tunas y tunos y un periódico de la capital –para récord– fustiga al héroe cantautor con preguntas capciosas. Lo mismo en la radio de la universidad. ¿Por qué no vienen este año al Casals de Bellas Artes ni al Taller Cé las estrellas verdaderamente luminosas y envueltas como almojábanas en miel? ¿Por qué? ¿Por qué no? (El mundo, ellos, el cambio, la posibilidad)

Robé cosas y parlamentos y me sentí cambiado del todo, otro embaucador, soy otro pillo de los que roban para quererse más y abrazarse en plena solidaridad del reciclaje el papel los cristales la acción del próximo Foro Social.

Reconocí que podía llorar frente a Gaika sin considerarme ridículo por primera vez –como cuando gateaba por el pasillo custodiado por dos mastines afganos que eran mi Súper Yo–. Aproveché la coyuntura y le dije a unos cuantos que la culpa de mi homosexualidad la tenía un instructor de campamento de verano en bosque rumano y las temperaturas de la madrugada que me tensaban los músculos frente a él. Fui libre para reírme en la cara de una actriz menor y luego abrazarla con todas mis fuerzas. (No, no, no nos moverán). Le dije que sí, que todo estaba bien pero que en todo caso detrás del mostrador estaba Mike. Para todos los efectos legales, y estéticos, quedo en paz conmigo mismo y con el movimiento de los panas porque no le mentí. Saqué licencia para pedir dos tequilas más, a nombre de ustedes, desocupados lectores, paños de lágrimas, garantías mobiliarias de que este mundo va a cambiar. Lo hice. Desenfocado del epicentro del robo perpetrado, la centavería, los impuestos y la desfachatez, volví a beber. Soy inocente, lo juro y como gesto de reconciliación les deseo un feliz día de año nuevo 2007. Mucha salud.

“viva Woody Allen
más allá de los milenios registrables,
y más pesetas.
Salud. (Bis)”.

TELÓN (Opcional. No se estila.)

-Gaika: “Es judío, el director”.
-Yo: “Por eso no aprendió nada del Cristo y la parábola de cómo hizo rodar por el suelo las monedas de los mercaderes del templo de Jerusalem. Pero na, ahora que lo pienso, el problema de los que acumulan fe en el otro mundo posible es la circuncisión”.
-Gaika: “No te hagas, no por la circuncisión….”.

Un túnel largo y oscuro a lo lejos: el de ella, el mío, el de Sábato. El de él. ¡¡¡¡¡LU-CYYYYYY!!!! ¡¡¡¡¡Luci-eeeeeennnnnnnnnnnnn!!!!!

“He cambiado, no me reconozco en los espejos”.

–Antonio Lobo Antunes. (“Qué haré cuando todo arde”, traducción del portugués de Mario Merlino, emecé, 2004.

TELÓN FINAL (Opcional. No se estila).

PD: $Tanto polvo teatral e invitados en el palco entonces, ¡ah! ¡Con razón, después del gran “lecture” sobre el tamaño de mi esperanza en la clase actoral puertorriqueña, frente a la farmacia Walgreens y la sinagoga de Miramar, Gaika reapareció!)$

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