La beldad fea: Prolegómeno para una estética de lo otro

obeseEscribe: Alberto Martínez Márquez
Especial para Estruendomudo

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Miss Universe. Objetivar una premisa, de entrada abstracta, inaprehensible, equivale a desplazar la percepción de su riguroso andamiaje fenomenológico.

Axioma primero: la implantación de un absoluto jamás absolutiza lo absoluto.
Mejor intentar ahora el extrañamiento de una formulación axiológica. Antes de proceder, la normativa de lo bello deberá engrosar la nómina del cementerio de leyes universales: lo sublime y lo basto se topan con un repentino desplazamiento cronotópico de objetividades y subjetividades.

Axioma segundo: no es posible situar lo otro en lo uno cuando en lo uno rige la lógica del descarte de lo otro.

Hablar de la mujer más bella del universo remite a un intercambio desigual en el aparente orden de los sentidos. Este enunciado—la mujer más bella del universo—se empaña por medio de una sinécdoque bastarda. No sólo intenta negar el atributo de belleza de las otras beldades que concurren en el concurso—otras en el más amplio sentido semiótico—convirtiéndolo así en el aura que genera la única sujeto femenina, sino que busca sustituir lo otro por el absoluto-uno. Se ha manipulado, incluso, la temporalidad para justificar la permanencia de la belleza en el absoluto-uno; de tal suerte que el simulacro de una continuidad imperiosa mantiene lo bello bajo la dominación del absoluto-uno en el traspaso simbólico o “real” (llámese también mimético) del evento-ritual, comúnmente conocido como el Concurso de Belleza de Miss Universe.

Es incontestable que la función del evento-ritual es homóloga al robo. Involucra, además, una alusión implícita a la carencia de las demás concursantes. Se van descartando las menos bellas; así va construyéndose la base sobre la cual descansará el absoluto-uno en el momento final: la coronación. Por tanto, la parte no representa el conjunto de mujeres bellas que intenta representar. Las otras han de sobrar toda vez que concluya el evento-ritual. La belleza de las otras caduca de inmediato. La beldad, la bella, permanece, se erige como representante de un mundo (universo, cosmos) al que no representa. Simulacro. En la repetición del concurso está asegurado el eterno retorno del simulacro. Muestra a ultranza que la beldad, el absoluto-uno, lo bello, no caduca; tan sólo cambia de rostro y de cuerpo bajo el imperio soberano del nóumeno.

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La condición de la diferencia fenoménica de la beldad coincide con su diferencia nouménica en la borradura de la diferencia radical. Sobre la base del origen se fabrica la simulación del absoluto-uno. Se arriesga a una más que ilusoria absolutización que roba la otredad para sustituirla con simulaciones recurrentes del absoluto-uno.

Cárcel visual: abordar el reconocimiento de lo que no es bello (lo basto, lo feo) implicaría destruir la magia del evento-ritual (el concurso de Miss Universe). En los márgenes de la beldad existe sólo aquello que le sirve como oposición para construir su belleza (pura dialéctica), junto a sus virtudes morales, sus atributos físicos, su virginidad, su civilidad, su credo religioso, su ideología (lo político y áreas adyacentes), sus ideas, etc. ¿Cómo rebasar estos conceptos sin acudir al huero y malentendido sistema de polaridades y oposiciones? ¿Existe una fisura que posibilite la convergencia de lo mismo en su diferencia?

Lo feo desempeña el papel de aquello que siempre opera afuera. De ahí su excentricidad, su ubicación allende el centro. Representa, por lo tanto, la ruptura de la normativa. Es lo que sobra: el excedente.

Axioma tercero: la lógica de la exclusión o descarte implica la presencia no-dialéctica de lo feo.

Habría que preguntarse, empero, dónde radica el origen común de lo bello y lo feo. Para el poeta del Barroco español Luis de Góngora y Argote, en el poema homónimo, Polifemo y Galatea nacen del mar; esto es, poseen un mismo origen; pero no comparten la misma esencia. En el poema de Góngora, el cíclope Polifemo le recuerda a Galatea su mutuo origen. Y esto la convierte en fea, tanto como a aquél lo convierte en beldad. Lo feo y lo bello entonces dejan de operar como oposición maniquea y pone de manifiesto la imposibilidad de una dialéctica resolutiva. Comienzan ambos a pertenecer al circuito de interferencias mutuas, al plano rizomático de las imbricaciones infinitas.

Así, la beldad emerge otra de su estanco de distracción, que fuera de la sombra de lo feo sólo es mera contingencia De esta manera se comienza a leer en el exilio de lo bello el comienzo de su otredad en lo feo. La disolución necesaria del absoluto-uno marca el nuevo evento: la muerte del imperio del nóumeno. Que es el ocaso necesario de la procaz metafísica del simulacro de la beldad y el comienzo inevitable de la otredad radical de lo feo.

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