Manuel Clavell Carrasquillo
De la Redacción de Estruendomudo
Aprovechó el juego de fútbol de España contra Francia para cometer la fechorÃa. HabÃa anochecido, pero la capital estaba bajo fuego porque se habÃa declarado de sopetón el verano.
Los madrileños estaban fuera de circulación, algunos en las casas, la mayorÃa en los bares.
Caminó por el paseo de La Castellana para matar el tiempo en lo que se cumplÃa el plazo. Cambió la música de su ipod. Se echó a un lado y se sentó en un banco con la intención de tener la paz necesaria para dedicarse a una buena esnifada.
Xavi era catalán, aborrecÃa el debate sobre el Estatut y el calor madrileño lo tenÃa mareado. La coca lo puso mejor, le agudizó el sentido sexto. PodÃa percibirlo todo desde otras perspectivas. Se acomodó las narices en su sitio –se sacudió la primera inhalando con fuerza, luego la otra– y pensó en más detalles para cuadrar el fraude. La Castellana vacÃa, no se movÃa ni una hoja, y él calibrando distancias versus tiempos, horarios de RENFE, acometidas, poses y movidas calculadas que lo salvarÃan del desastre en el momento en que las fuerzas del orden se dieran cuenta de su osadÃa.
Se deshizo del banco y en ese momento de desenganche se agarró los huevos. Sintió un corrientazo eléctrico que le acordó su última embestida salvaje contra la carne de Razi. Comenzó a caminar y, mientras se acomodaban sus pupilas superdilatadas a la nueva cantidad de luz que emitÃan los postes, tuvo un flashback que lo sembró en el pecho peludo de su francesito árabe. Maldijo para sÃ: “Carajo, tan bueno que está ese cabrón y yo sin tiempo para darle pa’bajo”.
No tan lejos de allÃ, divisó un letrero de cerveza Mahou que estaba desplegado frente a un kiosco cerrado. La ciudad exhalaba un vaho dominguero. Se arrimó al letrero y sacó de nuevo el estuchito de plata y nácar donde guardaba la coca. Esta vez utilizó la uña del meñique derecho para echarse grandes cantidades. Inhaló varias veces miles de cristalitos artificiales y se le hizo la boca agua de sabores farmacéuticos. Sintió otra punzada en los huevos y se los agarró sin pudor, con agresividad deliberada. Nada de eso fue suficiente para elevarlo como si allÃ, frente a él, en aquel bulevard de La Castellana desierto, estuviese también Razi.
Sonó el móvil varias veces. Contestó. Del otro lado le avisaban del retiro de Zidane después del Mundial, señal inequÃvoca de misión abortada.
-m.c.c.