De la Redacción de Estruendomudo
Queremos al dócil y sus aplausos de final de naranjamecánica, sedado, al autómata de los sentimientos en regla antisátira. Lo amamos, al imbécil estación repetidora, que lucha por quedar bien con todos los demás. Al dependiente del criterio sello de goma para documentos registrables, a ese adoramos. Al todo-todo razón, recto, bienhechor de anuncios clasificados, a ese queremos imitar. Son los esbirros del yo no fui y la no confrontación. Son los retóricos del gobierno compartido, el civismo enaltecedor y la hipocresía mancomunada. Al retranca ideológica, a ese aplaudimos. Al defensor de los pedazos pequeños de tierras natales llevamos a la mesa presidencial. Al obtuso y su estrechez, junto con sus sudores en frío por el exceso de secreción corporal, ése es el que es. Hombres y mujeres de bien, cooperadores, que vayan en fila a hacer los mandaos. Hombres y mujeres patrón de recoger la basura a tiempo, de beberse ocho vasos de agua al día, de chichar en posición misionera, si chichan, así nada más.
Pienso en la Solución Final para las bestias rumiantes y la descarto por el costo político que ello supone según el electorado mundial, por supuesto incluyendo al haitiano, que es el más libre y el más juicioso del Caribe. El arte está plenamente censurado, las drogas son ilegales, me voy a meter a alguna religión, a otra y a otra y a otra y viajaré, viajaré lejos de esta isla de mierda predicando la segunda venida de Cristo, literalmente la segunda venida mormona, que es la que más interesa para efectos de exención contributiva del Internal Revenue Service.
Borraré mi nombre de los sobrecitos que mandé a hacer con mis señas a la imprenta, mojaré el sello y lo dejaré todo a cargo del cartero. Luego me voy a pegar un grito que se oiga desde San Juan de mierda hasta la gruta de Lourdes y voy a hacer otra buena obra para que mi lápida no se ennegrezca más. Pero esa lápida la voy a picar en cuatro cantos y cada canto lo voy a lanzar por un barranco lisboeta, de cara al Mediterráneo, hundiendo el culo siete veces detrás de la Mecca, enseñando mi verga erecta y viniéndome en los rostros de los tigrecitos blancos del zoológico de Beijing que han adoptado por cuestiones solidarias las monjitas de la caridad. Después un tiro en la cien, y otro, y otro, y otro, hasta suspender el deseo de cantazo repetitivo y desaparecer.