Como un delfín en un banco de ostras: Henry Miller introduce el 2ndo Certamen de Microrrelatos Eróticos de Estruendomudo

“En fin, todo esto es simplemente una introducción a la confusión sexual que predominaba en aquella época. Era como instalarte en un apartamento en el País de la Chichaera. Por ejemplo, la muchacha del apartamento de arriba solía bajar a veces, cuando mi esposa estaba dando un recital, para cuidar de la niña. Era una bobalicona tan evidente, que al principio no le presté la menor atención. Pero también tenía una chocha, como las demás, una especie de personal chocha impersonal, de la que tenía conciencia inconscientemente. Cuanto más frecuentemente bajaba, más conciencia tomaba a su modo inconsciente. Una noche, estando ella en el baño, después de que hubiera permanecido en él un rato sospechosamente largo, me puse a pensar bellaquerías. Decidí espiar por el ojo de la cerradura y ver por mí mismo qué pasaba. Y para mi sorpresa la putita estaba delante del espejo acariciándose la almejita. Casi hablándole podría decirse. Me excité tanto que no supe qué hacer. Volví al salón, apagué la luz, y me tumbé en el sofá a esperar a que saliera. Mientras estaba tendido, seguía viendo aquella peluda tota que tenía refugiada entres sus piernas, como araña al acecho, y la seguía viendo rasguñándola. Me abrí la bragueta para permitir al canario estremecerse al fresco y a oscuras, intenté hipnotizarla desde el sofá, o, al menos, intenté dejar que mi canario la hipnotizara. “Ven aquí, bellaca”, decía una y otra vez para mis adentros, “ven aquí y úntame esa chocha encima”. Debió captar el mensaje inmediatamente, pues en un santiamén ya había abierto la puerta y estaba buscando a tientas el sofá en la oscuridad. No dije ni palabra, ni hice el menor movimiento. Me limité a mantener la mente fija en su chocha moviéndose silenciosamente en la oscuridad como un cangrejo. Por fin llegó hasta el sofá y allí se quedó de pie. Tampoco dijo una palabra. Se limitó a permanecer allí de pie en silencio, y, cuando le deslicé la mano por las piernas, movió ligeramente un pie para abrirlas un poco más. Creo que en toda mi vida he puesto las manos sobre unas piernas más jugosas. Era como engrudo corriéndole piernas abajo, y, si hubiera tenido carteles a mano, habría podido pegar una docena o más. Un momento después, con la misma naturalidad de una vaca que baja su cabeza para pastar, se inclinó y se la metió en la boca. Yo tenía nada menos que cuatro dedos dentro de ella, con los que la estimulaba hasta hacer espuma. Tenía la boca llena hasta rebosar y el jugo le corría piernas abajo. Como digo, no pronunciamos ni palabra. Éramos un par de maniacos mudos trabajando sin parar en la oscuridad como sepultureros. Era un paraíso de la chingaera y yo lo sabía, y estaba dispuesto a chichar hasta perder el juicio, si fuera necesario. Probablemente fuese la mujer con la que mejores polvos he echado en mi vida. No abrió el pico ni una sola vez: ni aquella noche, ni la siguiente, ni ninguna. Bajaba así, sigilosamente, en la oscuridad, tan pronto como se olía que estaba solo, y me cubría completamente con la crika. Además, era una crika enorme, ahora que lo pienso de nuevo. Un laberinto oscuro y subterráneo, provisto de divanes y rincones acogedores y hojas de morera. Solía meterme en él como el gusano solitario y esconderme en una pequeña hendidura donde reinaba un silencio sepulcral: era tan apacible y tranquila, que me tendía como un delfín en un banco de ostras.”

-Tomado de Henry Miller, Trópico de Capricornio, p. 178 y 179, versión de j.a. bonilla. Foto del autor por Harry Redl.

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