Gaika en misión etnicida con énfasis en prender y apagar las luces de hanukkah y frustrar un viaje de hajj

Por Manuel Clavell Carrasquillo

Gaika se tiró un ladrido inesperado cuando pasó frente al maricón tecato que pide pesos frente a Walgreens. Querida, no seas maleducada, le espeté desde arriba para que entendiera mi posición al respecto. Me explicó que el tipo la tiene cansada con las peticiones recurrentes de un pesito, por fa, un pesito. Le indiqué que debe tener paciencia con los menos afortunados, traté de exponerle con calma las posibles razones del desamparo, pero me ignoró como perra faldera acomodada.

No entraba en razones y no pidió perdón hasta que se encontró de frente con la nueva extensión del Centro Comunitario Judío de Miramar. Calló de rodillas ante el monumento yiddish y prometió que durante un mes sólo comería hot dogs kosher. De un ladrido me comentó la enorme desproporción entre el imperio semita que se construye frente a la laguna del Condado y las malascrianzas del marica enganchado de por vida a la manteca.

En el ínterin, pasa que un chancletero malo y un zefardita se encuentran en la avenida Ponce de León, a la altura de la Parada 15. Ambos entran cogidos de las manos a comprar Lestoil limpia pisos y lavamanos en Todo a Peso. La dependienta se asusta y reparte los numeritos de los turnos. Llama primero al musulmán que recuesta la barba contra la góndola de las velas de olor y los otros dos personajes del triángulo comienzan las protestas. ¿De dónde salió ese moro?

De inmediato, la dependienta pone orden demandando a gritos que le indiquen cuál de todos los caballeros allí presentes está circuncidado. El zefardita esconde la bemba y da tres saltos. La loquita yonqui agarra un pote de King Pine limpia pisos y lavamanos y se lo derrama encima al musulmán, que en esos momentos se inclinaba para saludar a los peregrinos del hajj que le dan siete vueltas a la piedra negra de la Mecca. Límpiate, cabrón, que apestas a té de chai con exceso de clavo. Esa frasezota hiriente le dijo.

Gaika se huelió los incidentes etnicidas antes reseñados e interrumpió la disertación sobre los futuros usos del gran anfiteatro kabalístico, los hot dogs y la conveniencia de prender siete velas en acto sustitutivo de los lechones que se sacrifican en las cristmas. Y allá, al meollo de la trifulca, fue a parar con su rabo erecto, en posición de radar oculto de la KGB en plena función transmisora de chismes políticos.

Yo se lo advertí como pude, llamándola suavecito para no contradecirla en su arrebato místico: Gaika, ven inmediatamente para acá y no te metas en lo que no te importa.

Mi reclamo fue inútil.

A lo lejos escuché la sirena de la ambulancia y el corre y corre de los paramédicos.

Resulta que las autoridades hospitalizaban de la rabia a un profeta de Alá encadenado a la punta del pene de un hijo de Yaveh que nunca pudo recuperarse de las mordidas de una loca pesetera y un amasijo de pelos Chow-Chow que le brincaron encima a dentelladas.

Luego de la transubstanciación de canina chic a superhéroe desquiciada, Gaika regresó a mis brazos como si nada. A los demás los tienen hace par de noches con suero y a base de sopitas ralas en el Centro de Diágnostico y Tratamiento del Municipio de San Juan, sito estratégicamente al final de la Calle Hoare.

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