Réquiem a la Sabiduría IV: “Todo lo que tenemos es pasado”

Por Francisco Javier Avilés / j.a. bonilla

 

Me miserable, which way shall I fly
Infinite wrath or infinite despair?
– J. Milton, Paradise Lost

 

Escribo con la garganta amordazada y con un temblor líquido en la mirada. Y si digo mirada lo digo pensando que lo miro a él, porque él me enseñó a mirar.

 

Me trasladé del recinto de Humacao al de Río Piedras luego de un año en el sistema, ya decidido a estudiar literatura. Eso fue en 1992. Tardé un año en conocer a Tollinchi. En agosto de 1993, como parte de los requisitos del Bachillerato en Literatura Comparada, tomé el curso de literatura medieval que daba un tal Esteban Tollinchi. Él no se encontraba en el programa original cuando me matriculé, le pidieron que diera el curso cuando surgió un problema con la profesora que lo iba a dar. Así que me sorprendió doblemente ver entrar al salón esa figura tan particular. Delgado y blanquísimo con unos ojos claros siempre semi aguados, parecía una figura de cera cremosa pero semi translúcida, como los rostros de los hombres en las pinturas de Vermeer, la piel parece que se evapora. Calzaba unos impecables zapatos beige y vestía un gabán verde muy oscuro.

 

Explicó por qué estaba frente a nosotros y comenzó su clase. Las notas que siempre traía eran un papel amarillo y añejo finísimo más pequeño que el tamaño carta en el que nosotros imprimimos nuestras cuestiones; éste estaba doblado verticalmente en tres o cuatro secciones de manera que se formaban pequeñas pero largas columnas. En esas columnas Tollinchi aglomeraba unos comentarios pequeñísimos escritos en tinta roja, que cubrían todo el papel. Las notas siempre estaban dobladas de tal forma que figuraban un acordeón (que mi imaginación convertía en música intelectual), de manera que Tollinchi siempre tenía frente a sus ojos una sola columna. No siempre la miraba, pero cuando lo hacía doblaba y redoblaba el pequeño acordeón en lo que pudo haber sido un extraño ritual de caricia mental que se llevaba a cabo entre sus dedos afilados y las palabras en reposo.

 

Lo más hermoso era su gaguera, esa especie de intermitencia erótica que había en su palabra. Yo no hablaba casi nunca, pero un día levanté la mano porque tenía una duda sobre el Beowolf. Él, que estaba envuelto en una explicación, se acercó un poco, di,di, dígame Avilés. (Siempre me llamó Avilés, me saludaba cada vez que se encontraba conmigo y me preguntaba qué estaba leyendo en ese momento). Hice una pregunta insignificante que no recuerdo y Tollinchi invirtió los últimos 10 o 15 minutos que le quedaban a la clase en contestarla, y al final no quedó satisfecho y me dijo, pe, pe, pensaré sobre su du, du, duda en el fin de semana. Esa era la última clase de la semana. Al regresar a la clase, Tollinchi entra al salón y lo primero que sale de su boca es en cu, cu, cuanto a su pre, pre, pregunta… y sigue hablando por los próximos 20 minutos contestando una pregunta que a mí se me había olvidado. Ese era el profesor Tollinchi, su compromiso con el pensamiento que era también una forma de estrategia ética, un respeto profundo por las inquietudes del estudiante y un afán por hacer del espacio académico un lugar para la estimulación.

 

En el que posiblemente fue el mejor curso que he tomado en mi vida “Romanticismo y modernidad”, Tollinchi concluye el curso comentando incisivamente sobre Marcel Proust, sólo el primer tomo de ese monstruo que es En busca del tiempo perdido, porque desafortunadamente no había tiempo para más. Ese día llegó al salón y lo primero que dijo fue: “Todo lo que tenemos es pasado” y prosiguió su análisis. Yo, hasta la fecha no sé porqué, me quedé estático, no podía seguir tomando notas y estaba experimentando un genuino placer estético que no tiene palabras. Perfectamente localizado en la boca del estómago sentía que me nacía una enajenación, una separación poética que paradójicamente me regresaba a las cosas, a la mirada de las cosas, la mirada que te dan las cosas y la mirada que tú le das a las cosas. Fueron tres o cuatro segundos, como un orgasmo, pero fue de una intensidad increíble. Y pensé de esto debe tratarse la literatura. No lo sé, tal vez haya una síntesis perfecta encerrada en esas palabras, el asunto fue que en un momento el profesor me miró y se sonrió, yo regresé y me limpié las lágrimas que me bajaban por la cara.

 

"En la imagen, detalle de La Escuela de Atenas (1510-1511), uno de los más famosos frescos que Rafael pintó para decorar las estancias del Vaticano. Presiden el inmenso fresco Platón y Aristóteles, dialogando y sosteniendo cada uno de ellos una de sus obras (El Timeo y la Ética); en el conjunto del fresco están representados otros filósofos y eruditos griegos. El gesto de Platón, señalando hacia el cielo (el idealismo platónico) parece ser contradicho por el de Aristóteles. Es, naturalmente, una recreación fantasiosa de lo que pudo haber sido la Academia de Platón".

Réquiem a la Sabiduría III (Profesor Esteban Tollinchi 1932-2005)

Una vez encontré su libro "Arte y sensualidad" en especial de liquidación sobre una de las mesas de baratillos que ponían en las aceras las librerías de Río Piedras. Ese era el libro del profesor que llegaba con puntualidad, todos los sábados a las 11:00 a.m. a leer el New York Times a la Sala de Revistas de la Universidad de Puerto Rico. Aquel señor de ojos claros y chaqueta beige era un asiduo lector del suplemento cultural de ese diario de récord estadounidense. Más tarde me enteré que todos los años Esteban Tollinchi viajaba a la Babel de Hierro a mediados de noviembre para inaugurar la temporada de teatro y música clásica de esa gran capital cultural. Me matriculé en uno de sus cursos a sabiendas de todo lo que se decía de él. Ese hombre es gago, se le entiende a duras penas. Es bien difícil también. Nada más lejos de la verdad. A Tollinchi se le entendía todito, sobre todo cuando leía el texto literario que se discutía en su idioma original. Era políglota, dominaba más de 7 idiomas, según cuentan en la universidad. El curso comprendía un panorama de la épica, empezando con Homero, parando en Virgilio, leyendo a Dante y echándole un vistazo rápido a Joyce. Eramos cinco estudiantes y Tollinchi nos guió por los infiernos clásicos con destreza de gran capitán. Leía en griego, en latín, en italiano antiguo y en inglés. Gran parte del curso se concentró en escuchar esos textos en idioma original. De allí partía para resumir características, explorar comparaciones, motivarnos a entrar en esos mundos lejanos y supuestamente aburridos. Yo llegaba en guagua hasta su salón, desde Santurce, desde la depravación bachatera santurcina a escuchar la Eneida en latín. Un verano caliente me lo encontré frente a la Biblioteca José M. Lázaro, ya sabía que este profesor viejo, el príncipe de los eruditos que forjaron mi educación, no tuvo remilgos en publicar junto a las irreverencias de Manuel Ramos Otero, Rosario Ferré y Olga Nolla un texto sobre el romanticismo en la revista literaria más escandalosa que haya tenido la isla: Zona de carga y descarga. Ya sabía de la legendaria polémica entre Tollinchi y el profesor Carlos Pabón por la prominencia o insignificancia de las doctrinas posmodernas en el plano de la historia de las ideas de la cultura occidental. Pabón insistía en que lo posmoderno llegaba para quedarse, en la utilidad de esa herramienta teórica para romper esquemas. Tollinchi entendía que no, que la ideología posmoderna era sólo una moda pasajera, una chapucería intelectual. De ahí su interés en publicar "Los trabajos de la belleza modernista", antes de su muerte: con ese libro probaría que eso de la posmodernidad ya es copia de la copia de la copia de una degeneración de muchas filosofías que habían planteado el desgaste apocalíptico ya. Sus libros los escribía a máquina, en papel legal. Durante sus cursos entregaba fotocopias de varios capítulos para que nosotros, unos imberbes wanna be, los escudriñáramos y le señaláramos nuestra opinión. Contaba que como ciudadano de Hato Rey llegaba en taxi, a pie o en pon hasta el cine de la urbanización Roosevelt. Le encantaba el cine y, en clase, los comentarios cinéfilos eran los únicos que se permitía fuera de la línea del material. Cierto día transcurrió entre lo sublime y lo profano porque no sé qué pasaje de Dante le recordó al Hamlet de Shakespeare. Eso lo llevó a burlarse del tinte rubio que le pusieron a Kenneth Branagh en la versión modernista del filme. "Branagh será un gran actor, pero ese rubio le queda espantoso", dijo, e inmediatamente sonrío. Detalles que humanizaban al doctor emeritus per exelance, junto a su presencia constante como profesor orientador de los estudiantes de filosofía en el proceso de hacer matrícula.
Ceci quiso que al final del semestre los estudiantes fuésemos a su casa a celebrar. Vivía en un apartamento de los edificios que colindan con la Milla de Oro. El apartamento era el colmo de la austeridad. Tenía una biblioteca prominente. Todos los tomos estaban encuadernados. Había varias mesitas de lectura, cada una con su lamparita de buena luz. Nos invitó a que ojeáramos los libros que quiséramos. Allí sólo había dos imágenes, según mi recuerdo: una del poeta granadino Federico García Lorca y otra del novelista alemán Thomas Mann. Tollinchi estuvo toda la noche bailando polca con Ceci en la sala. La polca provenía de una victrola y de cientos de discos de pasta. Era un gran bailarín. Nosostros hablábamos en el balcón y de vez en cuando la lumbrera se acercaba para conversar. Con una normalidad que pasmaba. ¿No era ése el mismo individuo que hace unas horas estaba dictando un curso sobre Thomas Mann?, ¿que citaba el texto directamente del alemán? Muchas veces lo vi junto a sus amigos caminando por el Viejo San Juan. Caminando por el recinto, como si estuviera en París o en Frankfurt, vestido con traje gris o beige, con sus zapatos italianos de piel de gamuza, con esa prisa citadina que nunca perdió. Cuando se supo de su cáncer, algunos profesores comenzaron a visitarlo al salón. Tomaban sus cursos como si fueran estudiantes de la eminencia otra vez. A un amigo muy cercano y muy querido le comentó: "Vienen porque saben que me voy a morir". No era cinismo, era su forma directa de filosofar. Se quejaba de la mediocridad y la chapucería todo el tiempo, con una postura que ni hería ni era condescendiente; con una postura de lucidez. A mi amigo, que es bailarín de música autóctona, le repetía que cómo era posible que con tan buena cabeza él fuese a profesionalizar el talento que tenía en los pies. Así de tajante y conservador era. Y sus palabras dolían pero hacían al alumno crecer. Crecer al parase uno un segundo frente a la Biblioteca Lázaro y, en un acto nerdo-irracional, saludarlo sólo para compartir con él lo que suponía en esos momentos de decadencia juvenil una transgresión: Profesor, me estoy leyendo este verano "Absalom, Absalom!", de Faulkner. Sólo por placer. Muy bien, muy, bien, me contestó. ¿Y usted entiende lo que está leyendo, Clavell? Bueno, profesor algo. Recuerde consultar siempre el diccionario Clavell, con Faulkner no se deje llevar nunca por la intuición.

 

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Réquiem a la Sabiduría

Réquiem a la Sabiduría II

Héctor Lavoe no hace coro: 7mo Microrrelato Espiritista Allan Kardec 2005

Por Juan Carlos Quintero Herencia

El desarrollo de esa flexibilidad se halla
en la capacidad de la coyuntura para sostener cierto peso.
Así como también la voz, que sin el cuerpo no accede al espíritu.

-Áurea María Sotomayor, “Lección de estética: el salto”

A I. por mostrarme lo que no debía

Novás ya había tomado la decisión. Acababa de llamar. Había aceptado sin muchas ganas pero la precariedad le mordía las horas de sueño. La mezquindad del entorno ayudó su poco. El nuevo trabajo era eso, la posibilidad de otro día, otro libro y otros rostros. La noche anterior había ayudado a su Madrina durante una fiesta para los muertos de la casa. Allí le dijeron que empaquetara, que no había de otra. Novás tiene un muerto que no da la cara, con pluma y traje de época. Se iría de la isla el mismo día que su padre fuera internado en un Hogar de ancianos. Por qué llegó a la Colección Puertorriqueña se lo atribuye hoy al amago de lluvia de entonces, cierta despedida que ensayaba sin saber y, por supuesto, a una causalidad oscura que ahora no lo sorprende. Lo irremediable y lo penoso del destino de sus pasos aquel día le confirmaban además algunos de los motivos de su escape. Para colmo llevaba consigo, a medio leer, Extrañamiento del mundo de Peter Sloterdijk. Pidió la colección completa de la revista de poesía que editara con sus panas allí mismo en la Universidad durante los años ochenta. Notó que en uno de los números, debajo de un poema lunar de Israel Ruiz Cumba, alguien había escrito: “está cabrón”. Mientras leía le tocó el hombro una pariente que no lo dejó hablar: “Yo sé quién tú eres, somos primos y también para dónde vas”. La prima, Leonor, se había criado en Arecibo y hoy es curadora del Museo Smithsonian. (Recién inauguró una exposición sobre Celia Cruz en pleno Washington D.C.) Llevaba prisa y le puso en el bulto un video. En la cubierta había escrita una dirección. “Te vas a volver loco cuando lo veas. Leí lo que escribiste sobre la salsa y lo de Babalú Ayé. Te doy esto porque en una mesa blanca presidida por mi mejor amigo (un cura gay con una vida de farándula que ni te cuento…) salió un muerto mentándote con pelos, señas, nombre y apellido. Vamos a trabajar juntos. Llámame cuando tengas casa.” Se fue como llegó.
Indestructible.\r\nLogró identificar: “El hijo de Obatalá” y “El diablo”. Lavoe está en\r\nel coro. Se oye la orquesta asordinada pero el coro no tiene pérdida. \r\nEn una de las pausas, una voz a través de un micrófono, tal vez el\r\ningeniero de grabación, grita en el mejor de los idiomas, que dejen la\r\njodedera, que alguien está impostando la voz, que hay un eco extraño. \r\nLavoe dice que no es él. Rumoreo, risas y un “clase_pendejo”. Se\r\nsuceden los números. En medio de “Llanto de cocodrilo”, de repente, la\r\ncámara cae. Luego de ese sacudimiento propio de un cuerpo que ha\r\nrecibido un azote (cimbronazo diría Palés), queda en un ángulo que sólo\r\npermite ver las espaldas de los músicos arremolinados en torno a un\r\ncuerpo del cual apenas se distinguen sus zapatos. Charol blanco papá,\r\nzapatacones, polyester everywhere. Se oye alguien desesperado: \r\n“Búscate a Yayo, llamen a Yayo que él sabe cómo bregar. Yayo vuela,\r\nYayo se transporta”. [Nota: recordar la conversación sobre Yayo el\r\nindio con la madre de Roberto Roena.]
\r\n El día de su salida de la isla fue a despedirse de su padre. Los\r\nderrames lo han convertido en una sombra, apenas habla. Sonríe y\r\naunque todavía lo reconoce, en la lejanía de sus ojos hay una tristeza\r\nsin contestación. El primer mensaje en su nuevo número telefónico era\r\nde Leonor. Le prometía una entrevista inédita con la que fuera esposa\r\nde Lavoe, (muerta en circunstancias misteriosas o estúpidas) donde\r\nnarra detalles de la caída del Cantante de los cantantes desde un alto\r\nbalcón en un Hotel del Condado. “Mira Novás, paquegoces, no fue garata,\r\nni suicido, ni arrebato. Hablamos.”
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\r\nTe escribo ahora sobre los otros asuntos que tengo que alimentar a la\r\nprole.
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\r\njuan carlos
\r\n\r\n\r\n\r\n\r\n",0] ); //–>
El video, filmado por Leon Gast, podría ser un ensayo de la orquesta de Ray Barreto en los estudios de la Fania. Lo más seguro es que se trate de una sesión de grabaciones para el disco Indestructible. Logró identificar: “El hijo de Obatalá” y “El diablo”. Lavoe está en el coro. Se oye la orquesta asordinada pero el coro no tiene pérdida. En una de las pausas, una voz a través de un micrófono, tal vez el ingeniero de grabación, grita en el mejor de los idiomas, que dejen la jodedera, que alguien está impostando la voz, que hay un eco extraño. Lavoe dice que no es él. Rumoreo, risas y un “clase_pendejo”. Se suceden los números. En medio de “Llanto de cocodrilo”, de repente, la cámara cae. Luego de ese sacudimiento propio de un cuerpo que ha recibido un azote (cimbronazo diría Palés), queda en un ángulo que sólo permite ver las espaldas de los músicos arremolinados en torno a un cuerpo del cual apenas se distinguen sus zapatos. Charol blanco papá, zapatacones, polyester everywhere. Se oye alguien desesperado: “Búscate a Yayo, llamen a Yayo que él sabe cómo bregar. Yayo vuela, Yayo se transporta”. [Nota: recordar la conversación sobre Yayo el indio con la madre de Roberto Roena.]

 

El día de su salida de la isla fue a despedirse de su padre. Los derrames lo han convertido en una sombra, apenas habla. Sonríe y aunque todavía lo reconoce, en la lejanía de sus ojos hay una tristeza sin contestación. El primer mensaje en su nuevo número telefónico era de Leonor. Le prometía una entrevista inédita con la que fuera esposa de Lavoe, (muerta en circunstancias misteriosas o estúpidas) donde narra detalles de la caída del Cantante de los cantantes desde un alto balcón en un Hotel del Condado. “Mira Novás, paquegoces, no fue garata, ni suicido, ni arrebato. Hablamos.”

El colapso de las instituciones

Queridos:

El libro ha colapsado y prefiero la segunda entrada del la RAE sobre la palabra colapso para enfrentar el asunto apocalíptico: Paralización a que pueden llegar el tráfico y otras actividades. También la cuarta, Estado de postración extrema y baja tensión sanguínea, con insuficiencia circulatoria.

 

Allí estaré ofreciendo una conferencia titulada Los blogs y el descalabro del libro, donde hablaré sobre estas vainas el sábado 10 de diciembre en el Museo de Historia de Caguas, invitado por el Taller del Discurso Analítico y el Foro del Campo Lacaniano. Aquí está el programa y algunos detalles.

Dulce oficio de cadáveres (¡Diles que sí me maten. Anda, vete a decirles eso!) 5to Microrrelato Espiritista Allan Kardec 2005


Por Rodrigo Köstner

"Rabioso, transformado en la tribulación de Nosferatu momentos antes de volverse polvo, el espectro de Cupido –sin carcaj, sin flechas y sin alas- es el único que obliga a besar así", pensó Pedro Páramo –todavía duro- mientras miraba el rostro extasiado de una Susana a punto de romper el féretro. "A esta tumba se entra con antorcha en mano, Pedrito. No para alumbrar, sino para quemarlo todo", irrumpioó, anticlimática y vengativa, la voz de Florencio ante el inminente ablandamiento del cacique.

La letra del difunto: 4to Microrrelato Espiritista Allan Kardec 2005


Por Mara Pastor

Valdomero Crescioni no aceptaba clientes sin la prueba del difunto. De todos los pueblos llegaban los vivos con las listas de compra, los diarios, las recetas de cocina, las cartas de amor, las notas de despedida del muerto. Yo no como cuentos, decía, no quiero que el diablo me coja de pendejo. Lo importante era la letra, el espejo espiritual decía Valdomero a veces, aunque en ocasiones se tratase de un mero grafema. Cuando se le preguntaba cómo había aprendido la psicografía, Valdomero contestaba que los espíritus se le metían desde chiquito y que fue así que aprendió a leer, mirando fijamente lo que escribía por las noches debajo del zaguán con una vela, para que no le pegaran fuete. Mi abuela era muy católica, explicaba, y esas cosas le olían a azufre. Un día Valdomero se levantó de la cama mientras los demás dormían. Tenía siete años. La abuela se levantaba con el alba para darse baños de agua tibia en la palangana sin que nadie la molestase. Valdomero, mijo, qué tú haces a estas horas por ahí, mira, nene, acuéstate que ni siquiera han puesto huevos las gallinas. Estará sonámbulo este chamaco, pensó, mientras Valdomero abrió el escrín de la puerta que daba al balcón de la casita, se sentó en el piso, cogió un pedazo de carbón de los que estaban en la tina para purificar el agua y empezó a gravar con el trozo de piedra negra oraciones que de lejos se le hacían ilegibles a la abuela. Ella fue dando pasitos cortos desde el pasillo de la casa hasta el comedor. Podía escuchar la respiración tupida y pronunciada de Valdomero. A decir verdad parecía la de un hombre con malos pulmones y no la de un niño. Lo llamó de nuevo pero esta vez con autoridad. Mira, muchacho, deja la majadería, coño, y vente pa’ dentro. Valdomero no hacía caso. Abuela llegó a la puerta, abrió lentamente el escrín de la puerta que daba al balcón. Ya se escuchaban los gallos y los muebles de mimbre estaban llenos de luz púrpura rosa. Valdomero, como si saliera de algún trance, suelta el trozo de carbón y se mira la mano. Tenía todas las grietas de la piel tiznadas como las corrientes de un río en un mapa viejo. El nieto estaba rodeado de carácteres que trazaban un círculo perfecto alrededor de su cuerpo con una sola oración. No tuvo que entender nada, con leer la frase supo que no era Valdomero quien originó la idea. Alma, deja al nene quieto y mete el culo en la palangana. Era la letra de su difunto marido.

Ring: 3er Microrrelato Espiritista Allan Kardec 2005


Por Sam Merissan, traducción de Rafah Acevedo
Ilustración: "The Nightmare", John Henry Fuseli (1741)

Soñó que el timbre del teléfono la despertaba y despertó con el timbre del teléfono. Contestó.

Hola.

Muchacha. No me vas a creer, estaba soñando que me despertaba el timbre del teléfono y sonó el timbre.

Carajo, a mí me pasó lo mismo.

Pero si tú no tienes teléfono.

Ay, pues llama, a ver si me despierto.

Bueno, acuéstate.

Se acostó y volvió a soñar. Soñó que no sonaba el timbre del teléfono. Los golpes en la puerta la despertaron. ¿Quién es? Nadie contestó. Abrió la puerta. Nadie. Se volvió a acomodar en la cama. Se durmió.

Soñó que el timbre del teléfono la despertaba pero siguió durmiendo porque no tiene teléfono.

Entonces oyó que la llamaban por su nombre y despertó.

Dime.

Muchacha, tienes llamada.

Di que no estoy.

Tú estás, quien no está soy yo, dijo la voz.

Estancias: Allan refuta a Allan: 2ndo Microrrelato Espiritista Allan Kardec 2005

Por j.a. bonilla

 

The soul is safe as long as its particular form is preserved.
Raymond Llull

-Habrá notado, estimado profesor Kardec, que la existencia espiritual es más compleja que sus muy famosas estratificaciones metafísicas.

-Ni tanto, ilustrísimo señor Poe, las habitaciones espirituales están dotadas de puertas para la traslación de entidades inquietas y nómadas.

-Déjeme explicarle mi objeción con mayor precisión, -el escritor se sirvió en una copa una sustancia verde y brillosa y procedió a estimular su etérea garganta. –Las moradas descritas por usted están claramente regimentadas, lo cual le atribuye a los espíritus fijaciones espaciales que la naturaleza de la eternidad no comparte. Ya usted ha podido darse cuenta que la eternidad es también un juego de disfraces y que la lucha continúa en la intemporalidad del éter. Si bien usted acertó en la descripción de algunos recintos, es obvio que el flujo constante entre ellos ha creado espacios límbicos donde habitan o fluyen espíritus volátiles. Entre las moradas existen amplios mundos que se resisten a entrar a los recintos establecidos. Mundos por los que yo, obviamente, disfruto pasearme. Mientras deambulé por el mundo de los vivos tuve el privilegio de visitar algunas de estas estancias.

Flotando en la entrada de uno de los mundos regeneradores, ambos espíritus continuaron su debate, Kardec visiblemente molesto, Poe aburrido e impaciente porque la carroza-taxi que había pedido aún no llegaba y Eleanora lo esperaba en la taberna ‘La carta robada’. Muy cerca pasaron Borges y Swedenborg muy alegres y cogidos de la mano.

Una llamada inoportuna a Elena Poniatowska

Entrevista

 

Por Manuel Clavell Carrasquillo

 

La escritora mexicana Elena Poniatowska, que acaba de presentar la novela “El tren pasa primero” (Alfaguara, 2005), estaba en su casa en el Distrito Federal, pero estaba cansada. “Me dijeron de Alfaguara que iban a ir por mí al aeropuerto. Nadie fue. Acabo de llegar de Oaxaca. En fin, puros problemas”. Eso dijo tan pronto la saludé al comenzar esta entrevista por teléfono. Sin embargo, insistió con firmeza en no hacerme perder el tiempo: contestaría todas mis preguntas en ese momento inoportuno, a pesar de que estaba agotada. Por esa razón, decidí empezar con la pregunta que suponía más impertinente.

 

En cuanto a su edad y su visión de mundo, ¿usted se considera una persona mayor?

 

Yo tengo 73 años, nací en Francia, mi madre es mexicana, se llamaba Paula Amor, llegué a México habiendo cumplido 10 años. Yo no me considero una persona mayor para nada.

 

¿La escritura es lo que la hace sentir joven?

 

Pues sí, el mucho trabajo, el estar continuamente yendo y viniendo, tomando aviones, viajando, dando conferencias y luego teniendo un gran contacto con los jóvenes.

 

¿Se propone escribir para que los jóvenes la lean?

 

No, no me propongo nada. Escribo porque ese es mi oficio desde hace más de 50 años. Si me leen los jóvenes, pues es una gran alegría. En general, los jóvenes me leen desde que escribí “La noche de Tlatelolco”, sobre la masacre de 250 personas el 2 de octubre de 1968.

 

En términos de multitudes y posibilidades de lectura, ahora está la Internet. ¿Visita la Internet?

 

A veces, pero no mucho. Lo que más hago es escribir. Utilizo la computadora como una máquina de escribir. No sé navegar.

 

¿Qué utopías de su juventud todavía defiende?

 

Yo defiendo todas las utopías y creo en todas las utopías.

 

¿Ha descartado alguna?

 

Le digo que creo en todas, no he descartado ninguna.

 

Recientemente la escritora dominicana Rita Indiana Hernández dijo aquí que ser rebelde hoy en día es un lujo, ¿está de acuerdo con ella?

 

No, porque creo que hay muchísimos rebeldes. Desde luego, en México hay muchos escritores rebeldes y muchos jóvenes y viejos que están a la vanguardia.

 

¿Usted se considera una persona rebelde?

 

Bueno, me considero una persona contestataria, que critica al gobierno y que tiene una posición siempre de crítica, de denuncia, de indignación.

 

¿Por qué decidió escribir una novela sobre el movimiento sindical que incluye no sólo sus momentos gloriosos sino también sus lados oscuros?

 

No es tan interesante crear santos o vidas de santos, sino personajes como todos nosotros: con sus aciertos y sus errores.

 

¿No le teme a que le digan revisionista o contrarrevolucionaria por denunciar la corrupción sindical?

 

No, porque la corrupción que yo denuncio es la de los llamados “charros” y, sobre todo, la del gobierno. Por lo tanto, no puedo ser revisionista.

 

La novela también es una denuncia al machismo de los hombres poderosos, ¿qué es lo que piden sus mujeres?

 

Son tres tipos de mujeres distintas, son personajes de ficción y algunas lo que piden es que las amen. Otras piden que se les dé su lugar y que se les reconozca su valor. Pienso en general en lo que piden las mujeres, que es respeto.

 

¿Podría ser que el feminismo también tenga sus lados oscuros?

 

No puedo decir que sepa tanto del feminismo, pero sí creo que en mi país hay diferencias enormes entre las mujeres. No es lo mismo ser una taquillera del metro que ser una maestra universitaria. Las condiciones de vida son absolutamente distintas.

 

¿Tendría que haber diversos feminismos?

 

No, creo que hay un solo feminismo pero hay distintas formas de practicarlo o encararlo según las necesidades de las mujeres. A mí me interesan las mujeres de las clases más oprimidas, las más pobres.

 

Todavía algunos se sonrojan cuando una de nuestras escritoras mayores, Rosario Ferré, publica ensayos como uno que tituló “Oda al culo”. ¿Considera que con su escritura ha vencido algunos tabúes sexuales?

 

Rosario es mi gran amiga, la quiero muchísimo. Además, me paseo por el mundo con una maleta que ella me regaló y que acabo de desempacar ahorita, pero que estoy empacando de nuevo (pronto saldría para Colima). Rosario ha vencido todos los tabúes y creo que es una excelente escritora junto con Ana Lydia Vega, que es una maravilla, y Olga Nolla. Quise también muchísimo a José Luis González. Lo admiré profundamente.

 

¿Y en su novela, vence algunos tabúes?

 

Bueno, allí podría haber un tabú sexual en la masturbación. El personaje de Bárbara se masturba.

 

¿Y la relación con el tío?

 

Nunca se sabe, es una relación de un amor que nunca se sabe. Nunca se sabe si ellos se acuestan.

 

¿Cree que la literatura puede ser un antídoto contra la violencia doméstica?

 

Si los hombres empiezan a leer libros de mujeres y empiezan a preocuparse por las mujeres y a conocerlas mejor pues entonces no les pegarían ni las tratarían como las tratan.

 

Ahora que ha puesto sobre el tapete las atrocidades que cometió México con sus obreros en el pasado, ¿qué le parecen los renglones laborales del ALCA y la cuestión que los sociólogos ya consideran como el postrabajo en la era globalizada?

 

Creo que lo que va a suceder con el ALCA es que México, en vez de jugar la carta de Estados Unidos, jugará la de América Latina. Se podría hacer un gran mercado y cumplirse el ideal de Bolívar. Si no, México -que era un poco el hermano mayor de nuestros países- va a perder su prestigio.

 

Nos acaba de regalar una novela sobre la modernidad mexicana, que llegó con el tren, ¿cuál sería la metáfora que escogería si le tocase novelar la posmodernidad?

 

No sé. La verdá me cuesta trabajo ahorita. Como le digo, acabo de llegar, y estoy muerta de cansancio. No se me ocurre. Estoy trabajando en otra novela. Apenas llevo 60 páginas, me gustaría trabajarla un poquito más y con mucho gusto le digo de qué se trata.

 

La escritora enganchó luego de despedirse muy cordialmente. Al transcribir la conversación, confirmé que había contestado con dulzura y paciencia cada pregunta más que el agotamiento no opacó su espontaneidad. Nunca sacrificó lo que quería decirme con la intención de que finalizara cuanto antes. Quizás porque a Elena Poniatowska no la vence ni siquiera la interrupción del sueño de parte de un periodista inoportuno.

Esta entrevista fue publicada parcialmente por la Revista Por Dentro del periódico El Nuevo Día el domingo, 27 de noviembre de 2005. Se reproduce en su versión íntegra aquí luego de haber obtenido la debida autorización de El Nuevo Día, custodio de los derechos de autor correspondientes.