Para Marcos
Una lluvia de perseidas se me filtra bajo la falda. Salen meneando la colita como en una danza de salsa por arriba del escote. Me besa incesante. Me toma del cabello y a veces del rostro. Con su lengua embiste la humedad de mi boca, acaricia mi cuello. Las estrellas se prenden en su tez, en su sonrisa, en los jadeos que acompañan los míos.
No le permito que hable. Sólo quiero quedarme allí, cerca de él, segura dentro de sus roces. Lo muevo con pericia hasta la puerta, dando pasos hacia mi frente y su atrás con el deseo caído de las fauces. Un umbral cerrado que permite recostarlo a mi antojo. Una puerta de nogal, con olor a esencias de pino, a campo de sentimientos, a margaritas apostadas en el vientre parido, a nomeolvides sin alzheimer, a meimportastanto. Presiono su espalda contra el marco, abro con una de mis piernas las suyas, entro hasta el medio. Subo para tantearlo con mi muslo. Me pegué, me sintió, lo sentí. Saqué su camisa del pantalón. Metí las manos en su dorso, las moví corriendo por su costillar, luego al tórax, tenté sus tetillas.
Lo he presionado a otras puertas. He descubierto en el envés de los portales su arritmia. Su lomo raspa detrás de alguna de ellas y se crea la alquimia; Teseo y Ariadna. Su reverso forma un plano simétrico entre la puerta y mi seducción. Mi humedad lo traspasa delirante hasta el pórtico de turno. Puerta de oficina, puerta de la casa, puerta del desván, puerta del despacho, puerta de restaurante, puerta de patio, de salones de clases, de baños de Coamo, de duchas de playa, puertas de plateas de ensenada, de muelles, de puertos, de ferrys y de abertura a la bahía, de motel citadino, y de terrazas frente al río. Puertas. Puertas de aduanas, puertas de avión, puertas del cine, del teatro, del automóvil, puertas de balcón. Mis puertas. Sus puertas. Todas saborean su cuerpo al mismo ritmo que lo hago yo. Pegado a la puerta es un minotauro. Tampoco se defiende. Me muero por sus besos contra la puerta.
Ilustración: "Ariadna y Teseo", Ivana Barazi