Especial para Estruendomudo
Orocovis, 1973. El viejo me tenía terminantemente prohibido que escuchara rock. Él estaba empeñao en que yo fuera trovador como él y mi abuelo antes que él. En el carro, camino a la escuela, me hacía memorizar décimas de Chuito, el de Bayamón. Y si, por insolencia, me negaba, lo que me esperaba era un buen sopapo. Pero a mí no me importaba. Odiaba la música jíbara. Y odiaba que mi padre, que era fanático del Gallito de Manatí, me sometiera a esa mierda. Yo quería roquear, aunque tuviera que hacerlo a espaldas de mi viejo. Así fue hasta el día que mi padre, que ya se sospechaba algo, rebuscó debajo de mi cama y encontró la evidencia que necesitaba para acusarme del peor delito imaginable, por lo menos en su mente. Yo estaba en medio de mi clase de cuatro en casa de doña Yuya, cuando mi padre, colérico, irrumpió en la sala de la casa desde el balcón. De inmediato, supe que estaba jodío. En sus manos vi la causa de mi desdicha: mi disco de Led Zeppelín IV. "Esto es música de maricón", me dijo. "Ningún hijo mío será farifo." Para demostrar su punto, el viejo me arrastró hasta el patio y una vez allí me metió en el corral de pollos. Me tuvo encerrado por 24 días, alimentándome sólo con pan y agua que mi madre me traía cuando bajaba a echarles maíz a las gallinas. Para completar la tortura, mi padre reacomodó las bocinas del sistema de sonido de la casa. Las puso para que dieran al patio. Durante esos 24 días, de ocho de la mañana a ocho de la noche, me bombardeó con un maratón interminable de José Miguel Class y Odilio González. De más estás decir que nunca más volví a escuchar a Led Zeppelín o los Rolling Stones. La verdad es que, después de 24 días en el corral de pollos, no tenía ni ganas. Continué con las clases de cuatro y hasta gané uno que otro concurso de trovadores. Quién hubiera pensado que con eso me iba a ganar la vida pocos años más tarde cuando, ya mudado yo al área metropolitana, Nieves Quintero me convenciera de que grabara décimas colorás bajo el nombre falso de Simeón, el Barbáro.