Califas: Primero de una serie que presenta aquí el desconocido Tomás Redd


Especial para Estruendomudo
Por Tomás Redd

I.

No tener carro es un lujo cuando vives cerca de tres restaurantes coreanos de sushi, una farmacia todo-a-peso administrada por unos yemeníes, dos paradas de guaguas que viajan por rutas norte-sur y una barra black power que se niega a dejar de ser cutre. Andar a pie por North Oakland invita a fumar cigarrillos mentol y transitar con prisa y paranoia por la Martin Luther King Ave. mientras resguardas la laptop y el mp3 player que te compraste con los chavos de la beca. La ventisca fría de la noche te hace caminar más rápido y el olor a fritanga emboba un poco. Al mes y medio te crees que el bum que vela la esquina de Payless Shoes es pana tuyo. Meramente te reconoce, pero tripeas con la idea de que eres de allí, que puedes balbucear un par de frases en ebonics y contarles a tus amigos que en tu vecindario ya nadie te pregunta: "where you from?".

Las ideas más ingeniosas siempre me llegan a la mente de camino al liquor store donde tienen una estiba de cajitas de bizcochitos de manzana que se derriten en tus manos luego de ponerlos a dar vueltas en un microondas por 35 segundos. No he logrado hablar con el tipo que atiende el counter ya que siempre estaba hablando por el celular en farsi y viendo videos en un canal que sólo se puede acceder por satélite. Una vez ayudó a mi vecina de arriba cuando el nene autista de ella le dió un ataque de histeria en la tienda. Ella me explicó cómo llegar allí. Se bajaba un par de 40’s de Colt 45 al día. Los guardaba en el freezer y se servía su dosis en vasos de cristal.

La jeva, que vive tres calles más abajo, jura que esas cuadras desaparecerán pronto. El Walgreens se tragó la esquina de más arriba y la casa de empeño tiene fachada nueva, luces de neón y hacen envíos a cualquier parte del mundo. Tiene un apartamento en un segundo piso al que le suenan todas las tablas al caminar y se bajan las luces al usar la tostadora. Vivir en pareja con ella es fácil. Los dos nos deseamos constantemente y no es un secreto. A pesar de esto, siempre me manda para mi casa después de 2 noches seguidas. Nunca le conté que me arrebataba el olor a cigarrillo, sudor y madera vieja que me azotaba cuando me despertaba de madrugada con insomnio. Le encanta que le hale el pelo.

(En la foto, vista de Oakland)

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *