El periodismo puertorriqueño y el nacionalismo cultural

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Jorge Seijo y el traqueteo periodístico boricua con la cuestión nacional

Por Manuel Clavell Carrasquillo*

Ensayo sometido a la Asociación de Periodistas de Puerto Rico y al Overseas Press Club: Merecedor del Ier Premio otorgado en el renglón de periodismo de Internet del Overseas Press Club (2006)

“Otra vez el problema de la identidad puertorriqueña…”
-José Luis González en “Nueva visita al cuarto piso”, 1986, pág. 167.

“This sort of American nationalism would be comic if it were not actually so utterly devastating and even tragic in its consequences”.
-Edward Said en “Humanism and Democratic Criticism”, 2004, pág. 50-51.

“Esto es Puerto Rico”. “¿Qué nos pasa Puerto Rico?”.
-(Extractos de la propaganda oficial)

En pleno solsticio de verano, transitaba por la avenida Kennedy de mi apartamento en Santurce hacia el edificio que alberga el periódico Primera Hora, mientras escuchaba el programa radial “¡Hay que tener vergüenza!”, de Radio Isla, que modera el distinguido periodista puertorriqueño -de pura cepa, de eso no hay duda- Jorge Seijo.

Esa tarde, Jorge Seijo comentaba una serie de reportajes sobre la Dra. Teresa Tió, el fallecimiento del escritor oficial del Estado Libre Asociado, Don Enrique Laguerre y el Instituto de Cultura Puertorriqueña, firmados por el distinguido periodista Mario Alegre Barrios, que fueron publicados la semana pasada en el periódico El Nuevo Día.

Jorge Seijo, en función periodística “prime time” vociferaba contra las cucarachas, las alimañas, los “revuelcacatres” y el distinguido compañero Mario Alegre Barrios, que tuvo la dicha de nacer, no aquí, sino en la república mexicana. Nótese que la enumeración anterior se refiere a una degradación muy consciente y muy perversa, de parte de Jorge Seijo, que coloca a Mario Alegre Barrios al nivel de las bestias rastreras sólo por haber publicado -sin ser “de aquí”- una serie de artículos relacionados con la noticia cultural más importante que se ha suscitado en el país durante este año: Don Enrique Laguerre muere en la celebración del 50 aniversario del ICP y se niega a ser velado en la institución pública que dirigió, desde su junta de gobierno, durante, precisamente, 50 años.

La diatriba de Jorge Seijo apuntaba a que el compañero Alegre Barrios no tiene derecho a opinar sobre las cuestiones nacionales por ser extranjero. La diatriba de Jorge Seijo descalifica al baluarte cultural de la revista Por Dentro, de El Nuevo Día, para laborar en un medio de comunicación puertorriqueño y hacer su trabajo. La diatriba de Jorge Seijo apunta hacia una manifestación, hacia una rabieta racista imperdonable.

La Asociación de Periodistas de Puerto Rico, es el foro pertinente para discutir estas cuestiones, que ocurren muy a menudo en el seno de nuestro gremio profesional y que muy pocas veces son discutidas en los foros en que laboramos.

En mi opinión, el nacionalismo cultural domina los espacios del debate periodístico tanto como los espacios de la política puertorriqueña y la oficialidad del Estado Libre Asociado. Por lo tanto, es necesario que los periodistas entendamos las consecuencias de esta ideología que, a diferencia de lo que muchos piensan, no es revolucionaria, sino oficialista.

El nacionalismo cultural es el cúmulo de ideas, atacuñadas en las mentes de no pocos intelectuales de la llamada izquierda liberal y democrática, que han fabricado la noción de que la cultura de la patria aún está en peligro de muerte. Por lo tanto, el rol del nacionalismo cultural es evitar a toda costa -precisamente a través de una sobredosis de su pequeñita versión de lo que es cultura- que Puerto Rico se quede sin su preciada identidad; sin la esencia que nos hace ser puertorriqueños.

Acto seguido, el nacionalismo cultural, puesto en práctica por todo tipo de intelectuales, incluyendo a periodistas como el compañero Jorge Seijo, es el vehículo que los autoriza a despotricar contra todo aquello que parezca “amenazante”. En este caso que nos ocupa, el nacionalismo cultural, como ideología dominante, permite que el distinguido compañero Jorge Seijo utilice los micrófonos de Radio Isla para desacreditar el trabajo de otro compañero periodista sólo porque no es “de aquí como el coquí”. Uno puede estar en contra de lo que dice y hace Mario, pero vamos, no en contra de Mario porque “es mexicano”. Además, el nacionalismo cultural permite que dicho acto xenófobo permanezca impune en términos periodísticos pues pocos serán los periodistas que utilizarán sus espacios laborales para evitar que cosas como esta pasen desapercibidas.

Lejos de ser una ideología inofensiva o defensiva contra los poderes anexionistas o yankófilos, el nacionalismo cultural es una ideología fundamentalista que puede degenerar en graves desórdenes violentos. Hay que recordar que fueron los periodistas, a través de las ondas radiales de un pueblo tan o más “civilizado” que el nuestro, los que no hace mucho (1996-2000 y contando) incitaron la matanza de millones de tutsis en Ruanda y Burundi (hutus contra tutsis), precisamente amparados en el lema sanguinario del nacionalismo cultural: “Dentro de la nación todo, fuera de la nación nada”. El periodismo, como profesión, y los periodistas, como gremio, también son brazos políticos enriquecidos y pervertidos por el proyecto totalizante de la modernidad.

No hay misterios ni cuestiones esotéricas en la frase “proyecto totalizante de la modernidad”. No se asusten. Me explico: El Estado Libre Asociado de Puerto Rico es producto de una versión de los sueños liberales de la modernidad, donde todos los ciudadanos gozarían de iguales derechos ante la ley y las naciones se constituirían en entidades fuertes y autónomas, como estados soberanos, en la comunidad internacional. Sin embargo, ese mismo proyecto, debido a sus fracasos y excesos, ha perpetuado -en regímenes capitalistas y socialistas por igual- la persecución de las diferencias y la represión de todo aquel elemento foráneo que no cuadre con la política estatal. De ahí, los lastres posmodernos del machismo, la destrucción ecológica, la homofobia, la intolerancia religiosa, la corrupción gubernamental y el racismo, tema que particularmente nos interesa hoy.

Todas estas cuestiones han sido ampliamente estudiadas en este país por una corriente ideológica que se aleja del la celebración patriotera y la cultura del aplauso (“¡Tito, Tito, Tito!”) que promueven intelectuales como Jorge Seijo con el propósito de investigar con otras intenciones la “realidad social” contemporánea. Hay que aceptarlo ya, estamos en el 2005 y hay que ponerse al día. Lo contrario es abrazar la mediocridad.

Se trata de la “temida” corriente llamada “posmoderna” porque hace una crítica de ese legado desastroso que hemos heredado de la modernidad. Esta corriente -que no es homogénea, no es un Club 4 Haches, ni una asociación militar, por su puesto- ha aportado nuevas avenidas en esta discusión con un sinnúmero de artículos universitarios y libros -incluyendo los que se estudian en los currículos de las flamantes escuelas de Comunicación de la Universidad del Estado y la del Sagrado Corazón- en los que se comentan estos fenómenos, no desde París y Nueva York, sino desde SAN JUAN. No es allá lejos donde ocurre el debate, es aquí. Aquí es la cosa y ahora.

A pesar de ello, el nacionalismo cultural se aprovecha de las instancias de poder que domina cómodamente a base de censuras previas y posteriores para que muchísimos intelectuales del patio se nieguen a pensar estas preocupaciones más allá del respeto que merecen sus respectivas convicciones; sean de derecha, de izquierda o defiendan el “center field”. El argumento que han logrado proponer en muchas mentes estos nacionalistas culturales es que “el posmodernismo no se entiende”. Vaya pase por bola. Vaya desvío por la marginal. Vaya avance intelectual. Vaya actitud democrática.

Opino que precisamente porque se ha logrado lanzar una cortina de humo sumamente antiintelectual sobre la contraideología posmoderna es que los periodistas no entendemos o no podemos contextualizar en toda su profundidad política e ideológica lo que ha sucedido en esta coyuntura con los distinguidos periodistas Jorge Seijo y Mario Alegre. La teorización posmoderna, en el sentido en que es crítica del proceso moderno que desemboca en el nacionalismo cultural es indispensable para que el periodismo puertorriqueño se pueda repensar. Como apunta Luis Alberto Ferré Rangel en el ensayo “Liderato editorial del siglo XXI”, los periodistas somos reacios a la autocrítica “en parte porque CARECEMOS DE LAS DESTREZAS para realizar ese análisis y, en parte, porque somos los primeros a quienes NOS DESAGRADA que nos critiquen el trabajo”. (Énfasis mío)

Lo que ha sucedido -a mi juicio- es que el paladín de la nacionalidad puertorriqueña, el furibundo periodista radial, crítico acérrimo de la penetración anexionista o rossellista, escoja usted, Jorge Seijo, ha utilizado un arma simbólica para herir las credenciales y la integridad profesional de otro compañero periodista, Mario Alegre. Entonces, ¿cuál es el show de fingir que se es tan puertorriqueñista a boca de jarro en pleno verano tropical, con este calor insoportable, si en el fondo del armario de la puertorriqueñidad lo que se esconde es un esqueleto racista? Lo que ha sucedido es que este acto, a todas luces invisible para la mayoría silente, representa la degeneración del nacionalismo cultural al nivel más bajo de su potencialidad represiva y peligrosa.

No por casualidad, inadvertencia de los “vagos” legisladores o por cosas de la vida, como canta Ramazzoti, el Código Penal del 2004 incluye los delitos de genocidio (en su articulo 305) y crímenes de lesa humanidad (artículo 306, cuya sección [h] prohíbe “la persecución de un grupo o colectividad con identidad propia fundada en motivos políticos, raciales, nacionales, étnicos, culturales, religiosos, de género, u otros motivos universalmente reconocidos como inaceptables con arreglo al derecho internacional”). Aquí, en la Isla del Encanto -quién lo diría, con tantos lectores de Coelho por milla cuadrada, con tantos muñequitos de SER vendidos en negocios de comida rápida- hay suficiente caldo de cultivo para la barbaridad.

Los periodistas no son mejores o peores por ser de aquí o ser de allá, por ser homosexuales o heterosexuales, por ser hombres o mujeres, por tener diploma o no, por escoger helado de fresa o de chocolate. Los periodistas son buenos o malos por la calidad de su trabajo y por su formación y creatividad intelectual. Los periodistas son excelentes o pésimos de acuerdo a si son fotutos, independientes, racionales, injustos, analistas de la “crisis de gobernabilidad” o representantes del “patrioterismo trucutú”.

Jorge Seijo ha demostrado que el fanatismo puede más que el análisis cultural decente y balanceado. Jorge Seijo, en vez de comentar la serie de artículos de Mario Alegre en un tono profesional, proveyendo sus críticas, sí, pero sin recurrir al fascismo, optó por la vía más fácil, pero más incomoda para la honestidad intelectual: la vía de la monstruosidad nacional. Visto así, el nacionalismo cultural despierta lo peor de los ciudadanos de la nación exacerbada por la propaganda barata.

Del calor de la frase fatídica “Puerto Rico lo hace mejor”, surge la bestia. Gracias a Dios que anda suelta, pero sin machete. Jorge Seijo ha demostrado que el nacionalismo cultural nubla el entendimiento y se va por la tangente de la violencia étnica, que no puede ser tolerada ni siquiera a nivel simbólico, precisamente porque a nivel simbólico es que se convierte en semilla del odio más primitivo e irracional: “Los que dicen Tapatío, esos no son de aquí. Los que dicen Ay bendito, esos sí son de aquí”, ¡qué lindo! Todo está bien, no hay por qué alarmarse, ya lo anuncia la Harris Paint: estos “son los colores de mi tierra”.

El crítico cultural palestino, Edward Said, nótese las condiciones políticas similares de Puerto Rico y Palestina, entiende que los humanistas (los periodistas son humanistas, aunque tantos pretendan negarlo) tienen un rol fundamental en la sociedad a la hora de combatir el lado oscuro que hemos derivado de la modernidad. Dice que “en las sociedades multiculturales, como la nuestra, hay, es verdad, todo tipo de inigualdades y disparidades, pero cada identidad nacional es perfectamente capaz de aceptar y bregar con estos problemas si existen suficientes modelos de coexistencia, en contraposición a las vallas de separación, provistos por los humanistas; cuya misión es precisamente proveer esos modelos.” (Traducción mía)

La Asociación de Periodistas de Puerto Rico, como foro gremial dedicado a la discusión de los problemas que surgen en el seno de la profesión no puede permanecer como si nada hubiese pasado. Los desórdenes del nacionalismo cultural tocan a nuestras puertas, ¿estamos preparados para enfrentarlos? Ante la ceguera y la negación que nos caracteriza a la hora de encontrarnos cara a cara en medio de la noche con los fantasmas que hemos ayudado a alimentar con nuestras palabras, repito: que hemos ayudado a sacar de las tumbas con NUESTRAS PALABRAS, me temo que no. Ojalá me equivoque.

*El autor publica su trabajo periodístico de análisis literario en la revista Letras, de El Nuevo Día, y aspira a hacer periodismo independiente de “blogsfera” y análisis cultural a través de su blog: http://www.estruendomudo.blogspot.com/

Referencias consultadas:

Bernabe, Rafael. “La maldición de Pedreira: Aspectos de la crítica romántico-cultural de la modernidad en Puerto Rico”. Ediciones Huracán, 2002.

“Código Penal del Estado Libre Asociado de Puerto Rico”. Ediciones Situm, 2004.

Cólon, Eliseo. “Medios mixtos: ensayos sobre comunicación y cultura”. Editorial Plaza Mayor, 2003.

Coss, Luis Fernando. “La nación en la orilla: Respuesta a los posmodernos pesimistas” (1997) y “El periodismo de hoy: Notas para pensar en la crisis de su sentido” en “200 años de literatura y periodismo puertorriqueño” (2004).

Dávila Colón, Luis. “La dictadura de la prensa”. Editorial El Mundo, 1999.

Duchesne, Juan. “Ciudadano insano: Ensayos bestiales sobre cultura y literatura”, Ediciones Callejón, 2001 y “Fugas incomunistas: Ensayos”, Ediciones Vértigo, 2005.

Feliú Matilla, Fernando. “200 años de literatura y periodismo puertorriqueño (1803-2003)”. Ediciones Huracán, 2004.

Ferré Rangel, Luis Alberto. “Liderato editorial en el siglo XXI” en “200 años de literatura y periodismo puertorriqueño (1803-2003)”. Ediciones Huracán, 2004.

García Cuevas, Eugenio. “La palabra sin territorio: Hablar en la postguerra fría”. Editorial Alfaguara, 2004.

Gil, Carlos. “El orden del tiempo: Ensayos sobre el robo del presente en la utopía puertorriqueña”, Editorial Postdata, 1994 y “El cerco de la metáfora: Poéticas jurídico-políticas puertorriqueñas”, Editorial Postdata, 2001.

González, José Luis. “Nueva subida al cuarto piso”. Libros del Flamboyán, 1986.

Jiménez, Félix. “Vieques y la prensa: El idilio fragmentado”, Editorial Plaza Mayor, 2001 y “Las prácticas de la carne: Construcción y REPRESENTACIONES de las masculinidades puertorriqueñas”, Ediciones Vértigo, 2004.

Negrón Muntaner, Frances. “Puerto Ricans And The Latinization of American Culture”, New York University Press, 2004.

Pabón, Carlos. “De Albizu a Madonna: para armar y desarmar la nacionalidad” Revista Bordes, 1996, “Nación postmortem: Ensayos sobre los tiempos de insoportable ambigüedad”, Ediciones Callejón 2002 y “El pasado ya no es lo que era: Debates historiográficos contemporáneos”, Ediciones Vértigo, 2005.

Said, Edward. “Humanism and Democratic Criticsm”. Columbia University Press, 2004.

San Miguel, Pedro. “Los desvaríos de Ti Noel: Ensayos sobre la producción del saber en el Caribe”. Ediciones Vértigo, 2004.

Sepúlveda, Héctor. “Suaves dominaciones”. Editorial Plaza Mayor 2005.

Torrecilla, Arturo. “El espectro posmoderno”, Publicaciones Puertorriqueñas, 1995 y “La ansiedad de ser puertorriqueño: Etnoespectáculo e hiperviolencia en la modernidad líquida”. Ediciones Vértigo, 2004.

Volpi, Jorge. “La guerra y las palabras: Una historia intelectual de 1994”. Ediciones Era, 2004.

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