Changos versus Plataneros

En estos lares se reanuda la temporada de voleibol masculino, uno de los deportes favoritos de la gente del campo boricua, que viaja en Jeeps cuesta tras cuesta, sube y baja, por las montañas del interior, para disfrutar de los chamacos en pantaloncitos Tiger que le pegan a la bola y kilean sudores propios y ajenos, mientras la multitud de fanáticos cafres que favorece al equipo de Naranjito (los Changos) insulta a labio partido a la horda subida de peso y de tono que le va a Corozal (los Plataneros). “Duro, duro, duro”, se gritan de banca a bleacher, de voz de trueno a pozo de letrina, y así, así pasan los días deportivos en la patria mía. De todo esto me estoy fijando ahora, que acabo de darme de baja de los grupos de discusión literaria más estériles del planeta, donde se siembra una mogolla de letras nacionalistas que va desde la República Dominicana hasta la Argentina, y cuyos máximos representantes son los bardos funerarios en busca de laurel dorado pero sembrado en tiesto tropical. Un juego de voleibol olímpico que ocurre con letras en vez de con bolas. Una amiga mía, dominicana de corazón atribulado por la charrería, me dijo a tiempo y con extrema sinceridá que participar en esos grupos literarios es una pérdida de tiempo, un agite de “bolsas” papel crepé a favor y en contra de unos escritorcitos u otros, que al fin y al cabo no mucho están aportando a que más gente lea gracias a que permanecen escabechados en la salsa de aceite y vinagre del inbreeding caballal. Ella los llama “bolsas”. –Pero bolsas de qué carajos, le pregunté la última vez que pasó a buscar dólares por esta Isla del Encanto. “Pues, mijo, cuuuáles van a ser, bolsas de cojón de viejo es lo que son”. Confieso que me quedé pasmado. ¿Cómo es posible?, esa gente de bien tiene una función pedagógica indiscutible. En esos grupos de literatos se presentan noticias de interés, cositas buenas de la escritura en español, etc, etc. Sin embargo, ya no me dan absolutamente ninguna pena, ya entendí cuán bolsa he sido durante dos años consecutivos, enviando mensajitos nimios al más allá. Hoy, necesito que mi correo esté libre de chusmas, inclusive las propias, que son bastantes. Necesito que mi correo se llene de conversaciones de embuste, de juegos de palabras, de vainas que bailen en el filo del riesgo. Necesito más gente esquizofrénica del lado de acá. Me rodea demasiada gente cuerda. Estoy aplastado cibernéticamente por un conjunto de verbos chatarra, en extremo burocráticos, donde poco espacio queda para la bachata experimental. Me refiero a la escritura de telegrama literario, dale que es tarde y seguir puliendo los malditos cinco temas básicos -patria, amor, muerte, fama y soledad-. Ya me cansé del monólogo forzado, de los forwards sin contestar, del túmbame la pajita del hombro derecho, que yo soy zurdo, de la planicie de la escritura caribeña del 2005; un intento asmático y melodramón de decir alguito en cuatro o cinco periódicos que le dedican portadas a Ramón Emeterio Betances -padre de la patria subyugada a USA, gracias a Dios- y que se diagraman en la PC del Centro Comunal de Levittown. Es momento de montarme en ese Jeep con olor a humo de lechonera corozaleña (ya que lechón he sido y ahora lo vuelvo a ser), volverme mondongo, dar una vueltecita por el monte, asistir en bermudas y chancletas al próximo encuentro de voleibol, comer hot dogs con sourkraut, cotton candy color rosado Pepto Bismol (uno de mis favoritos), ligar a par de macharranes de pelo en pecho y vozarrones de en contra y a favor, asumir la escena asqueante de la boricuada despreocupada por certamen literario hasta el tuétano de mi ser y mi corazón espinado en vías de liberación postcomplejo de crítico literario cheerleader de conferencias de escuelita superior y revisar al regreso la palabra islandesa, mezclada con la conversación bugarrona de negociación colectiva para transar el próximo polvo en la playa de Isla Verde y la última grabación Hi-fi del concierto de Dj Gulembo, que es la reencarnación multimedia de TIESTO, el mutante holandés que saca música de los platos y las consolas electrónicas, las empaca en las esferas alquímicas que controlan vía remoto los camiones que se pasean la carga de piedra caliza por la Ruta Extraterrestre que desemboca en el Municipio de Lajas y vuelven, ya después de un chapuzón hasta el fondo de la Bahía Bioluminiscente de ese mismo pueblo perdido en el sur, a recargar en la superficie del agua salada purificadora, babas de Yemayá, esas baterías mohosas que anuncian nuevas energías creativas en el momento que se introducen los nuevos consoladores con vibras digitalizadas -burned- en los aparatosos cosos esos con cabeza de cobre Duracel.

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