Hay como cuatro paredes fijas de las que no se puede salir cuando a una le da la gana de pegar un grito, dar una vuelta por el vecindario a ver qué hay más allá de la verja que ha erigido el tipo de la esquina, el amante, los amigos, la familia, los compañeros de trabajo, toda esa gente a la que hay que explicarles tanto de la vida y del imaginario y del todo menos la parte yo no fui, a mí me acaban de informar que el pana X tiene VIH, uno cualquiera, de esos tantos, y entonces cómo explicar, caballero, que la vida es dura y que el tipo se jodió, pero yo jodido con él hasta lo último, allí, chata en mano, dando apoyo telefónico a ver si se ha bebido las pastillas a tiempo, que si fue a la cita de seguimiento en el Dispensario de la Capital o en el Centro Latinoamericano de Enfermedades de Transmisión Sexual, el CLETS, así le llaman al sanatorio de sidosos hepáticos en negación de la contaminación de la carne con la carga viral en pleno 2005, porque las brican, saben, brincan las citas cuando entran en negación ("hoy, nada de pastillas") y una, pues, ante eso, tiene que seguir aparentando que todo bien, todo bien, todo bien, como cuando se extiende el saludo ocasional o rutinario de todos los días y el día quince, todo bien, que es el mejor día del mes laborado porque nos pagan, y no hay contagio posible a la vista -ni a la orden- aunque se las envíen erectas a una justo y en punto a la hora cero por la vaginal, sin plástico que valga la pena, y sin fuego a la jicotea, blin, blin, que mami, chula, yo te amo y eso así a cuero pelao no muerde; agárralo que mirarlo, may, eso de por sí son vainas claras que conservan pellejos y amistades, eso no se pudre, ni se baja. Mamita: vente, eso no hace na.