Primero me monté en un taxi con Celina hasta Nuestro Teatro santurcino para ver la obra teatral “Papo llegó de Nueva York”, de Carlos Ferrari. Después, caminé con ella frío Central Park, indiscretos viperinos ambos, cruzando las siete mil puertas color azafrán molido que instalaron allí, febrero-12-2005, Christo y Jeanne Claude, antes de embalsamarse ellos mismos arte y revolución como momias sesentosas. Nos parecían banderas del imperio mongol, imagen recurrente de nuestra niñez paralela, que ahora regresaba en forma de nostalgia de leche de cabra cortada con Rinso para ahogar en alcohol de lácteo sustituto las memorias glass de las penas, mejor conocidas en el argot yuppie como la adultez reciente. Lo divisamos desde la ventana del Guggenheim: un enorme gusano de seda anaranjado, interrumpiendo el paso de los estudiantes en busca de grado doctoral en el extranjero para satisfacer las presiones papi, mami y nuestros hermanos egos del espejo; hijos libres y asociados del estado. Allá van los burguesitos libertarios en arrabato de velas, ahora de tela sonrojada girasol, se los lleva el viento invernal de la tecnópolis a la que le hemos entregado el pagaré hipotecario de la baba solidificada (territorio de nuestros contactos académicos) que -en teoría- nos gustaría limpiarnos o adornar con saliva corrosión de los archivos posmodernos. Tranquila, sólo es un camino, dije tipo biónico en cámara lenta. Son selvas controladas por el peso de nuestra inutilidad conjunta, que es el residuo sucio de la nieve, dijo ella. Son los cristales reflectores de los treinta pisos que nos unen condominio en carta zodiacal hecha a golpes de centella y salpicaduras humanistas fustré de agua y aire: octubre y febrero, los dos meses que nos prometimos aquél día y no cumplimos. Luego vino la lectura de Calvino en aquel banco y después el aguafiestas del Gran Khan Arágnido, fantasma de billares sanjuaneros, que nos ofrecía Pretzels insalubres y hongos negros al contado. Y se alzó el chorro estalactita de la fuente Las Américas, que sobresale de la concha acústica de las distancias que nos inventamos por teléfono para reconocer en medio del tapiz de los franceses algún seto que no fuera peligroso o movedizo; prácticamente una letrina de cariño alquilada para la inauguración del Proyecto de arte público Más Grande del Mundo demostrado al mismo centro. Never mind, yo voy a proveerles a las autoridades de la Oficina de Parques Nacionales, a Jorge Santini Doña Fela Michael Bloomeberg, las maquetas de nuestra bellaca relación con la ciudad, unas cuantas hojas secas que les arrebataste a los empleados de mantenimiento, un café expresso derramado, cuatro adoquines viejos que son brújula hasta dónde de premios y desequilibrios contractuales con mi cuerpo el tuyo y el de alguna que otra Pepa. Me quedo con la palanca atorada de la transmisión esvielada de tus autos ahora que bajamos al subway con la misma pinga del vecino colorao en mente. Pon el ticket alante para que nadie se maree con los cantazos de la máquina plateada, que la devuelvo luego de la transfiguración de los atorrantes choferes. No puedo arreglarla de inmediato, pero la conecto artificialmente en el jardín del zoológico del MoMa. Van Gogh es Changó que en la plaza de la universitas riopedrense sana y salva. Si me la pides, tecata de Andy Warhol Warehouse, y con tu voz de trueno 9-11 la conviertes en un chip desimantado, quizás en una llave de mercurio rojo temperamental que la salde, entonces te la regreso cuando termine la contemplación y empiece el próximo ejercicio de respiración artificial propiciatorio del siguiente mountain climbing en pareja tú y yo, querida, y con los dueños del circo. Prepara el lío y la chaveta con la manteca que nos une, que nos vamos a hacer hiking.