Acá el catolicismo es un badtrip en la (in)conciencia esclerotizada; la mancha de la derrota en la frente de los vencidos. Casi tengo ganas de mirar con ternura, de apostar por un papa decadente, por un cristianismo holográfico proyectado en las tetas de adolescentes inocentes, prístinas como el agua bendita. La caricia traicionera de la esperanza, ese dulce adormecimiento de los días, el polvo en el escritorio, la convocatoria de las paredes, la brisa en el jardín de Casa Blanca, este ICP tan lleno de gracia, todo ahí de antemano, esperándome tanto que un día no había agua y sembré un mojón en las flores. Un instante Jean Genet que me dejó el esfínter palpitándome de alegría. Este miércoles pasado, tan solemne, recordé ese momento de mi biografía anal; alguien debería sentarse a escribir algo sobre la relación entre el catolicismo y el culo. Polvo eres y en polvo te habrás de convertir. No por nada una de las ramas más importantes de la teología es la escatología. Todo es un elaborado silogismo del estercolero. ¡Pobre Cristo que tiene a los protestantes como únicos representantes de la subjetividad moral! Casi se me ocurre llorar para que los compañeros evangélicos se crean que mi alma guarda el eco de la fe. La irrelevancia es la única aspiración legítima. Es fascinante que recibamos al senador Rosselló el primer domingo de Cuaresma, un signo de los tiempos, de los últimos tiempos. En el futuro los profetas brotarán de las grietas de las piedras y el cristianismo será una pastilla que pediremos por la red para acompañar nuestra dosis de Prozac y Ritalin.