El negro no puede llegar porque está en la sala de intensivo.
Los chupones que se conectan a las máquinas cardiacas emiten chillidos por latidos, una alarma perforadora de tímpanos que grita y calla.
A cada rato llega alguien que cambia sábanas, una segnora toma la temperatura, otra observa su vulva agrietada y no distingue disgustos en las caras.
Este es el tiempo de las úlceras. De las pieles colgantes. De los huesos astillados. Este es el tiempo.
Hace frío y el negro anda abrigado.
No le toca examinar el pulso pero agnora. Agnora jugar a parir y acariciarlo.