Escribe Manuel Clavell Carrasquillo
En una esquina dilapidada de la avenida Fernández Juncos en Santurce, que le abre paso a un callejón lúgubre y altamente sospechoso, conducente a varios hospitalillos y barras de amores clandestinos, se encuentra la casa donde se preparan los mejores manjares chinos.
Allà han compartido tenedores la farándula burocrática isleña, lÃderes sindicales hambrientos, parte del lumpenato nacional dispuesto a sustituir el jamón con piña por “dumplings†al vapor hechos a mano por el dueño, mafiosos amantes de la buena mesa que ordenan pato a la naranja y clasemedieros “esmayaos†de todo tipo.
La atracción del Molokai es contradictoria. Lo cutre de la ambientación decadente, en vez de inhibirlas, es lo que estimula las papilas gustativas. Los plafones caÃdos, las goteras de los aires acondicionados, la decoración imperial vetusta, el cuadro con la estampa bucólica de los pescadores medievales color bronce y el Buda de porcelana iluminado con una velita votiva son los elementos esotéricos que le dan una sazón oriental única al menú variado.
Luego de 30 años de valor y sacrificio, doblando el lomo en ese enclave maldito congelado en el tiempo, la familia fundadora de inmigrantes anunció el cierre definitivo debido al cansancio del patriarca de 73 años, las cuentas energéticas infladas que llegan a los miles y las metas universitarias de los herederos. La clausura no es derrota para ellos, pero para nosotros ha sido hecatombe.
¿Adónde vamos a ir los amigos a comer platillos inolvidables como el “ginger chicken†o el “hot and sour soup†con mostaza picante y “fried noodles†cuando nos hartemos de la carne guisá y las habichuelas de lata? ¿Dónde en el barrio hay un servicio que fomente alteraciones a la carta que se traducen en sopas de calabaza con camarones y tostones de pana con salsa Schezuan en vez de mayoketchup?
Se van, y me la ponen difÃcil. El cÃrculo gastronómico de nuestro Chinatown en facsÃmil se cierra entre la fritanga dominicana y la ortodoxia criolla de la fonda.