Al principio la gente no notó su rareza, ya que los oficios, los bautismos y los pleitos se arreglaban siempre de puertas adentro. El drama comenzó cuando lo llamaron para decirle la extrema-unción al primer agonizante que hubo en el barrio y se encontraron con que el cura colérico, fuera de sÃ, daba grandes voces mientras paseaba por la sacristÃa como un tigre, diciendo que llamaran a otro cura porque él no podÃa poner los pies en la calle, de ninguna, de ninguna manera. Fue imposible arrancarle una explicación. Los parientes, que enseguida se convirtieron en deudos sin que hubiera tiempo de llamar a otro cura, habrÃan hecho el escándalo del siglo en otras circunstancias; pero era tal, según cuentan, la angustia del cura, tal su temblor y sus sudores frÃos, que frente a ese espectáculo de demencia incontrolable, se retiraron prudentemente. Al dÃa siguiente era domingo y no faltó nadie, ni siquiera los sempiternos ateos, para confrontar la historia de la locura del padre que se habÃa regado como pólvora.
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“Pasó asÔ, 1968.Â