Por j. a. bonilla
Especial para Estruendomudo
Duele la lucidez sexual en estos precarios tiempos de carnes opacadas, el llamado de las chicas sangrantes y la tendencia al desvío. Samuel dice que soy un pedófilo de clóset, pero qué hacer con la pulsión y la sed, qué hacer con el deseo por la sangre fresca y joven. El compañero está ahí instalado en la casa, apacible como un manatí satisfecho, esperándome en la cama tibia del cuarto tenuemente iluminado. Pero yo me paseo a media tarde por los colegios para acechar a las niñas menstruantes de sonrisas leves, instaladas en los muros de las salidas o recostadas en las paredes de edificios mugrosos. Veo sus faldas cortas y sus piernas lisas e imagino el sexo tierno de su agresividad contenida. A esa hora el sol les golpea el perfil de sus rostros a la expectativa y derraman chorros de sombras sobre el asfalto herido por el tiempo. Pueriles y aburridas casi uno piensa que están deseando que te las comas, o mejor que te las bebas, agazapadas en el tedio sin conciencia se escurren por tu mirada con la palpitante añoranza de que les metas la lengua en los labios ensangrentados.
Yo sólo espero. Espero con la seguridad de que el ansia cultivada se verterá sobre el cuerpo blando, de que mis dedos recorrerán los filos leves de sus incipientes caderas y de que mis labios beberán su sangre joven. He aprendido a reconocerlas; once, doce, trece, o catorce años, pero, de acuerdo con mi experiencia, a los trece años les llega la primera menstruación: acre, espesa, a veces oscura a veces no tanto, con hilos blanquecinos y ocasionales coágulos pequeños y negros, la viscosidad y la apariencia pueden variar pero el sabor siempre será delicioso. Las observo por varios meses hasta que descubro el cambio de ánimo, la manera particular de andar, la gestualidad con los chamacos y el endurecimiento gregario con sus amigas. Yo reconozco los signos y permito que vayan ganando confianza conmigo.
Nunca ha sido difícil. Dos o tres frases, dos o tres CD, dos o tres mantecados y alguna mentira estimulante como la de ser representante artístico de modelos para videos de reguetón. La curiosidad nos envuelve y al poco tiempo se van a la playa conmigo, o yo me voy a la playa con ellas. Las subo al bonete del carro, ellas se suben la falda y yo les bajo el panty que tiene pegada la toalla sanitaria. Lamo el clítoris, que con frecuencia la coagulación ligera ha pegado a uno de sus labios, y voy saboreando la sangre fresca que va despertando en mi boca. Cuando mi saliva la humedece la sangre se licua, sirve de lubricación y entonces puedo meter la lengua en su vagina, paso mis brazos por su espalda baja, la columpio hacia adelante y me arrodillo en la arena para poder succionar mejor a la niña. Ellas con frecuencia se apoyan en el tronco de una palma y me dejan beber su sangre. Meto la lengua lo más adentro que puedo y le voy dando vueltas para beber la mayor cantidad posible, al fin y al cabo, y muy a pesar de mis deseos, ninguna mujer sangra demasiado, así que hay que aprovechar hasta la última gota. Paula, que ha sido la treceañera más sorprendente, imaginativa y voraz con la que he estado (para nada virgen, aunque esto es una preocupación de mi marido –el manatí en reposo- que me permite estas escapadas con la única condición de que sean vírgenes, ¡qué ingenuo, qué lejos está de mi placer!, ¡la sangre de las que ya no son vírgenes, pero todavía son tiernas, es exquisita!), me sacó el pene, me lo mordió hasta que lo hizo sangrar y luego se lo metió hasta la base. La gravedad, el día justo de sus fluidos y la presión con que se lo metió hicieron que el pene saliera completamente ensangrentado. Paula pasó la lengua alrededor de todo el tronco, por el pellejo estirado del prepucio en donde se acumularon diminutos rastros de sangre, le dio la vuelta al glande y metió la punta de su lengua dentro del orificio, mientras de alguna forma misteriosa y magistral acumulaba toda la sangre colectada debajo de su lengua y en las rendijas ocultas de su boca. Subió a la mía y me dio un ensangrentado beso apasionado mientras volvía a introducirse el pene dentro de ella. De las bocas fundidas goteaban nuestras sangres y eyaculé un blanco chorro tibio dentro de su roja caverna tibia.
j.a. bonilla es asiduo colaborador de Estruendomudo, poeta puertorriqueño, narrador, editor y crítico literario. Se le puede ver los jueves -Medalla y pincho en mano- en la placita de Santurce. La mayor parte de su obra aún es inédita.