Remix de la buena yerba (versión a cuatro manos con j.a. bonilla)

Cuentan que se reunieron encima de la mitad de un platillo volador, justo por la que se ve la rendija de la luna nueva. Era en la capital, protegida por San Juan y arropada por la Niebla? Encendían sus paladares secos con el resultado del amor a la yerba buena, y celebraban. Cantaba el grupo de reggae boricuo-internacional, Cultura Profética. Pero cuando eso se escuchó a lo lejos, cuando el platillo aterrizó,…

 

 

…entonces tocamos la Tierra, la palpamos bien, y nos dimos cuenta que no protegía un carajo, que desde acá la luna realmente no apetece y que es bien difícil que se pueda comer con melao, que está, por lo general, cubierta de cemento y que los oasis verdes que se ven desde acá parecen spa virtuales proyectados en la pantalla gris de la imaginación de la imaginación de la imaginación, ese eco que desaparece, caminamos un poquito y sentimos los arañazos de la brea hurgándonos la piel, escarbando las rendijas que la Historia había cubierto, vimos bien lejos el platillo, esa aureola dorada por la que había salido el dedo de Dios, y nos dimos cuenta que el oxono había abierto un hueco por donde perdimos ese resplandor ovalado por donde descendimos, subimos algunas montañas y poco a poco fuimos perdiendo la respiración, nos fue agobiando la distancia y vimos con nostalgia aquel valle en tinieblas, de espesa niebla y densificada seducción, que nos llamaba desde lo hondo del abismo, doblegamos al monte y acampamos en laderas inagotables para no tener que vivir demasiado en la ciudad, para no tener que necesitarla más de lo necesario y para así poder construir pequeñas fortificaciones que nos alejaran y protegieran de las sombras que bajaban de la montaña, o de las emanaciones putrefactas de esa Tierra que tal vez no palpamos muy bien, llegamos al fin de un camino sucio y pedregoso, cubierto de cadáveres picoteados por los buitres, castigados por un sol inclemente, diezmados, pero todavía unidos y fuertes, a una isla desierta y moribunda que al menos podíamos llamar hogar… en el centro remoto de una playa solitaria vimos una caverna encendida, un enorme hueco que disparaba sombras en el amanercer y las proyectaba sobre nosotros, que impávidos avanzábamos hacia la fuente. Una vez dentro de la cueva vimos un pequeño altar de velas y a un niño llorando a los pies de su madre muerta. (j.a. bonilla)

 

*Foto del flamingo arrebatado en el Viejo San Juan de Mara Pastor.

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