Regreso al fondo aceitoso del quinqué de casa, una cuevita de vidrio rellena con semillitas rojinegras que no flotarán nunca, como yo, que ando exhibiendo mis mejores galas de ambos lados de la frontera de la maldá. Una empieza en la portada de Magic seeds, la nueva novela de Naipul que ahora devoro, justo al salir del cine de Plaza, donde no pude resistir las ganas de comerme a un actor inglés peludo que se grajeaba disimuladamente con Jude Law, un renacuajo rubio fabricado por Hollywood que lo mismo se eleva con pantaloncitos blancos de jugar golf en la cubierta de un velero en Venecia postoturistal o se anuda la corbata Armani frente al espejo de su desolada perfección. No hay cara más bella. Pero el que me lo para en el carro de vuelta a casa mientras lo pienso dos veces antes de devolver es el otro, un grandulón que no tiene problemas en gritarle a la Julia Robert que le diga la verdá, Closer, porque en el fondo de la botella repleta de peronías negrirrojas lo que se observa es un salvaje macharrán. Dermatólogo al fin, según el guionista, alardea de destripador, ¿cómo es que se dice?; de experto deshollinador de pieles sumisas, que se le van entregando poco a poco en el nacimiento del poro sudoroso para complacer su morbo de tacto Azrael. ¿Quién fuera diablo entonces, ángel caído, un torero venido a menos criatura del Loco afán apodado Pedro Lemebel?
¿Quién pudiera comprar pasaje ahora mismo de San Juan a Londres para meterse debajo de las bombillas de película, más allá de las sábanas blancas -más cerca- en la mentira de la segunda frontera de la maldá, sólo para entregársele a él?