Por qué no dinamitar el Colegio de Abogados de Puerto Rico

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Escribe Manuel Clavell Carrasquillo

Algún anarcoimpulso mal ubicado en el laberinto de la conciencia
nos mueve a rechazar todo aquello que implique restricciones a la libertad por parte de los poderes
que regulan la vida.
 
Esas mismas fuerzas irracionales nos hacen desconfiar de las instituciones,
sobre todo una vaina rara con flamante edificio en Miramar
constituida por miles de abogados y abogadas.
 
Entonces salen a flote cerebral y a flor de labios odios masivos en contra de burócratas anónimos,
burlas y escarnio contra jurisconsultos leguleyos y oficiales colmilludos que,
mediando sotana, peluquín y sello, han fungido como esbirros
cómplices,
del orden injusto,
contrario o así idéntico, burgués y aplastante como el estado de derecho.
 
Pero más allá de esas antiguas ganas de dinamitar la casa de los abogados puertorriqueños
fundamentada en la colegiación compulsoria que quiere eliminar el gobierno del gobernador Fortuño, también licenciado,
lo que pretenden el Ejecutivo PNP y la legislatura PNP
es gobernar sin contrapesos civiles:
disparar contra todo lo que no les convenga a mansalva
sin voces en disenso,
sin oposiciones.
 
Puede entonces recuperarse otro anarcoimpulso menos infantil
que no olvide que los abogados han sido cómplices de las atrocidades humanas más terribles
que no perdone a funcionarios de la corte como Torquemada o el inquisidor que condenó a Galileo
pero que recuerde que también han sido llave
puerta
eslabón
gatillo
de causas como la defensa de los derechos civiles
escudo contra el carpeteo y la persecución política
garantes de discusión libre sobre la soberanía de los sujetos de derecho
del estado de derecho descompuesto por una facción arrebatada así en abstracto
del estado de derecho encarcelado injustamente en Guantánamo, en Las Malvinas y en concreto.
 
Aquella imagen del presidente del Colegio de Abogados de Pakistán
marchando por las calles de Islamabad en pleno golpe de estado militar
y luego arrestado
jamás ha sido vista en Puerto Rico.
El Colegio también ha sido blando/ se ha dejado seducir por politiquerías/
ha pasado por periodos bobos y
no ha hecho mea culpa suficiente de lo chapucero,
ha bailado al son del patrioterismo, la hispanofilia y la fanfarria lameculos
pero ello acusa su imperfección institucional
su carácter híbrido y falible
la verdad de su carácter contingente
y no la necesidad de su clausura.
 
Habría que convocar esa energía anarcoimpulsiva
de la incomodidad
del disidente de conciencia
de la inquietud de espíritu
del hombre justo que se opone a la aplicación de la ley injusta en la Hélade primigenia
del daemón interno que lanzó a Diógenes a caminar con linterna en pleno día por las calles de Atenas.
Habría que volver a Sócrates con riesgo de ser cursis y a aquel juicio sumario:
al de Herodes, si se quiere una referencia menos pagana,
y recuperar la cordura del loco quijotesco
del revolucionario que apoya los postulados de su revolución en el respeto del estado de derecho
para oponerse al desmantelamiento del Colegio de Abogados de Puerto Rico.
 
Habría que recuperar una náusea camuseana
una cosa mala del corazón,
la punzada esa
señalada por el pensamiento alemán, el pensamiento francés,
el pensamiento escurridizo del ciudadano jíbaro que dice unju por las líneas bochinchosas de la banda radial AM
y volcarse sobre los enemigos del poder de la pregunta
cuestionar a los enemigos del poder de la duda sagrada contracódigos y decretos ultra vires.
Habría que hacerles preguntas directas a los velaguiras de la letra
a los demoledores de los procesos de cambio de las letras,
trastocar la paz de los envalentonados por el fuego electoral que ahora pretenden volar el gran question mark
que le sirve a la dama de la justicia como espada.
 
El Príncipe quiere quedarse sin interlocutores.
Los subalternos no tienen voz audible.
 
En este juego de mediaciones absurdas no queda más remedio que “honrar la toga”
y defender en esta encrucijada de cuchillos afilados al Colegio de Abogados de Puerto Rico como morada temporera de K,
hospitalillo precadalso del personaje de El proceso de Kafka.
 
Nadie puede creer que en el momento de la ejecución el mismo K acomode bien la cabeza sobre la piedra para que el verdugo haga mejor su trabajo
 
Nadie recuerda exactamente ni puede creer la grandeza de la posición socrática y su academia antes de beber el tecito de cicuta.
 
Quién recordará tu deseo de inseminar y fundar estados de excepción al estado de derecho sin que los abogados en pleno te lleven la contraria?