Escribe Manuel Clavell Carrasquillo
Tus amigos ariscos reclamaban la tuya maquiavélica presencia en el corillo para irse en bonche vampÃrico a empolvarse las narices en el baño. Se acercaron a la columna que te aguantaba de caerle arriba a la Ponka con intención de secuestro a lo Sendero Luminoso (pero sin las consignas maoÃstas, el colmo barbudo) y te dijeron de todo, pero tú que no y que no, que ya mismo ibas; si acaso, so bichas.
La noche se complicaba de manera caótica debido a las presiones del grupo de demonios en celo y súbito arrebato de cariño discotequil, en el momento menos oportuno (jalones de hombros, cuchicheos inaudibles y planes de ataque colectivo con historias de bochinche), porque tenÃas al chamaquito bello en la mira y ellos jodiendo para que les prestaras atención y guÃa espiritual psicosomática cuando eran tiempos de cacerÃa y party en solitario, sobre todo con posibilidades de junte anal bareback. DecÃan que sólo tú faltabas para la operación coca, porque siempre lograbas entre pase y pase entablar conversaciones nÃtidas en los cubÃculos que (nadie sabÃa cómo, pero pensaban que algo tenÃa que ver con un cruce entre tu cultivado humor negro atrevido y el desamarre verbal de un cúmulo impresionante de estupideces folclóricas gringas mezcladas con mala leche hispánica) atraÃan a los muchachos. Asà que maldijiste al corillo, y a tu mala suerte de madre superiora part time, y permaneciste en la pose cuarentaicinco, con un trago de güisqui escocés en la mano, en espera de que el pececito mordiera la carnada.
Las Ramblas catalanas estarÃan tan divinas como el Malecón habanero a esa hora, pensaste, lo único que rebosantes de locas brutas, vividoras, cafres y desquiciadas pero tu parada en Rotterdam significaba trajines indoors supuestamente primermundistas: te esperaban roces con locas comemierdas, distantes y estiradas. Te imaginaste, canto de loco sucio fracasado, caminando por el Malecón junto con la Ponka, desafiando los cantazos de salitre comunista al darle besos en los labios a tu compañero vestido de cuero negro en público para escandalizar a las dragas mamaracheras de Cuba. Ubicaste la próxima pasarela absurda en la Barcelona de los yonqui alegres y las putas danzantes para seguir añadiendo colores pasteles al lienzo de las guÃas turÃsticas de tus desvarÃos, esos pelitos cilicios decorados para escenas de hotel y barras de lujo en los primeros pisos, más las terrazas con los jacuzzis infestados, de tu viajecito guarachero poor chic pretensioso en tus momentos de ocio entre caso y caso. Tanta presión jurÃdica terminó por volarte los cascos azules, Galliantito. Te lo dije, zopenco, debido a tus desperfectos genéticos y a tus pobres estrategias de encauzamiento del deseo, cada vez te atraÃa más tu némesis; Adelaida transfigurada en Ponka.
Señores del jurado, no desesperéis, la segunda paja que se jaló Galliano haciendo cerebritos caros, de lujo juvenil entregado a la maldad de las marcas y los reconocimientos sociales de magacÃn con la piel pálida de la susodicha Ponka, mientras desplegaba una rutina chirliderezca con sus consabidos saltitos raros, en la pista de baile, ocurrió de la siguiente manera:
La invitación subsilencio del amante bandido, el héroe de amor, culminó en un acto de bondage. Se busca simulacro de penetración que, al taladrar esfÃnteres bombeantes y dentados, rompa fémures de pollo y estalle en lÃquidos cremosos. Extendidas las cadenas por todo el recinto de la noche embrujada, amarradas las muñecas con cortaduras suicidas previas a sendas esposas policiacas, también los tobillos censurados por el frÃo metal del enforcement, la Ponka fue amordazada voluntariamente por el soñador sádico hasta decir basta. La palabra basta aquà era el quiú del estop; se sabe. Luego se le puso el pasamontañas en la cabeza, para apagarle la visión de los ojos y prenderle la de los delirios subconscientes de su laberinto mental: inferno. Luego, se le trincaron los músculos al contacto del primer azote con látigo de cuero por las zancas, por la espalda breve, por las nalgas, que no se destensaban porque el acercamiento del cuero disecado del animal (alias fuete) aumentaba la presión de la sangre y dinamitaba gritos contradictorios de pégame, cabrón, no me vuelvas a pegar, dame duro, bestia. Luego, Galliano escupió en sus palmas, y la saliva fue a parar al miembro cohibido del preso en necesidad (y eso, que nadie allà estaba dispuesto a llamar a servicios sociales) de lubricamiento hottie. Luego, le escupió en la cara tapada, en los labios sobresalientes por el roto vertical de la máscara de lana negra y en las narices secas en busca de olores crudos de carnes en vÃas putrefactas, esta vez sobresaliente por el roto redondo del centro. La reacción del castigado le complació bastante: la Ponka, asqueada en un trajÃn de fo, qué rico, pedÃa más maltrato, mucha más crueldad tierna.
El proceso de la subida pingosa fue adelantado por el desprecio psiquiátrico controlado por el teatro sadomasoquista. Ponka pendeja, tú no vales na. Ponka de mierda, sométete a la paz espiritual que imparte mi baturro autorizado. Ponka desgraciá, te voy a dejar hecha kantos para que aprendas a respetar a tus mayores. Ponka ignorante, so bruta analfabeta, no te quejes más de tu suerte manipulada por el poder de mi verga suprema, nunca digas nunca, suéltate completa, que te la voy a meter sin condón y sin piedad hasta que me venga.
Ay Gallianito, Gallianito, ¿qué voy a hacer con tanto fronte barriobajero y cafrondo en el cerebrito de tus sienes, si en la vida real ahà estabas, tembloso, frizado todavÃa en tu indecisión permanentemente burguesita; amarrado a la columna?
*Esta historia continuará pronto.       Â