“La ponka asesina”. Capítulo 3: Primera mirada

japonesita de Galliano

Escribe Manuel Clavell Carrasquillo

Se me ha ido
de las manos
algo trágico

e inocente

Nadie cubrió mis heridas
y lo mágico se convirtió en

vano

-La Ley, “Libertad”

Ojos serenos, mano reposada,
y jugando a ser triste sin tristeza.

-Luis Palés Matos, “Para lo eterno”

El animal no ama: no está en su diseño la cualidad del amor. El animal se esconde, atosiga, entrampa cuando puede, pero no puede amar. No es su cualidad amar; no es su designio.

-Juan Carlos Quiñones, “Dos pecados”

¿Cuánto espacio más quiero ocupar?
Dulce tentación de dejarlo todo…

-Café Tacvba

La depresión te cuarteaba los huesos en pequeñas láminas de plástico y te ungía los dientes con hiel maldita. Escuchabas un disco de Hendrix y otro de Beto Cuevas en replay permanente hace ya dos días, encerrado con ácido de batería en el estómago, callos jodones en los dedos gordos de los pies, musarañas en el cerebro y entonces qué, ¿qué de qué?, ¿qué carajos? No tenías más remedio que llamarme, Gallianito de mi corazón de embuste hologramático, para que viniera en tu auxilio (mutuo, según tú, seguro) y te hiciera compañía en la penumbra de tu lujuria trastornada en depre, porque no tenías “a nadie a quién culpar” por la derrota y las heridas del amor, ni mucho menos “a quiénes perdonarles las culpas”.

Hice acto de presencia en tu cuarto de hotel arrastrado por las muelas de atrás, porque no me quedaba otra, y, enseguida, al verme vestido de marinerito sobre cubierta, con mi trajecito azul y blanco Gaulterio preferido, bien pegado al cuerpo de dragón de fuego a la Potter que me diste, dictaste el Reglamento:

Artículo uno

Dior Mío, amigo imaginario salido de mi pozo séptico titubioso (yo invertido, copia exacta de esa gran gota de lluvia psiquiátrica; por eso lapachero neurotransmisor en el mangle interno), vivirá por mí cada peso y cada arrastre. Cargará sobre sus viejos hombros lo peor de mis relaciones truncas y mis anhelos mohosos. Se hará cargo de errores. Vomitará cada cerveza que me beba al ritmo de lounge, sentado en butaquitas con esqueleto de cromio forrado con cuero marroquí frente a las barras, hasta vaciarme de recuerdos sucios tras reminiscencias etílicas en los urinales de los baños, en la parte densa de los pastizales recónditos, en los cuartos oscuros de las casas abandonadas a la oscuridad frente a la playa. Tendrá que hincarse.

Artículo dos

Manejará las crisis que yo no pueda. Todas, si es posible. Se vengará de las palabras que vengan como dardos, de los malos reflejos de los arquetipos, del absoluto desconocimiento de mi ser y el quién seré, será. Lema: “Esta vez vengo buscando el corazón / esta vez lo intentaré otra vez”. Objetivo: compensación y resarcimiento.

Artículo tres

Tendrá derecho a protestar, pero no voto.

Artículo cuatro

Se reportará únicamente a esta Fiscalía General de la Nación protegida con cámaras vigilantes las 24 horas que es mi consciencia de abogado nice and proper. Y eso es todo por ahora.

Análisis clínico, cabe:

Condenao, ¿conque no te acuerdas de lo que pasó?

Mucho antes de borrar la cinta, estuviste ocupado con el caso de las detenciones arbitrarias de barcos con mercancía original de Carolina Horrera (CH) en varias de las exclusas del tramo Río Negro-Danubio, la autopista “natural” que conecta los navíos que zarpan de América con la Europa del Este. La doña quería declarar la primavera en pleno invierno húngaro al inaugurar en Budapest la nueva boutique de su emporio fashion.

Tuviste que visitar oficinitas trepadas en zancos metálicos sobre los ríos y las rías para entrevistarte con oficiales de segunda que exigían un aumento en su comisión de los sobornos. Exacto, vestido como el más fino de los litigantes de la jurisdicción marítima en el orbe, ni siquiera intentaste razonar con los gendarmes portuarios. Los macharranes te ofrecían todo tipo de bebidas calientes para que se te escapara el frío por los poros, pero tú hacías gestos de negativa y no les reías las gracias. Inclusive, se escucharon en las villas obreras destartaladas de la ribera contigua par de insultos tuyos. Aunque no lo creas, eso me gustó, por un momento fuiste tú sin miedos, y aplaudí un poquito cuando lograste torcerles los brazos y salir con la ganancia: aceptarías el aumento tarifario a cambio de menos inspecciones sorpresa y menos incautaciones de cajas por los pejes sindicales que comandaban a los estibadores. Eximirían de los rayos X a la flotilla con bandera venezolana de CH.

Retazos de la orgía

1.
No fue hara-kiri.
A veces se interpone el corazón confuso
entre puño y cerebro. El agresor
se hiere y expone las entrañas.
La intención, sin embargo,
es homicida.

-Hjalmar Flax, “Serie necrófila”.

Usaste el I-Phone por vez última en el taxi que te llevó del control del puerto de Rotterdam hasta el hotelito de diseño cuatro estrellas para comunicarte con las centrales del bufete y dar las buenas nuevas. Luz verde para la pautada llegada de “la mercancía” a su destino. Abriste la puerta de la habitación y colgaste el traje Tom Fordis en la percha mientras te desanudabas la corbata, los zapatos y así, inclinado de medio ganchete, le echabas desde aquella bajura media un vistazo a la decoración del sitio. Maldijiste la hora en que dijiste que sí a la Habitación Blanca Murakami, porque ahora te parecían espantosos los detalles de encaje en colores pastel con forma libre de telas de arañas peludas que hacían el contraste con el fondo perla pálido de las paredes empapeladas. Ya descalzo y desabrochado, caminaste hasta el mini-bar y te serviste un Cosmopolitan. Te sentaste en el sofacito de piel nívea, encendiste la pipa de agua paqueada con hachís y pensaste en el plan maestro para la tercera venida literaria de la noche celebratoria que, para ti, Gallianito estúpido, es sinónimo de depravada.

Te habías citado en el Gay Palace de la calle Schiedamsesingel 139 con tu colega traquetero, el flaco portugués que también te acompañó a jugar fútbol durante aquellos tres meses eternos en que fueron amantes a lo loco, y una de sus muchas conexiones transtráfalas. Invadiste sus cuatro pisos llenos de árabes, skinheads y ponkas con un guille cabrón, proporcional a tu victoria estilo serie de HBO Mandrake, y pediste de inmediato el segundo Cosmo de la noche. El líquido te ayudaría a marinar el taco pulverizado de crystal dust que se te alojó en la garganta y te haría el favor de borrar de la memoria la indomable pinga portuguesa.

Las lucecitas de tu infierno predilecto rebotaban contra tus retinas como rayos láser anunciantes de ceremonia tribal en pleno capitalismo tardío y el tecno te iba soltando los músculos hasta empujarte a la chicanimalidad ansiada provista por la danza colectiva en momentos de tribulación apocalíptica, tal y como lo viste en The Matrix Revolutions. En ese momento, decidiste exhibir en la pista tu cuerpazo de gimnasio ataviado con un mahón gris oscuro YSL que apretaba tus veintinueve de cintura hasta marcarte las nalgas y una camiseta Pradat negra, de cuello V, ceñida, que hacía que tus pectorales de modelo estándar resaltaran.

Brincaste hasta el techo sin tocarlo y te moviste como un mono prieto amenazado por los cazadores en la selva. Simulaste la configuración de formas geométricas en al aire con tus brazos y tus piernas, sudabas como salvaje fugado de la jaula, diste pasos largos de gimnasta frustrado, Gallianito, fuiste otro de los pendejos a la vela que bailotean la nota debajo de una bola de discoteca forrada con espejitos trili, reflectora de los despojos de los maricas extasiados con el último hit de house progressive.

Pero gustaste.

Justo al lado tuyo, en medio de aquella multitud de blanquitos holandeses arrebatados y moros expatriados borrachos que se pegaban los huevos peludos, apestosos a macho en celo, unos contra los otros debajo de la espesura espectral del humo del tabaco turco y los porros, viste al niño bello de tu ruina. “La Ponka” abría camino para ligarte entre la niebla tóxica con un gesto particular forjado con la combinación truculenta de “ojos delineados con MAC, pómulos altivos y labios prensados”, semiestático en su pose seductora, deseándote con una fuerza electromagnética que no habías sentido antes penetrarte el hígado. Allí mismito, en un nanosegundo que sólo conté yo (qué clase de cojones, este casito que me toca), quedaste petrificado como el David de Miguelángel por su enigmática mirada.

Dito, pa, qué lástima, ¡tú frente a Goliat en pleno campo de batalla y desprovisto de onda!

Los capítulos anteriores de “La ponka asesina” fueron publicados en el periódico Diálogo, de la Universidad de Puerto Rico: “Ciertas confesiones de Dior, amigo imaginario de Galliano” y “Zozobra Galliano en un mar de sargazos simulado”. Espere el próximo capítulo por el mismo canal y a la misma hora el próximo martes.

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