Ciertas confesiones de Dior, amigo imaginario de Galliano

Galliano 1

Por Manuel Clavell Carrasquillo

La terquedad que te caracteriza no permite que las rabietas se te pasen rápido. Debes perseverar en el show del ego herido por los cuestionamientos de los otros, echar maldiciones con espuma por la boca contra aquellos que se atrevan a contradecir tus designios, amenazar con torturas espirituales a los que intervengan en los procesos de consecución de tus “sabios” actos. Pero a mí no me conmueves con tus arrebatos desproporcionados, Juan Galliano, porque no me programaste para ello.

Me convocaste aquella última noche de desolación que pasaste en el hospital metropolitano. Te recuperabas de los daños que sufriste en el atentado a fuerza de calmantes, antinflamatorios y terapias. Tus conexiones con la compañía te habían transformado en un mercenario intelectual huraño e insoportable en busca de aires bucaneros dentro de los viejos tomos legales. Cortaste toda conexión con tu pasado aferrándote a una estrategia sanguinaria cuando encontraste el nicho “perfecto”.

Lograste acomodo razonable entre los más grandes tecnócratas y, justo cuando enfilaban los cañones de la firma contra el buró para burlar las reglamentaciones rígidas, un tobillo destrozado echaba por la borda todas tus conquistas. Por eso me emplazaste. Interrumpiste mi reposo dibujando un pentagrama para que volviera a ayudarte; esta vez a planificar una venganza.

Me armaste con un cuerpo gitanojaponés muy atractivo, extrañamente alto y tofe. Me pusiste grasa en la lengua para que pudiera dominar el sánscrito, el suahili y el vascuence, además de las romances. Me dotaste con poderes para sobrevivir debajo del agua, volar por los aires, atravesar la tierra como los topos y soportar los fuegos más terribles. Me vestiste con ropa casual y seductora, muy ceñida. Querías enviarme -antes que tú fueras- a aventuras (erótico)políticas para explorar antros y tugurios suburbanos que luego frecuentarías en tu mente.

Me pusiste negros ojos grandes con un dispositivo de visión infrarroja para que te trajera noticias de las hilanderas extranjeras que trabajan en las infames fábricas del Garment District indígena. Audición biónica para que escuchara y memorizara las narraciones épicas de los esquimales asesinos de focas y osos polares. Una rara piel bronceada con tacto ultrasensible para que pudiera tocar los lujosos pezones de las prostitutas contratadas por la junta para entretener a periodistas o relacionistas públicos. Por último, me confeccionaste un gusto virtual hiperdesarrollado que introdujiste detrás de mis breves labios para que saboreara por ti. La misión requería que me relamiera las pezuñas en tu nombre tras tragar agridulces líquidos prohibidos y enmohecidos polvos.

Me diste cualidades de dandy jaquetón para que interviniera con los modelitos tras las pasarelas, les llamara la atención de su belleza estándar rozándoles los glúteos y les ofreciera fajas gordas de billetes para robarles chismes de monsieur Gaultiero y míster Versacesco. Te obsesionaste con la posibilidad de que tuviera el raciocinio investigativo del agente encubierto camboyano y la sangre fría del matón a sueldo ario. Decidiste que, para acentuar mi indiferencia hacia lo vivido y lo sufrido, me contagiarías con la enfermedad de los que ya no tienen miedo a nada: estaba escrito en la corta página de mi destino inexorable que me declararías anoréxico.

Mientras le imprimías los últimos brochazos ordinarios a mi boceto de machito bravío, removías el hongo de los códigos de leyes internacionales sobre copyrights, patentes y marcas registradas. No podías permitir que la junta ni los socios se dieran cuenta de que tenías deficiencias de memorización y que los trucos de la práctica forense para emprenderla en las cortes contra los imitadores no estaban en los cuadernos computarizados en los que garabateabas tus notas.

En ese momento preclínico, antes de que fueras internado por segunda vez en tu vida, te susurré el fatídico secreto que me pedías a voces: “Gallianito, Gallianito, madame Channela, la del Figaro, te tumbará los cocos. Tu ruina serán las imitaciones y los ecos”.

Primera rabieta

Te regañaron por el malmanejo de la cuenta de M. Korsisko. En la misma reunión, ya nuevamente incorporado después del puñetazo de los socios, le echaste la culpa al gerente de la compañía destinado a la sucursal de Manila. Te había engañado, aprovechándose de una interpretación fatula del privilegio abogado-cliente en la jurisdicción extracontinental de las islas. Te juró por su madre que los textiles no eran inflamables y que las cremalleras no estaban entintadas con pintura plomiza. Sospechaste de su gesticulación absurda y exigiste una inspección ocular de la planta. Te fue negada por tecnicismos de seguridad y orden corporativo, más una referencia oscura a tus gustazos pedófilos con los modelitos rumanos de Rarmani. En ánimo consolador, te dio acceso a los papeles. Dispuesto a examinarlos con cautela, te encerraste conmigo en una habitación del Hilton. Colaste una buena dosis de cristales y dos pipas.

Tras la humareda, pediste mi consejo. Te dije que las auras parpadeantes de las familias que hurgaban en el basurero nacional valían más que las promesas del gerente. Que una lectura rápida de los sueños mojados de los funcionarios filipinos en guayabera, como los suyos, pronosticaban una hecatombe maldita parecida a la que provocó, milenios atrás (nov., 1978), Jim Jones en Guyana con Kool-Aid envenenado. La diferencia estribaba en que la tuya sería individualmente simbólica. Contigo y tu estela de malasrachas ya no sería coartada el llamado al suicidio colectivo utópico. Tú solo serías el responsable del acabe.

No hiciste caso. Todo lo contrario, comenzó la primera rabieta. Lanzando escupitajos lograste amordazarme y me amarraste de los pilares de la cama de caoba. En tu delirio, decidiste vestirme a la fuerza con un kimono shocking pink de alta costura y me recogiste el pelo largo en un moño en forma de melocotón para que me presentara disfrazado ante el gerente para cuadrar el soborno. Soltaste las amarras para que saliera de la habitación a cumplir tus órdenes pero los drapeados de la tela de seda cruda provocaron mi caída.

Me arrastré como pude por el piso alfombrado, reptando como piel de boa montada sobre la olma de dos tacas. No fui lejos, enseguida lograste que perdiera el conocimiento tras el cantazo que me diste en la nuca con la base de mármol de la lámpara. Roto el conjuro de nuestro amor pactado gracias a tu pataleta, me refugié en las pailas de tu limbo psíquico. Ya habías transmutado de amigo imaginario (amo) en polvo astral de cometa deshecho (esclavo).

Segundo ataque

El avión de regreso lo tomaste solo. Durante el trayecto, sólo te distrajeron del objetivo destructor el uniforme couture, al estilo de los toreros sevillanos, que llevaban los azafatos, y el sonido contra los hielos de los chorritos que constituyen un cubalibre doble. Durante el sueño, manipulaste los eventos para que regresara, pero me negué.
Soy difícil. Hice que un general ordenara tu tortura, que te acostaran en un box spring con los alambres electrificados y que, luego, te encerraran herido en un calabozo sin luz y pestilente infestado de ratas. Despertaste con un susto enorme incrustado en el alma y enseguida te dio un ataque cardíaco.

La próxima escena transcurrió en un dispensario rural, entre ampolletas llenas de antibióticos expirados y sueros, porque el capitán dio la orden de prepararse para un aterrizaje de emergencia debido a tu alarma. “Sácame de aquí, Mohammad Dior, sácame”, le gritaste al enfermero cuando despertaste. Lo confundiste conmigo a mala hora, Gallianito, terco licenciado. Ya no volvería a tu lado hasta que dibujaste el pentagrama con tus lágrimas de cocodrilo para que regresara. Recuerdo que trazaste los triángulos en medio del tercero de tus tántrums y los marcaste con cinco velas negras. Querías que llegara pronto, para que te ayudara a planchar la venganza contra la compañía; para que reparara el daño que te habían hecho después del atentado.

-mcc

Publicado originalmente en Diálogo, periódico de la Universidad de Puerto Rico, edición de febrero-marzo, 2008.

“El monumento invisible: Ensalmos para conjurar el sexto sueño”: Presentación de la nueva novela de Marta Aponte Alsina

Sexto sue  o portada2

Escribe: Juan Carlos Quiñones
Especial para Estruendomudo

Una magia mántica. Un susurro, el sonido nunca jamás ahora escuchado de un estilo afilado acariciando las pieles receptivas de un papiro. El llamado del papiro, su exigencia de ser marcado, rasgado, tatuado, entrado en el tiempo y en la historia a fuerza de trazos, de huellas, de violencia, esto es, de escritura. La experiencia mal llamada mística de sentir la vecindad de lo infinitamente lejano, la cercanía imposible de las palabras y las cosas. Las voces de los muertos, las más imposibles porque ellas son en realidad las voces propias o una sola voz propia lejana disfrazada de legión. Una impostura disfrazada de una serie de imposturas siempre otras cuyo historial de suplantación es detectable en el amplio palimpsesto de la historia por unos ojos, por una mirada cuya demanda constante, irresistible desde siempre es precisamente el detenimiento de dicha mirada, el cesar de la caricia de los ojos sobre la página para comenzar la tarea irresistible, constante desde ya de la escritura, la misma rasgadura pero ahora otra, desde ya. “Una palabra que entorno a la piedra/su círculo extiende” lo llama, la llama Paul Celan.

Una palabra imantada. Un mantra. Atrayendo. Los ojos. Las otras palabras.

Sexto sueño.

* * *

mummy“¿A qué sonaba el egipcio?”- le pregunta Sammy Davis Jr. a Nathan Leopold mientras celebran el fiasco de un espectáculo falaz en una barra de mala muerte, (mejor aún, en una barra de ultratumba o una barra post-mortem) ubicada en un Viejo San Juan prometido por Nathan a Sammy como fantástico o fantasmal. Esta interrogación inconcebible, cuyo escenario es una barra inconcebible, ocurre en otro lugar igualmente inconcebible. Y es, y coincide con el lugar que nos ocupa esta noche, el lugar que ocupamos esta noche. (Chiste Tertulia) Ese lugar es una novela que se titula Sexto Sueño. Aunque no del todo. Hay otro libro sin nombre con otra autora sí nombrada enterrada en la caja china que conforma esta novela de Marta Aponte Alsina.

Ahora: ¿A quién está dirigida últimamente está pregunta inconcebible? ¿A Nathan Leopold, su destinatario “en principio”? ¿A la momia Irenaki? ¿Al mismo idioma egipcio, perdido, desmemoriado y desterrado él de sí mismo en el “océano de la memoria (la frase es de Chantal Millard)? ¿Al tiempo mismo? ¿Podemos estar seguros?

Yo estoy casi seguro de que todas las preguntas que habitan este texto (este, la novela llamada Sexto sueño; esta presentación llamada en su última encarnación El monumento invisible) están dirigidas en todos sus avatares al tiempo mismo. Al menos, a cierto modo del tiempo, como se verá a su tiempo, indescifrable. Esto, porque ese tiempo no está hecho de palabras aunque se oculta entre las palabras, en el corazón de las palabras, en el centro de no todas las palabras, pero aún en ciertas palabras enterradas en ciertos textos. No en cualquier texto. En este texto. Seguramente seguro de que no puede estar seguro de quién es el verdadero interrogado, Nathan Leopold responde, nostálgico:

-Buena pregunta. Daría las pocas horas que me quedan por oírlo. Una lengua que se escribía en imágenes, qué cerca estarían las palabras de las cosas.

Es para mearse de la risa. Así lo reconoce Sammy, con un atisbo de sabiduría que solo un Sammy Davis Jr. hecho personaje de esta novela podría ostentar. Por eso comenta, como dirían los gringos, tongue in cheek:

– En Hollywood las momias hablaban con acento yidish.

Es que en el Sexto sueño nada puede estar más alejado de las cosas que las palabras.

* * *

dreamcatcher ¿Dónde/cuándo comienza el sexto sueño? (hay que aclarar desde ahora que el sexto sueño no es una cosa idéntica a esa otra cosa que es una novela titulada Sexto sueño, al igual que esa novela, cuya autora se llama Marta Aponte Alsina, no coincide con otro libro cuyo nombre no nos consta y cuya autora se llama Violeta Cruz. No tenemos el tiempo necesario aquí/hoy para establecer estos deslindes. Daría las pocas horas que me quedan por oírlos. Nos bastará, sin ser suficiente, poder intuirlos, como en espejo oscuro, reconociendo al menos que precisamente se trata de todo menos de espejos)

¿Cuál es el principio de la novela titulada Sexto sueño?

En un principio, en el principio antes del principio que es el tiempo anterior a la escritura, yo había pensado titular esta presentación del siguiente modo: El monumento invisible: ensalmo para domesticar el sexto sueño. Los cambios, mínimos a primera vista, resultan radicales. La voluntad original era diseñar un método, una pobre máquina de pensar más al estilo de Raymundo Lulio que al de Nathan Leopold, para descifrar el sexto sueño. Esta tarea reductiva de explicitación estaba destinada a ser aplicada tanto a la novela como a eso en sí que la narradora-escritora denominaba el sexto sueño. ¿Un lugar? ¿Un tiempo? ¿Un ensalmo hecho de palabras? Veamos la descripción que hace Violeta Cruz de esta cosa que lleva ese nombre onírico-numérico:

“Si el sexto sueño fuera una flor, sería el gusanito de la caja de fósforos; si una muerte, de la risa; si un pájaro, hueco; si una fruta, tinta; si un mamífero, la hiena; si el corazón de un sabio, el tuyo, Irenaki.” (233)

Un método, entonces, pensé yo. Esto es, un método de transmutaciones a primera vista indescifrable. También a segunda, tercera, cuarta y quinta vista, sépase.

Entonces, todo hubiera sido cuestión de proponer un método para “domesticar” lo que ya yo entendía como el método del sexto sueño. Ese “meta-método” (por usar un disparate) se me presentaba como una forma análoga, si no idéntica, a ese otro disparate que conocemos como crítica literaria. Y eso hubiera estado muy bien, si no hubiera sido por dos epifanías que se me presentaron de golpe. La primera, puramente subjetiva: yo no sabía exactamente como practicar ese método. La segunda, con la objetividad de lo que se halla tan lejano a un sujeto que ni siquiera hay posibilidad de mostrarlo, de nombrarlo con algún grado de éxito. La operación, si es que de técnica se trataba, no consistía en el arte metálico de la disección explicativa, sino del arte mimético (hay que aclarar aquí que este proceso de imitación no implica en ningún modo la representación de las cosas mediante las palabras, tarea que ya se anunció como imposible) de actuar igual que el método actúa. Esto es, desde las palabras hacia las palabras. Esto es, respondiendo a ese llamado de la literatura precisamente haciendo literatura. Es por esto que cambié el título de un singular totalizante (ensalmo) a un plural proliferante (ensalmos). Es por esto que cambié el título de un verbo sintetizante (domesticar) a un verbo hechizante (conjurar). Por esto cambié de método, si se quiere ser estúpido.

Por esto, y porque me surgió, entre estas dos epifanías, entre lo subjetivo y lo radicalmente objetivo, la pregunta.

* * *

Pulp4 ¿Cuál es la primera página de esta novela?
Esto es, ¿Dónde/cuándo comienza esta novela?
Más aún: ¿cuál es la frase que inaugura esta novela?

¿Cuál es el primer escalón que hay que pisar para llegar al sexto sueño?
¿Dónde/cuándo comienza el sexto sueño?

La pregunta surgió ya de entrada en plural, esto es, que surgió desde el principio de la escritura como legión, como muchas que eran una, como multiplicidad. Empíricamente podría decir que este momento, estas enigmáticas palabras ocurrieron (palabra, momento, lugar, instante, pregunta, respuesta, todas estas palabras se confunden, no, en realidad coinciden sin designar lo mismo dado el hecho que están indefinidamente retiradas de aquello que designan) cuando decidí detener mi acto de lectura (de la novela) para comenzar mi acto de escritura (de esta presentación). La pregunta surgió cuando/donde mismo se ocultaba la respuesta que al igual que la pregunta era muchas respuestas, ninguna respuesta. Ese lugar/ese tiempo está oculto en un intersticio. En un instante enorme en su imperceptibilidad. Un monumento invisible.

El instante imponderable que se esconde entre la lectura y la escritura.

* * *

Para ser más específicos (¡Ja!, ¿es posible?), me refiero a un instante ubicado al final de la lectura que coincide con el principio de la escritura creando instantáneamente un abismo entre ellos que es el mismo instante, ese momento imposible donde ocurre, en palabras de Heidegger, “la totalidad del ser”. Empíricamente, este instante y este lugar están marcados en la novela Sexto sueño por una palabra, sin hallar su habitancia en esa palabra. Aunque algo extremadamente poderoso sí habita esa palabra, como ocurre con todos los actos de habla que más allá de ser actos y de pertenecer al lenguaje también son casas. Esta palabra aparece en una página de la novela titulada Sexto sueño. En dos. En tres. En realidad, empíricamente en más de tres, pero solo tres de sus apariciones nos incumben. Yo puedo enumerar esas páginas. Pero no lo voy a hacer.

Esta palabra, redonda e ínfima como una canica y preñada como un aleph, se llama YA.

* * *

“Quiero contar sobre como empecé a escribir. Fue así:
Un día dije ya.
Ya.
Paré de leer.” (28)

davstr ¿Quién (o quiénes) dice o dicen, dijo o dijeron esta palabras?; ¿quién (o quiénes) las escribe o escriben, la escribió o la escribieron? ¿Acaso no las dije o escribí, las sugerí yo mismo (esto es, las dije, las escribí en otras palabras) en la sección anterior? A mi entender sí. Esta fue mi experiencia de escritura, de lectura. ¿Quién más? En la cita anterior, las pronuncia (o nos cuenta que las pronunció) el personaje-autor de Violeta Cruz, desde (y cito) “una recámara mortuoria, un poco más grande que un ataúd de lujo.” Podríamos estar todas las horas que nos quedan de vida comentando las polivalencias de sentido de estos espacios mortuorios en esta novela. Lamentablemente no tenemos para nosotros todas las horas que nos quedan de vida. Pero bastará, recurriendo al lenguaje de aun otro disparate llamado psicoanálisis, con señalar la condensación de esta descripción del lugar físico de la enunciación de la palabra “Ya”, su coincidencia con el melancólico escenario donde nace y donde ocurre la escritura, y la aparición de la palabra en cuestión en la página y el intersticio que esta marca en dicha página. Porque es precisamente aquí, entre estas palabras que son la misma palabra (“…dije ya. Ya. Dejé de leer.”), en esta instancia y no en otra de la aparición de esta palabra, donde comienza la novela llamada Sexto sueño. Y es en el intersticio en el hueco que ella marca donde ocurre el fenómeno llamado sexto sueño.

* * *

Pero, ¿qué es exactamente lo que ocurre en ese lugar, antes de este Ya, o entre un “ya” y otro “ya”? ¿Cuál es el evento que viene (¿de dónde?) a ocurrir en ese instante marcado por esa palabra poderosa? En un principio, lo que allí tiene lugar es toda la novela titulada Sexto sueño, toda ella y toda novela. Allí es acaso donde tiene lugar esa cosa que acaso incautamente llamamos el género. Acaso, los géneros. En su multiplicidad. Allí se encuentra un monumento invisible, incalculable, si no es que el mismo tiempo, ese tiempo ínfimo e incalculable no es ya de entrada un monumento invisible. Ese monumento está construido de palabras, como una pirámide está hecha de piedras (recuérdese a Celan) superpuestas. Al final, no se le puede ver. Queda oculto. Escondido precisamente por la palabra que lo marca.

La valencia del enjambre de palabras que ocurren, que se ocultan en este lugar intersticial es desigual entre las unas y las otras. Como en el eje paradigmático de aquel otro disparate llamado lingüística, hay aquí palabras con más participación que otras, o distinta participación, distinta valencia, o dicho de un modo distinto: no todas las palabras caben en esta oquedad generativa.

Este “Ya” que anuncia este instante no es, no puede ser cualquier “Ya’. Solo dispara este complejo dispositivo de sentido en cierto contexto: El contexto específico de la novela titulada Sexto sueño. Pero, y a la misma vez o cada vez o todas las veces, todo esto ocurre donde quiera. Esto es, donde quiera, en todo lugar donde ocurra ese otro enigma que incautamente llamamos literatura.

* * *

papiro rhind1 En otro lugar, en otro texto que se titula (no por casualidad) El instante de mi muerte, de Maurice Blanchot, se dramatiza la ocurrencia de este evento de una manera radical. En su lectura de este texto maravilloso, Jaques Derrida describe lo que, a su entender parece ocurrir en las entrañas de esta frase extraña y a la vez dentro de ese instante, nuestro instante, el que tratamos de asir inútilmente aquí a fuerza de palabras:

“namely, that time passes without passing, like a parenthesis, in parentheses, the measure of time remaining here an absolutely heterogeneous measure. […] it is an entire lifetime in an instant, an eternity. A change of age. What will happen will have opened another time. Absolute anachrony of time out of joint.” (Hamlet) (Demeure, 61)

Al igual que en Sexto sueño, este instante ocurre o se dramatiza con mayor intensidad en el Instante de mi muerte precisamente entre dos palabras, pero esta vez con la intensidad de un signo que no es palabra, que marca las palabras escapando a un más allá de las palabras. Empíricamente, la frase (¿de qué otro modo llamarla?) adquiere la siguiente forma en el texto de Blanchot:

Dead – inmortal

Sobre esta frase enigmática, Derrida hace un comentario que entiendo aplica totalmente a la novela Sexto sueño, y específicamente a lo que ocurre en/entre las palabras que nos ocupan:

“The syntax of this sentence without sentence, of this death without sentence of which Blanchot also speaks elsewhere, sums up everything in a single stroke. No verb. A hypen, a line of union and separation, a disjunctive link wordlessly marks the place of all logical modalities: dead and yet immortal, dead because immortal, dead insofar as immortal (animmortal does not live), immortal from the moment that and insofar as dead, although and for as long as dead; for once dead one no longer dies and, according to all possible modes, one has become immortal, thus accustoming oneself to – nothing.”

De modo que no ha de sorprendernos el hecho de que este lugar, este instante y esta palabra (cualquier palabra que designe ese lugar y ese instante, la palabra “Ya” en nuestro caso) aparezcan íntimamente ligados con la muerte en la novela. Una de las palabras que encuentra su resonancia en este intersticio es la siguiente: Tanatocidio

Porque entre otras cosas, entre todas las cosas, lo que allí tiene lugar es la muerte. Como Irenaki, anida muda y acechadora y repleta de palabras en el centro móvil de esta novela. No. Lo que ocurre una vez y todas las veces y por siempre desde nunca en ese monumento invisible es algo más: es la muerte de la muerte.

En algún lugar de la novela llamada Sexto sueño aparece la siguiente frase, marcando el final de un epitafio:

“La inmortalidad es su
ya”

Acaso es, después de todo, aquí donde algo comienza, donde todo comienza. Ninguna escritura supera el esplendor del epitafio. Este es el sexto sueño. Este es, en su desgarrante operación de marcar huella, el “ensalmo de las puertas blancas”.

* * *
anatomist Antes nos habíamos preguntado, entre otras cosas, en otras palabras, lo siguiente:

¿Cuál ha de ser la frase que abre este amasijo de palabras, esta novela?

Antes del “principio” de la novela, en una página que no lleva número en su calce, aparece la siguiente frase:

Para ti

Una dedicatoria. Este regalo que promete el goce y el terror encuentra su destinatario al otro lado del abismo, del instante, casi al final de la novela, atravesando el monumento. Acaso antes aparezca una marca que anuncia a este destinatario que eres tú.

“Si tú, lectora, no me entiendes, imagínate a mis invitados.” Irenaki, Perpetua Bunning. Los invitados. Los personajes. Nosotros.

Y al final, un epitafio y ya. Como debe ser.

Sobre ese “Ya” funerario que hace de cierre y de puerta podrían escribirse páginas y páginas. Yo podría. Tú también. Pero no he de hacerlo. Ese trabajo te lo dejo a ti, o me lo reservo para regalártelo a ti, lo reservo para ti. Este enigmático regalo te lo reserva el sexto sueño, para ti. El es el sexto sueño.

y ya.

“Repite conmigo, amante lector; imítame, lectora cómplice: pronunciemos el ensalmo de las puertas blancas.”

“¿A qué sonaba el egipcio?”, se preguntaba Sammy Davis Jr. al principio de este texto. “?A qué sonará el ensalmo de las puertas blancas?”, pregunto yo.

Ya sospechamos.

* * *

maldito No tenemos tiempo, tú y yo. Ya no tenemos tiempo, o ya no nos queda más tiempo, ya no hay tiempo para hacerle todas las preguntas al tiempo y es solo al tiempo a quien al final es posible interrogar. Ustedes recordarán que al principio de este texto yo hablé, yo escribí sobre la magia. De hecho, pronuncié/escribí dicha palabra. Quizás recordarán que antes del principio, en el título de este texto pronuncié/escribí la palabra “ensalmos” que no es otra cosa que magia. Tampoco es otra cosa que una palabra. Las magias y los ciclos se conocen, y ya yo había advertido del carácter de grimorio de este texto, la voluntad de que fuera un conjunto de ensalmos para conjurar el sexto sueño. Al igual que aquel hombre que fue un impostor postmortem flotando en las aguas del Nilo y que luego de tres milenios que son todos los milenios se llamó Irenaki, no conozco la efectividad de mis ensalmos, ni si les fue retirado a estos sus poderes, su cercanía mántica con las cosas, su imán. Por si acaso, quisiera finalizar este texto con magia pero de la negra, esto es, con un pequeño repertorio de maldiciones. La primera reza del modo siguiente:

“Que la muerte cubra con sus oscuras alas a aquellos que se atrevan a quebrantar la integridad de este sagrado recinto” (traducción mía del egipcio antiguo).

Estas palabras tan cercanas a las cosas aparecen (a modo jeroglífico) en el umbral que coronaba la entrada a la cámara mortuoria donde encontraron una momia llamada Tutankamón, la momia más famosa de la historia moderna. Al igual que Irenaki, esta momia ocupaba el centro de una pirámide, una de enormes ladrillos, la otra de palabras. Al igual que Irenaki resultó ser la momia de un personaje poco importante en la dilatada historia del antiguo Egipto. ¿No es acaso tan espantosa y terrible esta maldición como la que corona el umbral de la novela titulada Sexto sueño?

Para ti

A mi entender esta segunda maldición es más terrible en su radicalidad ya que, a modo descarnado, esta maldición revela su naturaleza más allá de la advertencia y el disuasivo a la transgresión. La invitación. La demanda.

Otra maldición.

Ya

Otra invitación. Otra demanda.

Irresistible.

* * *

Una última maldición, último ensalmo fabricado de palabras, ahora sí mío:

Dios te coja, Marta Aponte Alsina, confesada, por haber sido la artífice de esta atrocidad sagrada.