Esa obsesión de controlar el pensamiento ajeno que es la censura, en todas sus manifestaciones, atenta contra uno a diario, metamorfoseada en actos nimios especÃficos, en palabritas inclusive lanzadas con cariño.
Sin embargo, hay instancias en que las tijeras del censor cortan y hieren significativamente. La vulnerabilidad de la exteriorización de las pequeñas diferencias sale del marasmo de la fantasÃa democrática de la República de las Letras y se hace sentir tan pronto el otro intelectual detrás del escritorio pronuncia ese No Pasará nefasto justificado en consideraciones morales.
Contra un puritanismo burgués y nacionalista, defendido por beatos con guille de próceres pendientes a la imagen inmaculadada de su Arcadia, poco puede hacerse que no sea devolver las negativas con una avalancha de negaciones éticas y grandes dosis de paciencia para seguir de largo.
No Pasarán sus ofrecimientos de otros sueldos para que me amolde a sus programas ideológicos. Cobraré menos, desviaré por cardosos caminos mis proyectos y menos público tendrá acceso a ellos, pero no seguiré sus órdenes tranquilizantes.
-m.c.c