Escribe Gloria Carrasquillo Padró
CorresponsalÃa de Nueva York
Entonces negros, entonces, entonces
podréis besar con frenesà las ruedas de las bicicletas…
Oda al Rey de Harlem
-GarcÃa Lorca
Harlem se transforma volcado en las calles para ver pasar el cortejo fúnebre de James Brown, el Padrino del Soul. Su ataúd laminado en oro de 14 quilates llegó desde Augusta, Georgia, nada menos que en la van Ford Club Wagon del 95 de su fiel chofer, William Murrell.
La odisea comenzó en Augusta, pero el cambio del forro del ataúd (de azul a satén blanco) provocó un atraso interminable, perdiéndose asà la oportunidad de transportar en avión el cuerpo de Brown. Entonces, como tampoco se pudo conseguir un jet charter, se decidió que se recorrerÃa el camino por carretera.
El Tearo Apollo, en el corazón de la calle 125 de Harlem, abrió sus puertas para celebrar el velorio-último show del hombre leyenda de la música soul. La muchedumbre le esperó durante horas a pesar del viento helado que bañó la ciudad.
Mujeres y hombres, mayores y niños encopetados o pobres, con sombreros, botas y elegantes o humildes abrigos vieron desfilar con ojos asombrados el imponente coche blanco con el féretro dorado que brillaba como un sol tirado por dos enormes caballos blancos. A lo largo de la calle, la gente cantaba y bailaba los ritmos ennoblecidos por el irrepetible James Brown.
Otros portaban carteles hechos a mano con el famoso slogan que el creara al inicio de la batalla por los derechos civiles: “Say it loud: I’m black and I’m proudâ€. La negritud gritaba, reÃa y lloraba mientras que los albos corceles caminaban con un ritmo y majestuosidad propias de arrastrar los restos de un general o tal vez, en ese glorioso momento, al definitivamente garcÃalorquezco Rey de Harlem.
¡Ay, Harlem, disfrazada!
¡Ay, Harlem, amenazada por un gentÃo de trajes sin cabeza!
Me llega tu rumor,
me llega tu rumor atravesando troncos y ascensores,
a través de láminas grises,
donde flotan sus automóviles cubiertos de dientes,
a través de los caballos muertos y los crÃmenes diminutos,
a través de tu gran rey desesperado
cuyas barbas llegan al mar.