La perrita

  Ashes to ashes   by Samurai MasamiEscribe Pepe Liboy
Especial para Emudo

Estaba en la casa de Ivette, celebrando las Navidades, cuando una de sus invitadas, una abogada notario, recordó haber tomado unas clases de historia conmigo. El incidente de la clase en sí ya casi lo había olvidado, pero hablamos de ello porque estos y otros hechos la llevaron a hacer una copia de identidad de la que no se había olvidado.

-¿Todavía tu mujer te manda perritas?- me preguntó.

-¿Usted se refiere a aquel incidente de la clase de historia en el que el profesor trató de sacar a una perrita sata que entró al salón?-

-Sí.

-Lo recuerdo perfectamente. La perrita entró al salón y el profesor dijo: “¿Qué es esto? El subdesarrollo”. Y enseguida pidió que se nos trasladara a otro salón.

-Claro. Pero la perrita nos siguió al segundo salón también y ya el profesor pensó que estaba adiestrada. Usted se puso de pie, la llamó y la perrita se fue detrás de usted. Luego no he vuelto a saber qué pasó, hasta que me pidieron que transcribiera una copia de identidad de una novia suya.

-Pues lo que pasó fue lo siguiente. Me llevé a la perrita al pasillo y una muchacha vino a buscarme. Me dijo que me fuera de la casa de mis padres, con la amenaza de que me iba a robar el carro si no lo hacía. Me alquiló una habitación y me dijo: “Soy tu esposa, pero no voy a estar contigo toda la vida”. Entonces se fue unos días y otra muchacha trajo a la perrita. Entonces llegó al apartamento una tercera muchacha para llevarse a la perrita al campo conmigo, donde la criamos hasta que tuvo hijos. Los perros fueron creciendo hasta que los repartí por Caimito, entonces la perrita ya madre se fue a ratonear y la muchacha y yo nos volvimos a Río Piedras, donde nos separamos.

-¿Quién te manda esos animales?-me preguntó la abogada.

-Otras personas me mandan muchachas, pero ella me manda perras. Aparentemente no quiere tener hijos.

-Yo te vi de nuevo en la Editorial Santillana. Trabajabas allí con mi esposo. En aquel entonces, yo todavía no tenía niños. Pero ahora tengo una hija.

-Obviamente no eres tú quien me las manda, aunque te interesa conocer mi vida y mi destino. Estas navidades llegó otra perrita a mi cuarto. Lo mismo, aparentemente extraviada, pero no la llevé al campo. Le dije a mi hermano que la sacara de mi cuarto.

En la misma fiesta me despedí de la abogada, y poco antes de irme hablé con Miguel, que es tío de un profesor de literatura que todavía no ha aprobado mi tesis de maestría. Miguel administra una discoteca en San Juan, según el profesor mismo me lo dijo hace años. Esta vez, como no llevé la perrita al campo, su posible dueña se molestó y cuando se nos dañó la batería (esto pasa con frecuencia), le pedí al tío de mi profesor que le sacara el alternador a la guagua para que la dueña de la nueva perrita no se robara la guagua. Claro, Miguel lo hizo, y la dueña de la perrita nueva se ensañó con la guagua y raspó la pintura. Pero esta vez no voy a irme con otra muchacha a criar unos perros, ya que como la propia notario ha visto, eso me trae problemas con mi novia.

Algo nervioso por la muerte de un pariente, de quien se han dicho mil cosas falsas, Miguel dejó la chivería que tenía en la casa del dueño de la discoteca y empezó a trabajar en mi casa. Mi lucha de todos los días es con el polvo que viene de la autopista, que me ha dado un cardo de asma dura otra vez, y en esta ocasión, además de tener que fumar con filtro, hemos tenido que limpiar la ceniza del techo. Miguel me ayudó en este asunto. “Tu tío Gilberto”, dice mi mamá, “se pasa la vida en el techo de su casa limpiando la ceniza”. Acompañé a Miguel a una ferretería que nos alquiló una máquina bastante pesada que no pudimos subir al techo. En el camino me contó que él había sido el tratante principal de muebles de rattan en Puerto Rico, con viajes constantes a República Dominicana y Méjico, donde vendía los materiales traídos de Indonesia. Miguel se casó dos veces y tiene un nieto de 30 años. Además de esto, vive con sus padres en una casa de dos pisos. Su exmujer vive en el segundo piso de su casa con sus dos hijos. Me ha dicho que le compró un teléfono celular con Internet a su hija.

Por otro lado, Yara Liceaga ha vuelto a mandarme sus cuentos de embriología forense. Nívea Silva Cabrera, que trabaja en el Fondo del Seguro del Estado, me dijo que había trabajado como agente de la policía en mi escuela superior, para asegurarse de que yo me pudiera graduar. Aunque se graduó de la Universidad en 1975, usaba el uniforme de la escuela y parecía una estudiante más que estaba conmigo, pero fue ella quien me habló del problema de la selección natural por primera vez. La selección natural es problemática por el hecho de que implique la participación de varias hembras en el alumbramiento de un ser humano. Hay problemas de identificación, por ejemplo, cuando en la reinseminación el código genético del recién nacido se altera. Si se trata de una mujer que ha muerto en una reyerta política, o como en el caso de Rusia, en una purga, no es fácil identificar a su hijo si la forense lo reinsemina. Pero afortunadamente, por otro lado, esto es lo que la naturaleza ha ideado para que no se tomen represalias con los retoños. La hija de mi amiga va a estudiar medicina forense en una situación algo incómoda, pero hay el alivio de los cuentos de la Yarita y el hecho de que la hija de Nívea tenga talento para la música, como la mayoría de los embriólogos. Yo seguí un programa especial de estudios que me sustituía la música por la embriología.

*Pepe ha publicado el libro de relatos “Cada vez te despides mejor”.

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