Hillary for President

Hillary

She’s IN!

Una visita a Hillaryland

Por Manuel Clavell Carrasquillo

LIVING HISTORY
Hillary Rodham Clinton
New York, Simon & Shuster (2003) 562 pp.

La primera decisión administrativa que tomó Hillary Rodham Clinton al llegar a la Casa Blanca como primera dama de los Estados Unidos destronó para siempre la idea de que esta brillante abogada, oriunda de la ciudad de Chicago, asumiría un rol decorativo en la administración gubernamental de su marido, el ex presidente William Jefferson Clinton.

En su más reciente libro, la autobiografía “Living History”, esta mujer nacida en un hogar republicano, pero que a raíz de su oposición a la guerra de Vietnam salta a las filas del Partido Demócrata, cuenta cómo al llegar a la mansión ejecutiva de la nación más poderosa del mundo impartió órdenes directas para que su escritorio fuera trasladado de inmediato del ala oriental del edificio –reservado a las primeras damas– al pabellón occidental, sede exclusiva del Presidente.

Así, a través de una directriz que puede ser interpretada como un simple capricho de reestructuración espacial típico de cualquier ama de casa, Rodham Clinton delimitó las fronteras de “Hillaryland”, un territorio exclusivamente femenino que, bajo su ingenioso régimen, transformó para siempre el imaginario político estadounidense.

Desde ese centro de mando paralelo a la mítica Oficina Oval, donde laboraban al menos una treintena de mujeres que fueron visitadas por miles de constituyentes de todas las edades, especialmente niños en busca de golosinas, Rodham Clinton lideró la abortada reforma gubernamental encaminada a establecer un seguro de salud universal para todos los ciudadanos de la potencia norteamericana.

Además, en “Hillaryland” se cuajaron opiniones enérgicas en cuanto a todos los renglones de la política pública impuesta por los Clinton sobre la presencia de los homosexuales en las Fuerzas Armadas, la reforma del sistema de bienestar social, la gestación del primer presupuesto balanceado en décadas y otras materias que se pensaban afines al dominio de los hombres como la seguridad, el empleo, la educación y las relaciones internacionales.

De esta manera, la otrora directora de la clínica penal de la Facultad de Derecho de la Universidad de Arkansas y reconocida litigante corporativa del bufete Rose, con sede en ese mismo estado, logró consolidar por tiempo limitado, a pesar de la feroz oposición de todo el espectro político de su patria, un proyecto liberal con destellos feministas que, según narra, fue forjando desde sus años como militante electoral en la Ciudad de los Vientos y, más tarde, como estudiante en el Wellesley College de Boston y la Universidad de Yale, en cuya escuela jurídica conoció a su consorte Bill.

En este sentido, “Living History” cumple una doble función. Por un lado, el texto sirve como un mapa de “Hillaryland”, donde se registran las batallas de la autora contra las huestes conservadoras de Washington D.C., al tiempo que se describe con lujo de detalles el funcionamiento del complejo sistema político estadounidense. Por otro, como una intensa confesión que pretende dar cuenta de los aciertos, los errores y las obsesiones de su protagonista; una servidora pública acechada en cada momento por el costo político de la libre expresión de sus ideas a través de una voz propia, irónica, fuerte y contundente.

Los más recientes estudios literarios sobre la autobiografía, influenciados por la teoría deconstructivista del francés Jacques Derrida, quien recientemente ofreciera una conferencia magistral en Puerto Rico sobre el futuro de las humanidades, apuntan a que “la verdad esencial de la confesión no tiene nada que ver con la verdad, sino que consiste en un perdón solicitado, una solicitud, más bien, exigida en la religión y en la literatura”.

De ahí que sea posible leer el libro de Rodham Clinton como un acto confesional, sobre todo luego de comprender que esta prominente mujer, criada en la doctrina Metodista y que actualmente representa a millones de puertorriqueños del estado de Nueva York en el Senado de los Estados Unidos, tiene mucho que decir sobre el periodo de declive que reorientó su discurso político, a todas luces radical, hacia uno propio del centrismo moderado.

Al comenzar la segunda parte del libro, el texto se llena de explicaciones sobre dicha transformación, que delatan la necesidad urgente que sintió la autora de decirle al pueblo a través de la palabra escrita qué fue lo que falló. Entonces, como metáfora unificadora, resurge el concepto del hogar ya no como el espacio donde la mujer puede decidir dónde ubicar su escritorio, sino desde la perspectiva más anónima del rol que la esposa tradicional, quien a su vez es madre, debe asumir ante la adversidad.

Luego de la derrota del Partido Demócrata en las elecciones de medio término, Rodham Clinton cita a una cumbre de sus asesoras en “Hillaryland”, donde confiesa que: “Una Primera Dama ocupa una posición vicaria; su poder es derivado, no independiente, del propio del Presidente. Esto, en parte, explica mi torpe desempeño del rol de Primera Dama. Mary Catherine y Jean (dos de sus colaboradoras más cercanas) me han ayudado a entender mejor que mi rol como Primera Dama es profundamente simbólico”.

Una vez decidido este cambio de piel, Rodham Clinton parte en extensas giras hacia países africanos, el suroeste asiático, Latinoamérica y Europa oriental. El relato pasa a ser entonces una crónica de viaje insustancial, llena de pasajes que no le dicen nada nuevo al lector habitual de las secciones internacionales de los diarios, donde se resalta el símbolo de la esposa del político que visita escuelas, hospitales e instituciones de caridad.

Este modelo de la Primera Dama como encarnación del proyecto de la beneficencia hace crisis en el último año de la presidencia de Clinton, cuando éste enfrentó un juicio político ante el Congreso por haber mentido sobre su participación en varios negocios turbios y la naturaleza de su relación extramarital con la interna Monica Lewinsky. Rodham Clinton, hasta ese momento benefactora de causas sociales como la del sida, el cáncer de mama, las madres solteras, los niños y las mujeres maltratadas, narra cómo ella se convirtió en objeto de la asistencia espiritual que le suplieron el Dalai Lama y Nelson Mandela para que pudiera afrontar el engaño de su marido.

Una vez concluida la terapia, ya repuesta del infierno interior que la consumía, dice que sale en defensa del causante de sus agravios, ataviada con un vestido de terciopelo Oscar de la Renta, en los siguientes términos: “A pesar de que estaba descorazonada y decepcionada con Bill, las largas horas que pasé sola me hicieron admitir que lo amaba. No había decidido si lucharía por mi marido y mi matrimonio, pero había determinado luchar por mi Presidente”.

Estas palabras sellan el cierre de la íntima confesión de Hillary, que culmina a manera de melodrama televisivo al colocarle un final feliz a esta borrascosa “historia viva”. Muy lejos de aquel sueño político que bautizó en el momento cumbre de su carrera como “Hillaryland”, la astuta política, quien ha sido calificada como la “hermana de Maquiavelo” por el crítico literario latinoamericano Julio Ortega, hoy se reinventa victoriosa desde el escaño senatorial que ocupará por los próximos años.

Esta reseña fue publicada originalmente en el periódico El Nuevo Día en el año 2003.

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