Estefanía Reed, coronada 5 nov. 1985

Rhonda Beauty QueenEscribe Juan Ducasse
Especial para Estruendomudo

Llegué
Esquivando el celaje de mis pasos
Con la garganta devorada
Como la noche más obsesiva de la historia
Sin nada

(Las velas listas, las nubes afuera
Con furia)

Llegué a ti sin nada en las manos
A sincronizar una emisora sonámbula
la más escandalosa del cuadrante
A pedir una cena de calamares vivos
A mirar tu rostro de diosa

(El mar muy cerca, incógnito
Los puertos demolidos)

Vine a arrastrarme en tu alfombra
A probar tus sillas
a sentarme en cada una de ellas por un siglo
Vine a abrir el refrigerador cien mil veces
a destapar todo el vino

(La pista del aeropuerto, con vapor
Pantanos de nostalgia)

Llegue a ti sin nada en las manos
a empuñar tu pelo de alambre
a hacerte una corona con mis diez dedos
a espigar tus escamas
a bailar dentro de tu cuerpo
a rociarme en tu sudor de océano
a adorar tus ojos de almendra entrecerrados
a columpiar tus muslos amazónicos
a encontrar la huella de tu espalda herida
a contarte la historia del mundo
a engañar tu mente galáctica
a temblar con tu temblor
a poner más sal en tu lengua
a oír tu oído
a sorber de tu trauma
a aprender tus teorías
a leer tus papeles amarillos
a pronunciar tu piel lila
a tomar un té contra la muerte
a colar un café espumoso
a abrir una fruta roja y dulce
a pedir todo lo que queda
a robar para darte
a delinquir toda la vida
A despertar antes de mañana
Esquivando el celaje de mis pasos

Breve historia de varios encuentros con Patty y Raúl

scribbles ConsueloEscribe Manuel Clavell Carrasquillo

El desastre comenzó hace varios años, cuando la situación se salió de control. Caos. Quise inventarle nombre, quise buscarle compañía, enseguida, como si nombrando problemas y adornándolos con adjetivos bien pensados fuese a volcarlos o ponerlos al revés. Hay unos viejos tiempos de calma. Pura figura retórica, quiero decir. Trato de acumular consuelos en ese espacio medio, resolver cosas mal hechas, enmendar. Trato de recuperarme de la última película que vi, también de los confusos mensajes que envié después.

Patty me lo dijo con cariño para que no saliera herido, me lo advirtió. Pero la ignoré, como siempre, porque no quiero darle nunca la razón / ella no sabe / ella no vive conmigo / ella no me conoce na. Me lo dice constantemente: pendejo, reacciona, te va a volver a pasar. Cometes los mismos errores, caminas por las mismas aceras, te limpias las comisuras mientras pruebas lo que cocinas con el mismo delantal, siempre duermes en el mismo lado de la cama. Te lo voy a volver a repetir, porque soy tu amiga, pero prométeme que esta vez te vas a rendir.

Es el buen comienzo profetizado, Patty se vende como optimista, está obsesionada con la corrección, el orden supuesto de los tres tenedores, la buena etiqueta de las combinaciones de ropa para salir a trabajar, el pago consuetudinario y puntual de las cuentas. Fumo, y vuelvo a interrumpir para olvidarla. Me desvío hacia un video revival de música punk inglesa, perdido en el archivo del canal de música foránea VH1. “Come to California, It’s the best!”, cita directamente de del antónimo del mensaje Rotten. Era la voz de la disolución o el malentendido de este o aquel narrador; quizás. No había que ser especialista para identificar que se mencionaban las quimeras de la influencia extranjera, el mejoramiento de los planes de salud. Puños arriba y que reine (paradoja a la vista) la anarquía constitucional.

Raúl y Patty comenzaron el romance justo después del sonido de la p. (Aunque ello no se entienda, porque ya está más que meridianamente claro, a estas alturas, que nadie nos puede entender). Se amaron mucho esos dos, como extraterrestres entre los cambios de clase, se llevaron al cine más veces de lo permitido por ley y fueron a comer a restaurantes tailandeses, se echaron a las bocas pescaditos revueltos en salsas de frutas tropicales con los cubiertos invertidos, masticaron mucho pan y pique rojo. Comían de todo lo que se les servía en bandejas de porcelana decoradas a la usanza del antiguo arte de la reproducción de los dragones del sur. Lo hacían con fruición y complicidad, más los humores de lo que pudieran alcanzar de la tierra: tubérculos, semillas caídas lo mismo que signos de interrogación.

Hubo un silencio tras la deglución de los extraños signos de pregunta, se dibujaron en sus rostros jóvenes unas muecas típicas de persona insatisfecha / se diseñaron unas covachas para guardar bajo llave miradas reflexivas resultantes de los adentros / se explicitaron detalles inéditos y terriblemente maravillosos de las muchísimas trampas de la inmortalidad.

El segundo sublime quedó trunco justo en el instante en que la pareja recordó la tonada de ‘Fuera de mi vida: Cuando digo fuera, rompo las cadenas’, ay, y entramos solos en el ámbito exclusivísimo de la ridiculez, porque (eso lo sabe todo el mundo aunque no se conozcan los interlocutores) nadie es ridículo con uno.

Me parece que no, que las cosas son así (por obra y gracia siempre seguirán siendo así), que lamentablemente por más que se trate de que no lo sea (y que alguien invente la clave y patentice la fórmula de la metamorfosis) la soledad del ridículo es puramente conceptual. Sobre todo, cuando se está de vacaciones, porque para el burlesco es urgente a lo mínimo que se necesiten dos. Dos ociosos y el trabajo asalariado, menos uno. La plena observación de la plantilla laboral con todos los obreros que siguen produciendo, obedientes, sin Patty y sin Raúl; que se han dedicado en las últimas semanas de licencia a percibir con detenimiento pasmoso los patrones de consumo de los demás, las filas inagotables, el procesamiento sistemático de los bills, su urgencia eterna por resolver, abrir y cerrar refrigeradores, tratando de hacer lo que sea porque le sugieran algo sólo para cerrar el círculo carnavalesco del poder proponer de vuelta y fingir un buen o coherente contestar.

Nada de bosquecitos plácidos de verdes pastos en panorama, nada de oleajes calmados al abrir la ventana que da al mar frente al resort all included: todo lo contrario, diríamos, porque el otro día una familia completa se ahogó en ese periodo festivo y los sobrevivientes tuvieron que comparecer ridículamente solos ante las cámaras. Lo dijeron en las telenoticias de las seis. La sangre la pusieron allí de alguna manera (aunque, evidentemente no estaba, con gasas imaginarias, balas perdidas, conductores borrachos), para propósitos de crear la ilusión; una curiosa ilusión de que existen suficientes mesas listas para recibir cuerpos que operar, luminotécnicos unionados en el mismo gremio que los técnicos de emergencias médicas y primeros auxilios en el dispensario de la municipalidad. Patty lo obligó a botar los periódicos y apagar el televisor.

La distancia de su cualidad de ciudadanos observadores se volvía a medir desde el sofá hasta el plasma enchufado con la señal local, y de algún punto del Panasonic reaparecían él y la Patty, con nombre de estúpida, a querer participar en la historia que se contaba, porque los celos de dos personajes de ficción lanzados a la nada con tinta de embuste son una cosa tremenda, y el amor de un padre / el puño derecho de un boxeador entrenado a la zurda / y las ideas de un policía bonachón / no se quedan atrás.

Días más tarde, Patty, sin consultarle ni un ápice de su estrategia inconsciente a Raúl, aún se esforzaba en seguir hallando consuelo para mí.