Estrellitas y duendes

dickissBorracho, caigo en las garras de la sinrazón, busco cuerpos con pelos y busco tristes sustitutos de tu piel, encuentro hombres con abdominales cultivados, azafatos con timidez, son las estrellitas de la noche de desquite contra todo los permisos, los pasaportes ponchados, las almohadas que he podido colocar. Encierro las ganas de quedar en orden y quedar bien, saco las espuelas, me encamino a la perdición de unos labios por conocer, me encierro en otro baño, pido más cerveza, me expulsan de la barra luego de besarlo y sigo, cambio de ambiente homofóbico, me topo con un concurso de dragas plus, escapo. No quiero ver hombres vestidos de mujer, quiero repasar tus pechos peludos, quiero encontrarme en una Pathfinder, ironía, a oscuras, lamerte como si no hubiese mañana y hubiese encontrado paso, quererte anónimo, no puedo recordar tu nombre o tus nombres porque me imagino que son varios, me parqueo bien, acomodado entre las axilas de las que ellas no hablan, es la importancia de las axilas exhibidas en plena ceremonia del querer y del besar, ahora, cuando se acaba la música en la vellonera y pongo más para que no te canses de los silencios de la barra. Te confío secretos que nadie más puede saber, elogio discretamente los muslos del vecino, experimento con la posibilidad de que me escuche mientras hablo pero no, no escucha. En vez, pienso en que nos acaban de expulsar del antro Paraíso sólo porque nos besamos y exploro detalladamente cómo todos andan vestidos de pantalón largo y camisa t-shirt, excepto el azafato, que conoce el calor de Texas y viene a mí y no quiere besarme, así que me cuenta los tres años de labores ininterrumpidas y un tropiezo con la ley: tuvo que bregar con un fumador compulsivo que se metió en el baño sin importarle el código de enjuiciamiento civil federal. No smoking, antes de besarme me dice que soy todo humo. Pido permiso y me voy, escapo de su manipulación. Un amigo me dice, “que triste manera de rechazo, compañero”, y le doy crédito absoluto a la opinión de él. Entro en otro baño pensando en la masturbación que no procede y en las exhibiciones deshonestas tal cual, un encuentro casual con un amante que ya no es pero que se canta exhibicionista, qué valor, en estos tiempos, qué valor, y las palmaditas de consuelo, los predicados siempre optimistas en esta hora de la reconciliación post coital. Recuerdo la brisa de la playa, una sombrilla que reagredía mis partes privadas antes de la lluvia, los binoculares –siempre hay que tenerlos a la mano por si acaso, siempre hay que ver mejor. Escapo a Turquía, averiguo todo sobre el hash y vuelvo en primera clase. Durante la transmisión de la película en el avión me entero de que han prohibido en foie gras en Chicago, la primera jurisdicción norteamericana que se levanta en armas contra el abuso de los gansos, y que los chefs declaran huelgas, mejor decir, desobediencias civiles, y lo sirven en cada plato, en cada cucharada de sudor que echo a la boca, y en cada negativa que rechazo por la edad, que no es la de Cristo, precisamente, pero pronto, porque ya me faltan tres para dejar de fumar.
Escribe: Manuel Clavell Carrasquillo
Título: Juan Luis Guerra

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