Levanto las manos al cielo, aquí está mi billetera.

Rafa Acevedo

Especial para Estruendomudo

Los trabajadores se lanzan a la calle exigiendo que, de una vez, nos impongan un impuesto sobre las ventas. De esta forma el impasse creado por partidos políticos que defienden los intereses de la banca (los intocables) se convierte, una vez más, en una pistola colocada en la espalda. El pueblo grita, levanta las manos. Le roban, otra vez, la billetera. Los trabajadores se lanzan a la calle exigiendo que les roben la billetera a cambio de volver al trabajo.

El partido político sigue siendo en nuestro mundo insular la encarnación del Príncipe. Es el espectro de una voluntad colectiva abstracta a la que todos quieren pertenecer. Y es el partido político quien decide qué parte de tu sueldo debes rendirle en tributo a los servicios que te ofrece: cuanto debes pagar para que te siga cobrando. En un momento de crisis los partidos políticos de la isla usan a otro partido, el de Dios. Resulta que en la primitiva mirada política nuestra la democracia se sostiene en los brazos prístinos de una teocracia fundamentalista. ¿Simón dice simonía? Los pastores levantan su cayado, cruzamos el Mar Rojo, las aguas vuelven a su nivel. Es decir, seguimos con el agua al cuello, pero tranquilos. Amén.

El pueblo (ese otro fantasma de las mil caras) se lanza a la calle implorando que se acabe el lío como sea. Como sea incluye que le impongan una carga económica adicional. Porque la situación es urgente. Y esa acción inmediata nunca es orgánica ni de largo alcance. El resultado: restaurar el orden y la potencia de Roma…digo, de la clase política local. Los máximos evasores de impuestos deben estar celebrando en el Bankers Club este espontáneo marchismo de los trabajadores y de los radioescuchas. Los que escapan a las cifras de Hacienda deben estar ofrendando sus botellas a Baco ante el carácter puramente defensivo de los movimientos sindicales que quieren volver a sus trabajos aunque eso represente aceptar un entramado absurdo en el que cada cual debe entregar sus alcancías.

Anacrónico como soy (contradictoriamente amante de la ciencia ficción y las nuevas tecnologías de información) cito a Gramsci porque pienso que este partido marchista fugaz que se ha formado no podrá tener vigencia donde hay que crear ex novo una voluntad colectiva, encauzándola hacia metas concretas y racionales (Antonio Gramsci, Notas sobre Maquiavelo). La única racionalidad que se ha impuesto aquí es la de los grandes evasores que, anacrónicos como yo, pero enriquecidos, se hacen la paja con la mano invisible de Adam Smith. Mano invisible que hoy escribe esas peregrinas hipótesis de soluciones de crisis. A cuarto cerrado (con Barolo, salmón ahumado, caviar) los representantes de los máximos evasores se reúnen para crear consenso. Consenso que se logra cuando no se incluyen alternativas que no hayan sido presentadas por los principales partidos políticos. Consenso que se logra excluyendo de la discusión la posibilidad de no aumentar el costo de la vida para la inmensa mayoría de los habitantes de esta isla de la locura.

Nadie se ha preguntado por las razones que explican la exclusión de otras alternativas a un impuesto sobre el consumo. Como sé que Funkie Joe o el Gangster no han dicho nada al respecto recurro a Kant: Todas las acciones relativas al derecho de otros hombres cuya máxima no es susceptible de publicidad son injustas. Nuestros políticos criollos usan (en un sentido peyorativo) a los medios de comunicación para agitar las emociones, para mostrar artes de farándula. Los legisladrones, representontos, cenadores y primer ejestupido usan (en un sentido maledicente) a la prensa para hacer propaganda. Ninguna explicación verosímil del por qué de la crisis. Ninguna explicación creíble de cómo resolverla. La cifra de los millones prestados es misteriosa, no se pronuncia. Cifra mágica: sefir, el vacío, el cero, la nada que nos llama y a la que hay que silenciar. El resultado es lo que aparece, se cuantifica: yo tengo que pagar el préstamo para sufragar la deuda del gobierno que se roba a sí mismo. Me estaré poniendo viejo, o eso no tiene sentido. La economía es psicología de optimismo. Creamos que todo ha regresado a la normalidad, para que los inversionistas estén tranquilos.

Ni siquiera la memoria se usa. El gobernador prometió (juró, para usar términos bíblicos) que no habría impuestos sobre las ventas. Alguna gente le creyó esa. Había allí una voluntad deliberada de engaño. Las palabras de los políticos criollos son muestra de la autenticidad de la mala fe. Otros la exhiben con orgullo, con intención deliberada. La sonrisa con la que el presidente de la Cámara Baja (indeed) termina cada comentario necio es de una torpeza abrumadora. Lo desenmascara. La voluntad de joder del presidente del partido mayoritario en la legisbasura revela su teología de la destrucción: apropiarse del poder destruyéndolo, para que el amo venga a ordenarlo todo, con él y sus siete mandamientos a la vanguardia. Esto parece más bien una campaña de agit-prop (agitación y propaganda) organizada por los partidos políticos (que, de facto, son uno sólo) para imponer, otra vez, un fiasco.

El oportunismo de izquierda florece. Se hace parte del libreto con gracia. El oportuni(z)mo, ese que vota por Aníbal o vive del fondo electoral; ese que se coloca al frente del espontaneísmo de las masas, no tiene a dónde ir. Porque las consignas no son programas políticos ni estrategias económicas. Las consignas son modos de entretener a los caminantes. Incluso, citar El capital de memoria te convierte en un experto de la economía inglesa del siglo XIX, nada más. Otra cosa es otra cosa. Entonces, marcha, grita, da vueltas. Es el chance de ocupar los medios. Se les excluye de manera fresca de cualquier discusión decisiva, pero no importa, ya dieron sus opiniones a la prensa. Da vueltas, grita, marcha.

Mientras escribo alguien respira aliviado. Ya se solucionó la crisis. Los trabajadores se lanzaron a la calle para salvar al gobierno de la debacle. Aquí está mi billetera. En algún lugar me perdí.

El autor escribe.

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