La pasión del mandamiento

Por Rey Emmanuel Andújar

Especial para Estruendomudo

Si hay algo que recuerdo con cariño de la Semana Santa es la sensación de vacío que experimentaba el barrio después de la algarabía: que para la playa es que vamos, que si la guagua, que si el caldero de espaguetis…. Luego, el silencio, hasta el sábado por la noche, que era la quema del Judas.

De la quema del Judas me acuerdo perfectamente ya que, muerto del aburrimiento, me sumé a la caravana que pasó por la calle principal gritando: “Judas Judas, Judas es. A qué hora lo queman, a las diez. Por qué: Por Calié”. Anduve por callejones que sólo conocía por referencias y no sé cómo regresé a la casa. El asunto es que mi madre me estaba esperando, correa en mano, en la esquina de Don Lino. Me azotó con una pela gaga (yo-te-he-di-cho-que-no-me-sal-gas-sin-per-mi-so.) En la televisión pasaban la película interminable de los diez mandamientos.

Ya de grande y trabajando, la Semana Santa me brindaba la satisfacción de quedarme en la ciudad, leer algún libro y manejar libremente. Yo no estaba acostumbrado al turismo interno; escuchaba los conteos de accidentes, ahogados, intoxicaciones, y no me parecía atractivo aventurarme en la carretera. Siempre era bueno volver al barrio, donde la vieja, a deleitarme con el olor de las habichuelas con dulce, pescado con coco y otra vez darme la Pasión de Cristo en Teleantillas, ya que la abuela no tenía cable aún.

El año que viví en Cabarete, frente a la playa, lo trabajé de camarero. Tuve la oportunidad de ser testigo del desastre: Yo nunca había estado en la playa para esas fechas y el espectáculo era grotesco. La playa quedó destruida, llena de basura de todo tipo. Pude ver a todo el mundo irse lentamente, dejando detrás el resto de la inmundicia vacacional, sin mirar atrás, como temerosos de convertirse en estatuas de sal. Recuerdo, luego de eso, que traté de iniciar una campaña para mantener la playa limpia, incluso montamos un performance en una mesa, un sábado en la tarde… Playarota, se llamaba. En fin, casi caigo preso… un mal rato que no me interesa recordar.

La semana pasada, a punto de suicidarme en el escritorio, me puse a estudiar el calendario y me di cuenta que la semana estaba a punto de llegar. Pregunté ingenuamente si celebrábamos el viernes santo. Mi supervisora me contestó que no, pero que si por motivos religiosos yo lo necesitaba, que ella no tenía problemas en darme el día libre. Yo no lo pensé los dos veces y le dije: Fuego con tó. ¿Y qué vas a hacer ese día, vas a la iglesia? Me preguntó ella, muy ingenua. Yo mentí, dije que tenía que cumplir con costumbres muy antiguas. Bueno, no todo es mentira: me voy para Texas, y aunque allí es muy difícil que consiga un vaso de habichuelas con dulce, de seguro encuentro un hotel donde dormir la resaca de tequilas y cervezas… quién sabe y hasta pueda alquilar Los Diez Mandamientos o la Pasión de Cristo.

Rey vive en California y va pronto para la Feria del Libro de Santo Domingo.

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