Abandono de la causa del humo o terapia para dejar el tabaco

El vicio se había apoderado de mí y de mis deseos. Nada se hacía sin permiso del vicio. El vicio lo determinaba todo, vicio, soy tu esclavo, decía yo, y lo repetía, y me arrodillaba, y le cantaba loas después de las seis de la tarde, sobre todo después de las seis, cuando me exigía más y más sumisión a su causa: el humo, la causa de las cenizas y el humo, santo oficio, santa humareda magna.

Así que mi vida se convirtió en larga Cuaresma y en votos de silencio y promesas frente a los altares. Cuarenta días y cuarenta noches de privaciones. Sustituciones del placer de los chupones y el chupar y el inhala y el exhala. Fin de las fiestas del tabaco. Comienzo de los temblores.

Entre la flema y la asfixie hay tiempo para pensar en la muerte. Entre la tos y las narices tapadas, las pastillas y las mucosas surgen los rastros del exceso; el descontrol y la ausencia sistemática del no más olfato. No mirar las consecuencias de la burla a los dictámenes de la ciencia y los médicos chinos. Los doctores del Pavía, no cuentan. Todo eso, aparentemente, porque el pecho aprieta y hay que untarse Vicks Vaporub y afrontar el resfriado de los días sin sol sobre el futón, y los días de descanso que no son fiestas de guardar sino feriados frente a la tele y los documentales de la guerrilla guatemalteca.

Fue la CIA quien financió todo sin la Philip Morris -sería panfleto esa referencia- y eso observo mientras ya no fumo. Dolor Dolores. Ahora sólo bebo. No hay rastros en los ceniceros, sólo cadáveres de papel toalla llenos de mucosa inservible en los zafacones de la casa, una angustia y una falta de respiración por el abuso y la tormenta de mis labios, que esconden unas encías torturadas.

La Secretaria de Salud advierte las consecuencias de la fumadera social y sus ceremonias vanas a las mujeres embarazadas y a los jóvenes recién graduados. Somos perseguidos, relegados a los espacios de afuera y los perímetros vedados. Hay que apagar las antorchas mini porque molestan. Son los vecinos correctos del vivir alargado y la salud intacta. Los asegurados COSVI. Es el mal aliento y la estigmatización de los que celebran que todos vamos a morir en plena vía y en pleno sol o en plena noche oscura del alma. Hay que volver a Guatemala ahora, y a cómo los comunistas se alimentaban de las armas que llegaban por la frontera y a cómo la CIA también vendía armas a la Contra y a las masacres indígenas que veo por las fosas que presentan en el documental; una barbaridad aún irredenta. Fumaban los gendarmes, fumaban los revolucionarios, fumaban los extranjeros, fumaban los funcionarios del Estado guaemalteco. Me refiero al Estado de Derecho, a cuál otro me puedo referir en estas horas que siguen pasando como si nada mientras yo tengo cravings de tabaco. Pero, no, no nos moverán. Ni un ápice. Primera bocanada frustrada.
Lo he puesto a mi lado encima del cenicero. marlboro. no lo enciendo. no lo quiero. fuera, catarro.

tengo el encendedor.

tengo la camisa negra

porque negra tengo el alma

y negros los pulmones

y más negros no los quiero

Suelta

suéltate cabrón

suelta

no más tabaco por las venas

las venas abiertas de américa latina

el más tentador de los tentadores

el deseo cautivo de la trampa de las tabacaleras

una conspiración del capitalismo tardío

globalizado

Mis culpas y la política internacional

gran título

de la novela inédita de un subalterno

fumador y derrotado.
Destino de hay de aquél que acuda al grupo de apoyo y reniege de las cajetillas gastadas. hay de aquél que no entienda que de aquí no se sale, del castillo y del infierno de la guerra en Guatemala que es la guerra contra el tabaquismo en Puerto Rico y en España. Nueva York está perdida.

Nada de nonines, no café después del tabaco ni antes del sexo ni después d conversar con ellos en el bar ni antes de ofrecer la confrencia ni después de sellar el pacto. todo es psicológico, el tabaco, sus manías, las mías con el tabaco, sus caricias sobre mi falocracia de los mayores fumadores en la cena con el cherry y el guisqui bourbon, los habanos. Señora, nos puede poner un habano? Tenemos que discutirlo y enrrolar. Son las hojas secas y los picadillos: los cigarritos de la nostalgia.

unas máscaras de oxígeno bajan e invaden los sillines del avión, el capitán ha encendido los letreros de no fumar y ellos siguen, a escondidas, a hurtadillas detrás del edificio de la escuela superior central, en santurce y en hormigueros, los dos municipios que han roto los récords de consumo. aquí, que es donde nunca se sabe porque todo se exhala, cuando uno menos se lo piensa y se lo espera, surge la vieja sin tabaco, y habla, y habla, y habla, ella se apodera de los sueños de los niños habladores porque sus padres los han mandado a callar todas las veces. son los niños marcados por las teleofertas de la Philip Morris.

Votos de no volver a fumar, jamás, allí dejo dientes amarillos. allí dejo malos humores y ansiedades. palacios desherdados, porque salgo de Vivar, como Ruy Díaz y adiós cariño, adiós silueta cancerosa del mío y tantos cadáveres. la selva exhuberante de la guatemala del documental -a la derecha. mis expoliados pulmones -esos, a la izquierda. regreso al cenicero y allí estás. te veo. una semana allí. te acaricio entre mis labios, querido, te juro que aún te deseo, pero triste es tu caso. no te enciendo. mañana, quizás, mañana.
-m.c.c.

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