Entrevista
Por Manuel Clavell Carrasquillo
La escritora mexicana Elena Poniatowska, que acaba de presentar la novela “El tren pasa primero” (Alfaguara, 2005), estaba en su casa en el Distrito Federal, pero estaba cansada. “Me dijeron de Alfaguara que iban a ir por mí al aeropuerto. Nadie fue. Acabo de llegar de Oaxaca. En fin, puros problemas”. Eso dijo tan pronto la saludé al comenzar esta entrevista por teléfono. Sin embargo, insistió con firmeza en no hacerme perder el tiempo: contestaría todas mis preguntas en ese momento inoportuno, a pesar de que estaba agotada. Por esa razón, decidí empezar con la pregunta que suponía más impertinente.
En cuanto a su edad y su visión de mundo, ¿usted se considera una persona mayor?
Yo tengo 73 años, nací en Francia, mi madre es mexicana, se llamaba Paula Amor, llegué a México habiendo cumplido 10 años. Yo no me considero una persona mayor para nada.
¿La escritura es lo que la hace sentir joven?
Pues sí, el mucho trabajo, el estar continuamente yendo y viniendo, tomando aviones, viajando, dando conferencias y luego teniendo un gran contacto con los jóvenes.
¿Se propone escribir para que los jóvenes la lean?
No, no me propongo nada. Escribo porque ese es mi oficio desde hace más de 50 años. Si me leen los jóvenes, pues es una gran alegría. En general, los jóvenes me leen desde que escribí “La noche de Tlatelolco”, sobre la masacre de 250 personas el 2 de octubre de 1968.
En términos de multitudes y posibilidades de lectura, ahora está la Internet. ¿Visita la Internet?
A veces, pero no mucho. Lo que más hago es escribir. Utilizo la computadora como una máquina de escribir. No sé navegar.
¿Qué utopías de su juventud todavía defiende?
Yo defiendo todas las utopías y creo en todas las utopías.
¿Ha descartado alguna?
Le digo que creo en todas, no he descartado ninguna.
Recientemente la escritora dominicana Rita Indiana Hernández dijo aquí que ser rebelde hoy en día es un lujo, ¿está de acuerdo con ella?
No, porque creo que hay muchísimos rebeldes. Desde luego, en México hay muchos escritores rebeldes y muchos jóvenes y viejos que están a la vanguardia.
¿Usted se considera una persona rebelde?
Bueno, me considero una persona contestataria, que critica al gobierno y que tiene una posición siempre de crítica, de denuncia, de indignación.
¿Por qué decidió escribir una novela sobre el movimiento sindical que incluye no sólo sus momentos gloriosos sino también sus lados oscuros?
No es tan interesante crear santos o vidas de santos, sino personajes como todos nosotros: con sus aciertos y sus errores.
¿No le teme a que le digan revisionista o contrarrevolucionaria por denunciar la corrupción sindical?
No, porque la corrupción que yo denuncio es la de los llamados “charros” y, sobre todo, la del gobierno. Por lo tanto, no puedo ser revisionista.
La novela también es una denuncia al machismo de los hombres poderosos, ¿qué es lo que piden sus mujeres?
Son tres tipos de mujeres distintas, son personajes de ficción y algunas lo que piden es que las amen. Otras piden que se les dé su lugar y que se les reconozca su valor. Pienso en general en lo que piden las mujeres, que es respeto.
¿Podría ser que el feminismo también tenga sus lados oscuros?
No puedo decir que sepa tanto del feminismo, pero sí creo que en mi país hay diferencias enormes entre las mujeres. No es lo mismo ser una taquillera del metro que ser una maestra universitaria. Las condiciones de vida son absolutamente distintas.
¿Tendría que haber diversos feminismos?
No, creo que hay un solo feminismo pero hay distintas formas de practicarlo o encararlo según las necesidades de las mujeres. A mí me interesan las mujeres de las clases más oprimidas, las más pobres.
Todavía algunos se sonrojan cuando una de nuestras escritoras mayores, Rosario Ferré, publica ensayos como uno que tituló “Oda al culo”. ¿Considera que con su escritura ha vencido algunos tabúes sexuales?
Rosario es mi gran amiga, la quiero muchísimo. Además, me paseo por el mundo con una maleta que ella me regaló y que acabo de desempacar ahorita, pero que estoy empacando de nuevo (pronto saldría para Colima). Rosario ha vencido todos los tabúes y creo que es una excelente escritora junto con Ana Lydia Vega, que es una maravilla, y Olga Nolla. Quise también muchísimo a José Luis González. Lo admiré profundamente.
¿Y en su novela, vence algunos tabúes?
Bueno, allí podría haber un tabú sexual en la masturbación. El personaje de Bárbara se masturba.
¿Y la relación con el tío?
Nunca se sabe, es una relación de un amor que nunca se sabe. Nunca se sabe si ellos se acuestan.
¿Cree que la literatura puede ser un antídoto contra la violencia doméstica?
Si los hombres empiezan a leer libros de mujeres y empiezan a preocuparse por las mujeres y a conocerlas mejor pues entonces no les pegarían ni las tratarían como las tratan.
Ahora que ha puesto sobre el tapete las atrocidades que cometió México con sus obreros en el pasado, ¿qué le parecen los renglones laborales del ALCA y la cuestión que los sociólogos ya consideran como el postrabajo en la era globalizada?
Creo que lo que va a suceder con el ALCA es que México, en vez de jugar la carta de Estados Unidos, jugará la de América Latina. Se podría hacer un gran mercado y cumplirse el ideal de Bolívar. Si no, México -que era un poco el hermano mayor de nuestros países- va a perder su prestigio.
Nos acaba de regalar una novela sobre la modernidad mexicana, que llegó con el tren, ¿cuál sería la metáfora que escogería si le tocase novelar la posmodernidad?
No sé. La verdá me cuesta trabajo ahorita. Como le digo, acabo de llegar, y estoy muerta de cansancio. No se me ocurre. Estoy trabajando en otra novela. Apenas llevo 60 páginas, me gustaría trabajarla un poquito más y con mucho gusto le digo de qué se trata.
La escritora enganchó luego de despedirse muy cordialmente. Al transcribir la conversación, confirmé que había contestado con dulzura y paciencia cada pregunta más que el agotamiento no opacó su espontaneidad. Nunca sacrificó lo que quería decirme con la intención de que finalizara cuanto antes. Quizás porque a Elena Poniatowska no la vence ni siquiera la interrupción del sueño de parte de un periodista inoportuno.
Esta entrevista fue publicada parcialmente por la Revista Por Dentro del periódico El Nuevo Día el domingo, 27 de noviembre de 2005. Se reproduce en su versión íntegra aquí luego de haber obtenido la debida autorización de El Nuevo Día, custodio de los derechos de autor correspondientes.