Para José J., por ti:
Estoy sentada en la cama, piernas cruzadas, desnuda. Entras por la puerta, me miras, el calor comienza a surgir, tus ojos me devoran mientras mi cuerpo tiembla anticipando el momento del sabor. Descruzo mis piernas, mostrándote la fruta del sabor, me sigues mirando, tus ojos pícaros me piden más y, por supuesto, más te voy a dar. Mi mano derecha comienza a trabajar, va bajando poco a poco, me pide más. Mi fruta sedienta de ti te va llamando mientras mi jugo mágico se desliza por mis manos. Te acercas a mí, tus labios carnosos comienzan a deleitarse, besan mi piel desnuda, reluciente, el frío y el calor se apoderan de mí. Desapareces entre mis piernas, mis ojos te buscan, pero no; quédate allí, quédate lamiendo la fruta, poséela. Tus manos grandes comienzan a recorrerme, me acorralan, me consumen, me empujan la espalda, me presionas contra ti. Te detienes, me miras a los ojos, sin palabras tus ojos me hablan, me hablan de amor, de deseo, de sueños, de vida. Continúas, besas mis pechos, te detienes en cada uno de ellos, exhalando el olor dulce que sale de ellos, el olor a maternidad dormida que desea ser inaugurada. De momento el control se ha esfumado, tu cuerpo y el mío comienzan la danza del amor, tu cuerpo y el mió se convierten en uno, tu fruta se apodera de la mía, me extirpa, me domina, no sabemos dónde comienza uno, dónde termina el otro, los corazones laten al unísono y nuestras bocas se buscan sin parar, nos decimos mil veces ven con los labios. De momento las sensaciones comienzan a perderse y ahí, cuando mi voz se ha perdido, cuando mis ojos no precisan lo que ven, la explosión se apodera de mí, de ti, y me llenas completa de tus pistilos de agua luz, quemándome entera, sintiendo cómo poco a poco entran en mí, cómo poco a poco tu fruta se va exprimiendo dentro de la mía y es en ese preciso momento que nuestros ojos lloran por la maravillosa danza que acaba de surgir.