Revolución bloguera

Por Manuel Clavell Carrasquillo
Revista Domingo
Periódico El Nuevo Día, San Juan, Puerto Rico
Publicado el domingo, 7 de Agosto de 2005

 

Mientras usted lee estas líneas, se cuaja otra revolución en los bosques del mundo, no necesariamente de la misma forma en que se consolidó la Revolución Cubana en la Sierra Maestra o la Zapatista en la Selva Lacandona, sino como ocurren las cosas hoy en esa jungla virtual, peligrosa y “espesa” llamada internet.

Proveedores de servicios de comunicaciones y grandes empresas, como Google y la subsidiaria Blogger, han desarrollado tecnologías gratuitas de fácil acceso y libre uso con el propósito de que el común de los mortales se pueda conectar con millones de personas para escribir sobre lo que le venga en gana. No me refiero al e-mail, el website o el chat, plataformas por las que viaja la información de forma ahora limitada, rústica y semiprivada; me refiero al blog. La palabra blog es la contracción de web log, que en español se podría traducir a una frase como bitácora-en-la-red.

Se trata -como todo engendro revolucionario- de un ente monstruoso en el que cabe lo que otro le ponga, pero que a la misma vez actúa por cuenta propia. Un blog es, al mismo tiempo, un diario personal y público, un foro de discusión, un almacén de publicaciones (una biblioteca sin libros), un arma mortal, una revista, un zafacón de ideas inútiles, un periódico, una vellonera, una vitrina de vanidades y un álbum de imágenes. Es un atrevimiento hecho de palabras que trata de arrojar luz sobre la Inmortalidad del Cangrejo. Como diría la poeta norteamericana Gertrude Stein para disipar todas las dudas sobre la identidad de la cosa: un blog es un blog es un blog.

Según la firma Technorati, vigilante de los cambios que ocurren en la blogsfera, que es el espacio en que respira la comunidad de los blogueros, existen nada más y nada menos que 12 millones de blogs. Esta empresa estima que, de los 50 millones de usuarios de internet en todo el globo, el 11% consulta, ha visitado o interactúa con al menos un blog. Como los Gremlins, los neonazis y los activistas que protestan las condiciones de la globalización, los blogueros se multiplican. Son una plaga incontenible: ¡cada 7.4 segundos nace un blog!

Los cocaleros marchan desde Cochabamba hasta La Paz para pedir el cese de la destrucción de sus cosechas estimulantes, Tito Kayak se trepa a un palo ensebado en las Naciones Unidas para colocar la bandera puertorriqueña, el Che Guevara posa para una foto que se imprimirá en los bikinis de las chicas californianas y el bloguero escribe que te escribe y requete-reescribe, con la intención (who knows?) de “cambiar algo”, exhibir sus intimidades y sus penas o “ganar fama mundial”.

Sin embargo, la acción revolucionaria bloguera dista mucho de la tradicional. El bloguero firma un pacto con el capital: Google es su trinchera. Segundo, el Manifiesto Bloguero indica que todo es posible en la blogsfera, no existe disciplina revolucionaria, producción en masa para obtener ganancias para el colectivo ni jerarquías partidistas. Por ello, a pesar de que cada vez más personas leen blogs, muchos permanecen inactivos: domina la vagancia bloguera. Tercero, el bloguero sólo responde a su consciencia y a sus caprichos, nadie lo edita, no tiene que respetar un programa temático, un imperativo ético ni una línea editorial. Cuarto, el bloguero no tiene límites de tiempo ni de espacio, puede escribir desde cualquier lugar hasta desfallecer frente a la pantalla. Quinto, el bloguero no puede ser censurado por nadie; ni siquiera por el lector.

Se abren las compuertas, entonces, y ocurre el desbordamiento de la escritura absurda, sin ton ni son, regionalista, dedicada a temas tontos que queda inscrita en lugares oscuros de la red que nadie sabe dónde quedan o que pocos van a leer. El lector, machete en mano, asume su rol interactivo y decide quién será su objeto de deseo, sin intermediarios, a través de las visitas y los comentarios depositados en cada blog.

De inmediato, surge una lluvia de críticas de sectores conservadores de los medios de comunicación y la academia preocupados por la falta de controles que atajen el “desorden de contenidos” y la “basura” que se acumula en los blogs. Jonathan Klein, ejecutivo de CBS, está consternado, argumenta que “los blogs no tienen checks and balances”. Asumen que la democracia de la escritura sin frenos, donde fluya la información sin importar su peso, degenera en anarquía. Presenciamos los últimos aleteos del régimen moribundo de la censura, no ya estalinista o fascista sino demócrata y estética-chic.

 

El bloguero ha abandonado los patrones de conducta sumisa o correcta y se lanza de clavado, con su narcisismo a cuestas, al derroche de palabras, al exhibicionismo autobiográfico, a la repetición de clichés y fórmulas excéntricas; a la nada. De otra parte, hay blogueros “muy serios”, con guille de periodistas independientes o eruditos, y hasta premios Nobel que, comoquiera, abrazan la tecnología sin intenciones de ganarse un Pulitzer. Cada uno tiene su paro, su marcha, su discurso que pide amor e imprime estigmas. Cada uno es él mismo, nadie y otro más.

Así, conviven en la blogsfera escritores estrafalarios como Rufus, del blog catalán Los abismos siderales, y eminencias como Justo Serna, Margaret Cho o Jordi Cebrián. Uno puede escoger entre el fotoblog de Philippe Roy o el “Gay Sex And The City Boricua” de Elijah Snow. También es posible leer la política a través de las artes culinarias en Tirami-Su o sumirse en el pesimismo de Vertical 286. La consigna de esta revuelta del siglo XXI parece ser: “Nada de letras oficiales: lo único que cuenta es lo que digo yo”. Sin embargo, como todos podemos navegar y opinar, lo que importa no es lo que ellos digan, sino que soy yo el que tengo el poder de encontrarme con ellos y alinearme como quiera después de seleccionar.

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