Uno retrocede a la niñez cuando accede a las entrañas de una distribuidora de libros. Toda la vida uno los ha visto en librerías, solitos, o mal acompañados, de dos en dos, pero casi nunca en estibas del mismo título, porque realmente uno le ha huido como el diablo a la cruz de los bestsellers. Sin embargo, de pronto, allí están todos los que no pudimos llevarnos a la casa por falta de ganas o revisión de prioridades en el renglón del presupuesto, muertos de la risa, en montañas de páginas repetitivas. La ventaja de recorrer esos pasillos es inimaginable, pero como premio de consolación puede decirse que se les revelan a las pupilas ciertos tesoros que no han querido pulir los libreros porque no, porque no venden, porque no les conviene o, simplemente, porque nada tienen que ver con lo que supuestamente les solicita su clientela que, entonces, si no quiere arriesgarse, pues, manitas, aplausos, trompetillas: para qué carajos lee. Por eso, es un placer que debe contenerse frente a los empleados, para que no vayan a acusar a uno de loco infantil retrodesquiciado, poder reconocer a este autor que ya hacíamos de las veces lamentablemente desterrado de la Isla de Puerto Rico, o aquel tomo sobre el chinto japonés, cosa mística oficial del trono crisantemo, que siempre quisiste haber leído. Es verdá que se puede ir a Amazon.com, que se puede uno conformar con lo que exhiben los estantes, y punto, pero, como dice Pedro Antonio Valdez, dominicano, hay que exigirle a cada eslabón de la cadena que haga su función carruselera. What The Hell? Si la industria de los libros es un carrusel, como ha quedado planteado, y la llegada desnudos y salivantes a la casa del libro es un gufeo, pues entonces no se pierda la oportunidad de exigirle a su librero que le traiga lo mejor de lo mejor del almacén de la empresa de los distribuidores que lo tienen mal surtido; miren que son el poder detrás del trono en el reino de los devoradores de páginas y, gracias a Dios, como saben tanto de cajas y de pedidos y de fingers y de tomos lanzados al rincón de los objetos perdidos y el olvido, han superado la mitad de sus complejos y están dispuestos a calmarnos la sed de consumo. Ahora sí, esto va a pasar. Va a llegar la hora de que los verdaderos consejeros que preparan las listas de lo que entra por la Bahía de San Juan sean intermediarios, pero sin necesidad de que queden anónimos, como les hacemos a los operarios que trabajan llevando al sur o al norte las antenas de esos shoppers teledirigidos.